Por Mariela Sagel, 30 de diciembre de 2019, El Siglo
Mañana 31 de diciembre se cumplen 20 años de la transferencia
del control y administración del Canal de Panamá a manos panameñas. Le tocó a una administración arnulfista, que
se opuso a los tratados Torrijos Carter (a quienes debemos haber logrado la
soberanía total de nuestro territorio y el usufructo de nuestro mayor recurso)
recibir de manos de los Estados Unidos esta transferencia, que resultó una fiesta
para todo el pueblo unidos bajo una sola bandera, la panameña.
Fueron 94 años de control de la franja interoceánica por parte
de los Estados Unidos, que finalizaron la obra emprendida por los franceses e e
inauguraron la vía en 1914 y ocuparon 10 millas a cada lado del canal, creando
una colonia, un enclave en medio de nuestro país.
La causa de rescate del canal empezó el mismo día que se firmó
el tratado Hay-Buneau Varilla, en 1903, y tuvo su mayor y más dolorosa manifestación
el 9 de enero de 1964. A partir del ascenso
al poder del gobierno militar en 1968, la causa nacionalista aglutinó al pueblo
por el rescate de esa quinta frontera, liderizada por Omar Torrijos, que
culminó con la firma de los tratados Torrijos Carter el 7 de septiembre de
1977, implementándose los mismos el 1 de octubre de 1979. A partir de entonces se fue desmantelando lo
que para Estados Unidos fue una gigantesca base militar con intereses
geopolíticos y que Panamá, bajo su administración, ha convertido en un
eficiente medio para la navegación mundial.
Solamente para tener una idea de lo que significa el Canal de
Panamá para nuestro país veamos cifras: Según
Capital Financiero, de 1914 a 1979 (65 años y a partir de que se implementó el
tratado) Estados Unidos le dio a Panamá 74.2 millones de dólares. De 1980 a 1999, durante la transferencia y
por 19 años, 1,803.7 millones de dólares, y, a la fecha, del año 2000 a 2019
15,117.2 millones de dólares. Eso convierte
a el Canal de Panamá en la empresa que más aporta al fisco.
Celebremos lo que es y ha sido nuestro y hemos manejado
ejemplarmente.
Por Mariela Sagel, Vida y Cultura, La Estrella de Panamá, 29 de diciembre de 2019
Uno de los eventos más esperados de la pasada Feria
Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) fue la presentación de la última
obra de la escritora mexicana, Elena Poniatowska, la “Poni”, como cariñosamente
la llaman. Nacida princesa en París,
descendiente del último rey de Polonia, Stalislaw Poniatowski (Estanislao II
Augusto Poniatowski, que nació en Wolczyn el 17 de enero de 1732 y murió en San
Petersburgo el 12 de febrero de 1798) y fue el último soberano de Polonia como
nación independiente (1764-1795).
Días antes Elenita, a quien adoran los mexicanos, se había
lucido presentando a Siri Hustvedt, la novelista y ensayista estadounidense que
revolucionó esta versión de la Fil (es esposa de Paul Auster) y entre chanzas, en
español e inglés hizo una presentación magistral, ante un público enorme. Siri me había dicho, la noche anterior en el
cóctel de Planeta, la editorial que las publica a ambas, que ella se había
leído todos los libros de la Poni, y volvió a mencionar en su presentación que
admiraba mucho a la “princesa roja”, como le dicen por su militancia política.
“El amante polaco” es el primer libro de su biografía, que
intercala la vida de su antepasado con retazos de la de ella. Al final de cada capítulo hay un relato que
nos retrotrae a lo vivió ella desde que abandonó París, donde nació, a los 10
años, por el conflicto bélico que ensangrentó Europa. Su madre, Paula Amor Yturbide, era mexicana y
Elena, su hermana Sofía y la madre, arribaron a ciudad de México en 1942 y su
padre lo haría posterior al final de la guerra.
En 1947, cuando ya su padre se les había unido, nació su hermano Jan.
ELENA
PONIATOWSKA
Nacida como Hélène Elizabeth Louise
Amélie Paula Dolores Poniatowska en 1932 (hace casi 88 años) es un referente
mexicano tanto en periodismo como en narrativa.
Ha cultivado un género que se ha catalogado como polifonía testimonial y
varias de sus obras, escritas bajo este rigor, han sido premiadas. En 1968 su libro “La noche Tlatelolco” fue
aclamado por narrar la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968 en la Plaza
de las Tres Culturas. Lo hizo recopilando
una serie de testimonios que recogían el pensamiento y sentimiento de personas
a favor y contra el movimiento estudiantil que se gestó en ese momento.
Entre su larguísima bibliografía están valiosas obras dedicadas
a personajes femeninos, como Tinísima (Tina Modotti, fotógrafa italiana que
vivió en México), Leonora (sobre la vida de Leonora Carrington, pintora y escritora
inglesa que perteneció al movimiento surrealista codeándose con André Bretón,
Salvador Dalí y llegó a involucrarse sentimentalmente con Max Ernst). La Carrington era muy voluntariosa y durante
la ocupación nazi en Francia se vinculó al Freier Künstlerbund, movimiento
subterráneo de intelectuales antifascistas.
Eso la puso en aprietos, tuvo que huir a España y gracias al escritor y
poeta mexicano Renato Leduc, pudo embarcarse a México, y con quien se casó para
los propósitos de su escapada de Europa.
Vivió hasta los 94 años en su país de adopción. También ha escrito sobre Angelina Beloff,
pintora y grabadora mexicana.
Tiene alrededor de 50 libros publicados y ha sido traducida a 15
idiomas, sin contar con los muchos artículos que ha escrito, ya que su
principal profesión es la de periodista, aunque no tuvo una educación
formal. Recibió de Oscar Lewis la
influencia para usar la entrevista y el testimonio gracias al trabajo que
ejerció como su asistente, con el que aprendió a aplicar sus técnicas sociológicas.
Oscar Lewis fue un historiador estadounidense, antropólogo, que introdujo el
estudio de la pobreza desde un punto de vista social, y creó el concepto de
“la cultura de la pobreza”. Su
obra más conocida es “Los hijos de Sánchez”.
Sin embargo, el amigo de Elena, el escritor ya fallecido Carlos
Monsivais, expresó en su momento que la autora sortea el perjuicio teórico de
Lewis para alcanzar conclusiones opuestas que buscan una respuesta moral.
Mereció el Premio Cervantes de Lenguas Castellanas en 2013 y
contó, en forma pícara que, al momento de recibirlo de manos de los entonces
Príncipes de Asturias, le dijo a la hoy Reina Letizia que había una gran ironía
en sus vidas, ella había pasado de ser princesa a periodista, y Letizia, de
periodista a princesa.
EL AMANTE
POLACO
El relato es fascinante porque
abarca los años previos a que Stalislaw August Poniatowski se posesionará como
Rey de Polonia, antes de la tercera partición de ese país en 1795, que
desapareció de la faz de la tierra durante 123 años. Relata las intrigas de palacio, pero no solo
de Polonia, sino de Prusia, Rusia y Austria, que le tenían el diente hincado a
ese país.
Lo interesante de este primer tomo de las memorias de la Poni es
que se concentra en la etapa en la que Pedro III de Rusia era gran duque
aspirante al trono ruso y contrae nupcias con la alemana que entonces se
llamaba Sofía de Anhalt-Zerbst y que, convertida a la fe ortodoxa, se conoce y
recuerda como Catalina II de Rusia, una reina poderosísima que impuso sus
criterios y también sus amantes en todos los aspectos de la vida de ese enorme
país.
El antepasado de Elena, el príncipe Poniatowski, cuyo mayor
linaje le venía de su madre, la familia Czartoryska, fue asiduo a la corte rusa
y se convirtió en amante de la entonces duquesa, que llegó a ser emperatriz
(con la gran suerte que cuando su marido estaba a punto de despojarla, para
quedarse con la amante, una vez convertido en Zar de todas las Rusias, murió,
reinando solo 8 meses).
Las descripciones de las intrigas de la corte, abanicadas por
Charles Hanbury Williams, diplomático inglés que, estando en Dresde, conoció a
Poniatowski y fue él quien le presentó a la que sería su desaforada amante, son
muy precisas. Otro personaje
determinante de esa corte fue Lev Naryszkin, aristócrata y lugarteniente de la
corte, que alcahueteaba la relación entre el príncipe y la futura zarina.
Sin embargo, Catalina no se quedaría con Stalislaw, y por eso lo
haría Rey de Polonia, para quitárselo de encima. El polaco sufrió mucho, pero hizo un buen
reinado, defendiendo a su país de los rusos y hasta de su poderosa
soberana. Hizo avanzar a su país en
ciencia, salud y cultura.
El desenlace está por verse, el primer tomo termina con la
entronización del antepasado de Elena en Polonia. Su parentesco es indirecto, ya que ella
desciende de un sobrino del rey y segundo príncipe Poniatowski, quien emigró a
Toscana a raíz de la tercera partición de Polonia y se casó en Roma con una italiana. Dos generaciones de Poniatowski provienen de
esa región, el bisabuelo de Elena se casó con una noble francesa,
estableciéndose en París y de allí es que proviene el linaje de la Poni.
El libro es apasionante y muy aleccionador porque la escritora
se enfrenta a su pasado, contó cómo pudo desmembrar todo este antepasado real y
estrambótico, así como enmarcarlos en el contexto histórico. Tienen mucho valor sus anécdotas a final de
cada capítulo, de su vida en México, incluso la violación que sufrió de un gran
intelectual mexicano, que la dejó embarazada y se tuvo que ir a Roma a tener a
su bebé, que fue adoptado posteriormente por quien fue su esposo, Guillermo
Haro.
El segundo tomo debe estar en camino porque en la presentación
contó que había terminado todo su libro de memorias pero que una amiga le había
aconsejado partirlo en dos por lo largo que había salido. El amante polaco, con apenas 405 páginas se
lee con júbilo y prisa, por la fluidez de la narrativa de la princesa polaca que,
según Juan Villoro, vino a México para ser la más “chingona”.
Mariela Sagel es arquitecta, ex ministra y escritora. Publica hace 40 años en Panamá y otros países sobre temas políticos, literarios, patrimoniales y de arte. Actualmente es embajadora de Panamá en Turquía.