Por Mariela Sagel, 28 de octubre de 2019, El Siglo
Las estadísticas sobre crecimiento económico, sobre desigualdad,
sobre satisfacción y hasta sobre corrupción están a la orden del día, y unos
las usan para bien y otros para enredarnos más la cabeza. Según organismos internacionales, Panamá está
entre los países que más crecerán en el año 2020 (World Economic Forum), es el
sexto país más desigual en el mundo (Chile es el séptimo y miren lo que pasó
esta semana) y está entre los 10 donde está más institucionalizada la
corrupción. En el ranking mundial de
Transparencia Internacional, Panamá ocupa el lugar #93, siendo el menos
corrupto Dinamarca (puesto #1) y el más corrupto Somalia (#180).
Pero las estadísticas son frías y no tocan el corazón de la
gente, que quiere una sociedad más humanista, donde el dinero no solo compre
insumos y aparatos electrónicos, autos o casas, sino que brinde una sensación
de bienestar, la seguridad de que si se enferma tendrá dónde ir a buscar ayuda,
si algún familiar sufre algún accidente o un niño nace con discapacidad, tendrá
la atención que requiera. Los
funcionarios se llenan la boca diciendo cuánto ha crecido el país (típico de
los dos gobiernos anteriores) pero así mismo salieron con el rabo entre las
piernas porque no cumplieron sus promesas, los techos se volvieron de desesperanza
y la educación se estancó, tal como la hizo retroceder Lucy Molinar.
Lo acontecido en Chile debe hacer reflexionar a nuestra clase
política, redirigir las prioridades hacia una población que está urgida de
seguridad, centros de salud y medicinas, escuelas dignas y, sobre todo, seguir
teniendo la esperanza que manifestaron en las urnas. Volver al campo y hacer producir la tierra y
sentirnos orgullosos de que nuestras necesidades alimentarias están mayormente
satisfechas por lo que producimos.
Unamos fuerzas, todos, sin distingo de clases, en esa dirección,
para que no veamos protestas como las que se verificaron en Chile la semana que
pasó.
Por Mariela Sagel, Vida y cultura, 27 de octubre de 2019, La Estrella de Panamá
Retomando su pluma acuciosa y demostrando una profunda
investigación, vuelve el escritor peruano Mario Vargas Llosa a las buenas
novelas que le merecieron el premio Nobel de Literatura en el año 2010 además
de muchos galardones a lo largo de su vida.
Con gran estruendo, parafernalia y anticipación se presentó “Tiempos
recios”, su última novela, a principios del mes de octubre, por parte del sello
Alfaguara, brazo importante de la editorial Penguin Random House.
En esta ocasión, y enhebrando como un fino artesano una historia
con la otra, Vargas Llosa ha escrito una obra adictiva, poderosa, en la que
demuestra, en forma flagrante y descarnada, cómo la propaganda –llamada relaciones
públicas por parte de Edward L. Bernays, que se jactaba de ser algo así como el
padre de ellas – y el imperio gringo, siempre mirando la sombra de la Unión
Soviética detrás de cualquier acción o propuesta de corte populista, en plena
guerra fría, se ensañaron con Guatemala y, de paso, el resto de los países
centroamericanos y el Caribe. Nuestro
canal no queda exento en el relato, porque los estadounidenses se escudaban en
su supuesta defensa para repeler cualquier movimiento que pareciera
progresista.
TIEMPOS
RECIOS
El relato está abordado en dos
partes y con varios escenarios que confluyen en determinado momento. Nos da la impresión de que algunos personajes
son de ficción para después darnos cuenta de que en realidad existieron. La historia empieza con el encuentro de dos
judíos emigrados a Estados Unidos, uno fue el fundador de la United Fruit, la empresa
bananera, Sam Zemurray, y Edward L. Bernays, el publicista mencionado anteriormente.
A fin de
que el país avanzara y de que la población saliera de la marginalidad, el presidente
Jacobo Árbenz adelantó una reforma agraria que enseguida levantó las alarmas de
los prejuiciados vecinos del norte, que no entienden y no entienden que no
entienden. Mediante una campaña de
publicidad para defender la inversión de la bananera y el financiamiento de una
guerrilla civil que llamaron “liberacionista“, que liderizaba Carlos Castillo
Armas, éste llegó al poder en el país centroamericano forzando la renuncia de
Árbenz, actuando desde Honduras y financiado por la CIA –que estaba dirigida en
ese momento por Allen Dulles y su hermano, John Foster Dulles, además de secretario
de estado, era abogado y accionista de la United Fruit–. Sin embargo, Castillo Armas fue eliminado de
manera muy oscura por los mismos que lo pusieron en la silla presidencial.
Fue una
época turbulenta, a la que el autor califica como un error chapucero y sangriento
el acabar con el gobierno de Árbenz, en los que se involucró a los impresentables
dictadores como Somoza, en Nicaragua, Trujillo en República Dominicana (ya
Vargas Llosa se había ocupado de este siniestro personaje en su estupenda
novela “La fiesta del chivo”) y donde no quedó por fuera la iglesia católica en
confabularse con el poder, en la persona del arzobispo Mariano Rossell y Arellano
y no queda exento de protagonismo el tristemente célebre embajador de Estados
Unidos John
Peurifoy, que era más un procónsul que
otra cosa y que se ganó el título de “El carnicero de Grecia” cuando sirvió
como embajador en ese país.
Dijo el
autor que el título, “Tiempos recios”, se lo debe a Teresa de Jesús. Los personajes de la trama, guatemaltecos,
dominicanos, cubanos, gringos se entrelazan con el Haití de Papa Doc Duvalier y
la República Dominicana de Trujillo, antes y después de su asesinato y la
reacción de sus cortesanos (el confeso Joaquín Balaguer) y sus hijos por su
asesinato. Johnny Abbes García reaparece
entre uno y otro país y el relato se dinamiza al constatar que todo lo que cuenta
como ficción en realidad ocurrió, incluso hasta su muerte. Su agitada vida
también fue abordada por el novelista en “La fiesta del chivo”.
Me
sorprende que el autor peruano vuelva a estos temas después de haber dado
algunos ditirambos con sus últimas obras, y de haber radicalizado su
pensamiento político al punto de que parecía entregado a la “civilización del
espectáculo”, título que él mismo acuñó.
Me complace que su buena pluma rescate, en estos precisos momentos un
tema que, como escribió José Carlos Mainer, en Babelia, el suplemento cultural
de El País, “conviene recordar que el anticomunismo ha sido una más de las
perversiones políticas del siglo XX y lleva camino de seguir siéndolo…”
El autor peruano, premio Nobel de Literatura 2010
Vargas
Llosa ha escrito varias novelas históricas de corte político, tan temprano como
“Conversación en la catedral”, a la que siguió “La guerra del fin del mundo”
(relato histórico múltiple) y se consagró con “La fiesta del chivo”. Casi 20 años después de la publicación de
ésta última, los lectores reconocemos a muchos de los personajes y los hechos que
aparecen en ella.
LA NOVELA
Si algo
tienen las historias de Mario Vargas Llosa es una velocidad alternada con
suspenso y destino, utilizada con endiablada sabiduría. Sabe retratar la entereza, la debilidad, las
ambiciones y las frustraciones de sus personajes con absoluta destreza y eso
hace más amena su lectura.
La historia
gira en torno a los momentos en que se iba a perpetrar el asesinato de Castillo
Armas, llamado despectivamente Cara de Hacha, y una mujer que tuvo una vida
complicada, tan hermosa que llamaron Miss Guatemala pero que nunca llegó a
serlo. De allí emana una suerte de
telaraña que entrama hechos que acontecieron en esos turbulentos años en que el
destino de países como Guatemala, Honduras, Nicaragua y República Dominicana,
eran decididos desde las oficinas del Departamento de Estado en Washington y los
despachos de relacionistas públicos.
Las
descripciones de sus personajes son precisas y formidables. La forma en que se viste Abbes, su cursilería
y vicios inmundos, la pasión de Marta Borrero, la Miss Guatemala, que volvió
loco a Castillo Armas cuando huía de su marido y después vivió del dominicano. El lenguaje que utiliza el escritor es
coloquial y descarnado, tal como lo hablarían las personas en su intimidad, no
se anda con remilgos ni falsos pudores.
Es el Vargas Llosa de la buena pluma.
“Tiempos
recios” es la mejor novela de Mario Vargas Llosa desde “La fiesta del Chivo” y también
es una lúcida requisitoria contra lo que Vargas Llosa ha llamado la derecha
iliberal, pero también una autocrítica desde el liberalismo: se señala la
inconsecuencia de los medios de prensa norteamericanos que ayudaron a derribar
el gobierno de Árbenz y colaboraron así para que la alternativa democrática
fuera durante décadas inalcanzable en América Latina. Es literariamente notable
y alejada de estereotipos ideológicos, lo que es difícil de creer en un autor
que semanalmente nos entrega sendos artículos en los que defiende su posición
política.
José Carlos
Yrigoyen destaca, en su crítica a Tiempos recios desde El Comercio de Lima,
Perú, que “El último capítulo, en el que el autor encuentra a la Marta
Borrero real y la entrevista para enterarse de lo que ha debido fantasear a lo
largo del libro, remite a la conclusión de “Historia de Mayta”, un magistral
juego de espejos entre realidad e invención que expone al modelo vivo del
protagonista y la dura derrota de sus dogmáticas convicciones. El tenso
intercambio, repleto de evasivas y silencios, insufla a la novela una
ambigüedad densa e insondable que no despista al lector, sino que lo adhiere a
la hechizante ambivalencia de las ficciones que tienen un pie puesto en la
verdad histórica”.
Mariela Sagel es arquitecta, ex ministra y escritora. Publica hace 40 años en Panamá y otros países sobre temas políticos, literarios, patrimoniales y de arte. Actualmente es embajadora de Panamá en Turquía.