Por Mariela Sagel, 31 de deiciembre de 2018, El Siglo
El cantautor español Joaquín Sabina tiene una canción (de las
muchos que ha compuesto y cantado a lo largo de su larga carrera) que se llama “Noches
de Boda” y que dice, entre muchos otros de sus pregones “que el fin del mundo
te pille bailando”. Yo quisiera
aprovechar esta oportunidad para apropiarme de la frase y desearles a todos que
el fin de este año nos pille bailando, o por lo menos, con las esperanzas
puestas en que el nuevo será mejor.
Y es que estamos por terminar, en apenas unas horas, un año
lleno de sobresaltos, de cosas sin terminar, de una corte que no termina de
completarse por negligencia del Ejecutivo y maldad del Legislativo, de una
investigación sobre la mayor corrupción que se ha visto en la historia de este
país, y todavía no se aclara asunto, de expresidente preso, de un montón de
entuertos que nadie quiere enderezar. Un
escándalo tapa a otro y nos vamos olvidando del anterior.
En el año 2019 se conmemoran efemérides importantes, empezando
por la que mañana se celebra en Cuba, los 60 años del triunfo de la Revolución
Cubana. En España se celebra el 1º. de abril 80 años del fin de la Guerra
Civil, China celebra los 70 años de haberse constituido, se cumplen 30 años de
la infame invasión de Estados Unidos a Panamá y 20 de que los panameños
recibimos el Canal de Panamá y hemos demostrado al mundo que lo podemos hacer
mejor que los gringos.
También se celebrará elecciones generales y un nuevo gobierno
asumirá el cargo el 1º. de julio. No
esperemos milagros, nos dejan un país en ruinas moral, económica e
institucionalmente. Será un esfuerzo de
titanes el que habrá que hacer. Para
eso, se necesitará que todos, sin distinción de partidos o preferencias
políticas hagamos un esfuerzo por enrumbar a Panamá y sacarlo del estercolero.
Por Mariela Sagel, Vida y Cultura, La Estrella de Panamá, 30 de diciembre de 2018
En medio de la delirante actividad que se lleva a cabo en cada
Feria del Libro de Guadalajara (FIL) me percaté de la presentación del libro
“Hija de revolucionarios” de la escritora e historiadora Laurence Debray. No sería nada novedoso si no hubiera caído en
cuenta que es la hija del filósofo francés Régis Debray y de la antropóloga
venezolana Elizabeth Burgos. Las
presentadoras eran destacadísimas mujeres que hicieron un marco perfecto para
que Laurence, bastante conmovida, hiciera sus descargos en un testimonio en el
que quiere ajustar cuentas con el pasado, devela el mito de sus padres, ambos
comprometidos con la izquierda revolucionaria y también de su propia vida. Y lo hace con exquisita sapiencia y detalle,
plegándose a la cita inicial que tiene el libro, tomado de “El Misántropo” de
Moliere: “Cuanto más se ama a alguien
menos debe adulársele; el verdadero amor es el que nada perdona”.
Nacida en 1976 la autora es una hermosa mujer de ojos muy azules. El libro empieza explicando cómo fue que
vivió de espaldas a la historia de sus padres, en parte porque se la habían
ocultado, en parte porque no la entendía y fue dejándola a un lado. Su familia paterna era hogareña y burguesa,
vivían muy bien, con clase y de su abuela recuerda hasta su perfume y el porte
que no perdió ni cuando iba a visitar a su hijo (el padre de Laurence) en la
cárcel boliviana donde estuvo cuatro años.
De Venezuela se sentía visceralmente atraída y tiene una amplia
parentela que, si bien la protegía, no aportaban mucho a lo que ella quería
entender o esclarecer. Su madre renegaba
de sus orígenes cuando salió de su país.
Durante su vida, cada vez que preguntaba algo a sus padres,
recibía evasivas o respuestas ambiguas.
Eso le motivó a investigar acerca de la juventud de Régis y Elizabeth,
que para ella siempre fueron incomprensibles, pero a raíz de presentar su libro
biografía “Juan Carlos de España”, un periodista le preguntó si era la hija del
intelectual francés acusado de haber entregado al Che Guevara cuando fue
detenido en Bolivia. A partir de allí no
paró de investigar.
La escritora Laurence Debray
LA
ETAPA BOLIVIANA
De su padre no pudo obtener mucha
información, y le desesperaba sentirse la hija de un delator. No podía asirse de información o testimonios
directos de ellos, sus progenitores, porque no le contaron la verdad como
ocurrió. La fue tejiendo mediante una
investigación cuidadosa y hasta fría para no caer en la compasión. En los años sesenta, cuando ocurrieron los
hechos, sus padres eran jóvenes, atractivos, brillantes y revolucionarios… y lo
perdieron todo con la revolución.
Laurence duda de si ganaron en sabiduría y notoriedad, mucho más de los
que se quedaron discutiendo abstracciones políticas en el boulevard
Saint-Germain. “Por implicarse demasiado, se les condenó para siempre a ser
sospechosos a los ojos de aquellos que no lo hicieron, o que no creyeron en
ello, y quizá incluso a los ojos de la historia”.
Empieza así Laurence a esclarecer el pasado de sus padres y cómo
se comprometieron ciegamente con la revolución que quería extenderse desde La
Habana por América Latina, cuya avanzada fue la que llevó a cabo Ernesto
Guevara a Bolivia. Elizabeth, emancipada
tempranamente de la vida familiar, se afilió a las Juventudes Comunistas y en
1959 viajó a Europa, visitando varios lugares, incluso la Unión Soviética. Cuando se afincó en París, se codeó con los intelectuales,
artistas y escritores latinoamericanos como Cortázar, García Márquez y Vargas
Llosa, así como Man Ray y otros famosos.
Portada del libro “Hija de revolucionarios”
Sobre su padre, empieza a estructurarlo cuando cursaba la
Escuela Normal Superior y viajó a Caracas para rodar un documental sobre la
guerrilla de Douglas Bravo. Apenas
hablaba español, huía de su entorno burgués y ya había estado en Estados Unidos
y en Cuba, viendo en el primero la segregación racial que todavía existía y en
Cuba se integró a la campaña de alfabetización.
Corría el año 1961. En Caracas le
presentaron a Elizabeth, que hablaba francés.
Así lo describe Régis Debray en su libro “El indeseable” que fue
inicialmente dedicado a ella, pero en su reedición se omitió tal dedicatoria.
Entre ires y venires, encuentros con Fidel Castro y otros capos
de la revolución, Régis fue enviado a Bolivia en febrero de 1967 para unirse a
la guerrilla del Che en calidad de enlace, misma que pretendía impulsar un
“segundo Vietnam” latinoamericano.
Elizabeth no estuvo de acuerdo, algo le hacía desconfiar, conocía bien
esa tierra agreste que era Bolivia y la idiosincrasia de su población. Lo apresaron en abril de 1967, seis meses
antes de que capturaran y ejecutaran al Che y lo acusaron de haberlo
delatado.
Siguieron
muchos acontecimientos que hicieron creer a los abuelos paternos de Laurence
que su hijo había muerto y después se dieron cuenta de que su hijo no ejercía
de filósofo en Cuba sino de guerrillero.
También conocieron, en esas circunstancias, a su pareja sentimental, de
quien no habían escuchado nada hasta el momento. Sin embargo, se volvieron aliados infalibles,
ella se convirtió en la hija que no tuvieron y la guía en un mundo que no
conocían.
CÁRCEL,
GESTIONES Y LIBERTAD
Aunque el libro es mucho más abarcador, de casi toda la vida de
Laurence descubriendo a sus padres, hago mención de la etapa de prisión que
sufrió Régis Debray en Bolivia y las presiones diplomáticas que se ejercieron
para que, pese a una condena de 30 años, solamente cumpliera cuatro. El mismo Charles De Gaulle intervino para su
liberación, así como el papa Pablo VI, Jean Paul Sartre y André Malraux. Con apenas veintisiete años la pareja ya
había vivido varias vidas y se enfrentaban a un sufrimiento descarnado, tanto
físico como moral.
Régis Debray salió de la cárcel de Camiri en 1970 habiéndose
perdido de los acontecimientos en Paris de mayo de 1968, la primavera de Praga
y la masacre de Tlatelolco, los Beatles y la alianza de Fidel Castro con la
Unión Soviética, entre otros hechos históricos importantes. También se casó en la cárcel con su hasta
entonces compañera, por exigencias de sus carceleros. Pero de lo que pudo asegurarse Laurence en su
profusa indagación sobre las acusaciones que pesaban sobre su padre fue que no
fue un traidor.
El libro continúa con sus padres ya establecidos en París, él
entusiasmado con el gobierno de Mitterrand, del cual fue asesor, ella directora
de la Maison de l’Amerique Latine (donde la conocí en 1985) y la ambigua
relación entre el filósofo ausente y la precariedad e independencia de la casa
materna.
Una de las más
interesantes expresiones que le escuché a Laurence en la presentación de su
libro fue cuando describió a sus padres que, aunque ya separados, no dejaron de
ser militantes revolucionarios y cómplices y estaban empeñados en la captura
del asesino nazi Klaus Barbie que vivía camuflajeado en Bolivia. Dijo que ella escuchaba tantos alegatos que
lo único que quería era que la dejaran jugar con “Barbies”.
Es un testimonio demoledor, la escritora ha hecho un verdadero
acto de contrición y hasta de amor por sus padres, sus abuelos y sus
amigos. Es además un documento de
referencia importante para el que le interese la historia y lo que realmente
ocurrió en esos meses en que no se sabía dónde estaba el Che Guevara. Régis Debray se convirtió en un mito. En este libro su hija ha escrito “una carta de disculpa de mis padres hacia
mí”.
Mariela Sagel es arquitecta, ex ministra y escritora. Publica hace 40 años en Panamá y otros países sobre temas políticos, literarios, patrimoniales y de arte. Actualmente es embajadora de Panamá en Turquía.