Mariela Sagel
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Durante los seis días de la Feria del Libro de Panamá entraron al recinto donde se celebró unas 100 000 personas. Esa estadística representa un incremento versus los asistentes el año anterior, en el que el evento cultural no tuvo un país invitado y se unió a la conmemoración de las 500 años del supuesto descubrimiento del Mar Pacífico por Vasco Núñez de Balboa y el establecimiento de la primera diócesis en Tierra Firme. Gracias a esta última circunstancia, se pudo traer el Museo del Vaticano para exhibirlo en forma virtual, que fue muy bien manejado y se convirtió en uno de los mayores atractivos del evento ferial.

Se dice que en Panamá no se lee, y la celebración de la Feria del Libro es una fehaciente prueba que no es así y que al contrario de lo que la gente piensa, cada vez se lee más, porque cada día tenemos mayor acceso a los libros que se publican en el extranjero.

El tema editorial debe verse desde una óptica diferente a la reduccionista que se ha visto hasta ahora. En Panamá no hay oficinas de las grandes editoriales, por lo que dependemos del olfato de los libreros y su decisión de importar libros que a nivel internacional se estén vendiendo, como los esperados de Milan Kundera, Javier Marías y Ken Follet, entre otros, además de Coelho. Santillana, dueña del sello Alfaguara, tuvo una breve exitosa historia de sus oficinas locales, que fue en declive vertiginoso por razones personalistas y acabó cuando Random House Penguin adquirió la división de ediciones generales. Algunos de los autores panameños que fueron publicados por el sello resultaron impresentables fuera de nuestras fronteras. La idea de que los panameños publiquen sus obras en sellos internacionales es para que salgan de los estrechos círculos y carteles que existen en esta vereda tropical.

Los libreros, que son pocos y se cuentan con dos manos, tienen también su manera muy peculiar de comprar o pedir y en algunos temas no se arriesgan, como con los sellos costosos tipo Tusquets o Siruela. También está el tema de la consignación que algunas casas editoriales les permiten, versus la compra dura que ellos puedan hacer. Es injusto decir que tal o cual librería no tiene nada bueno, porque muchas veces su inventario está determinado por su capacidad de importar, a veces desde Europa y por barco, lo que los clientes están esperando. Y menciono por barco, porque eso significa consolidar pedidos para no encarecerlos innecesariamente.

En lo que respecta a las grandes editoriales, ellas tienen los países asignados regionalmente y es así que Planeta México se encarga de Estados Unidos, Centro América y Panamá, y existe Planeta Colombia región andina, que posiblemente a Panamá le sería más fácil traer de Colombia que de México. Sin embargo, este gigante editorial sirve muy bien al país, toma riesgos y resuelve y ya por lo menos a un escritor panameño ha publicado.

Random House tiene una oficina en Buenos Aires y desde allí suple las necesidades de todo el continente. En este caso dependemos de la sapiencia del librero, que atine a los mejores títulos disponibles y se arriesgue con escritores nuevos que puedan ser descubiertos por los lectores panameños. Random apostó al talento local el año pasado publicando la novela de la escritora panameña Itzel Velásquez, en su prestigioso sello Lumen.

América Latina, según dijeron recientemente el escritor Antonio Muñoz Molina y el director de la Feria del Libro de Frankfurt, ha salvado la industria editorial española —en Panamá se lee en inglés, pero no es en gran volumen— y hemos visto que los libros son cada vez más apreciados. Dejémonos de decir que en nuestro país no se lee, porque el hecho de que sean más los asistentes a la feria y que las ventas de libros se hayan incrementado desvirtúa este sambenito.