Publicado en Día D Publicado en El Panamá América

El nuevo West Side Story latino

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La noche del blackout
La noche del blackout
Autor de la obra, Lin Manuel Miranda
Autor de la obra, Lin Manuel Miranda
Fachada del Teatro Richard Rodgers
Fachada del Teatro Richard Rodgers
Recientemente publiqué una reseña en este suplemento sobre el libro del autor dominicano Junot Díaz, La Maravillosa Vida Breve de Oscar Wao, cuando en mi reciente visita a la ciudad de Nueva York me entusiasmó la obra musical In the Heights. Recuerdo perfectamente la dinámica que ocurría en Washington Heights, un barrio en el Upper West Side de Manhattan, donde hay una gran concentración de hispanos, mayormente cubanos, puertorriqueños y dominicanos. Aún cuando en treinta años no he dejado de visitar constantemente la gran manzana, no me he acercado por ese vecindario y la obra despertó mi curiosidad en el montaje recién estrenado. Las estadísticas arrojan que la población hispana de este vecindario está arriba del 70%.

Lin-Manuel Miranda, puertorriqueño nacido en Nueva York, es el responsable del libreto y la música. Este artista, de apenas 29 años, es miembro fundador del movimiento teatral de hip-hop y también ha actuado en series como Sex and the City y Los Soprano. Creó la obra musical durante su último año en Wesleyan University como una asignación académica y posteriormente, revisado y mejorado lo presentó en la Conferencia Nacional de Music Theatre. Entre los productores del show se menciona a Kevin McCollum y Jeffrey Seller, quienes fueron también responsables de Rent y Avenue Q, reseñado en mi artículo anterior.

In the Heights se estrenó en 2007 fuera de Broadway y en 2008 en el centro del arte teatral. Ha recibido varios premios, entre los que se pueden contar un Tony Award para el mejor musical del 2008 y también un Tony Award para el mejor guión original escrito para una obra de teatro. Ese año recibió trece nominaciones.

La historia original se le debe a la autora puertorriqueña de ascendencia judía, Quiara Alegría Hudes, que estudió en Yale y Brown, entre otros centros de estudios y tiene una vasta producción literaria. Representa la vida y vivencias durante tres días en la comunidad de Washington Heights y la música y bailes van desde el hip-hop, salsa, merengue y música soul. El elenco está compuesto por más de 15 artistas, todos con cualidades de baile extraordinarias. Tanto la coreografía como los protagonistas que en el play se presentan han recibido críticas favorables por su dinamismo, juventud, escenografía y moderna partitura, así como por la excelencia de la orquesta.

Las escenas son de una cotidianeidad apabullante: la tienda o bodega (el colmado para los dominicanos, la tienda del chino para nosotros), la peluquería y el servicio de alquiler de autos, para rematar al fondo con el puente George Washington Bridge, con quien colinda este populoso vecindario y emblema del mismo. Por supuesto que están presentes las casas donde, en sus balcones, ondean las diferentes banderas de los países de los residentes.

Usnavi, el dueño de la bodega, debe su nombre a la primera visión que tuvieron sus padres cuando arribaron a los Estados Unidos: U.S.Navy. Sueña con regresar a su país. Casi lo logra cuando se da cuenta que su verdadero sitio está precisamente en su barrio y con su abuela, una especie de matriarca de todos, que lo crió. Este personaje, interpretado magistralmente y representando una avanzada edad, no deja de dar sus pasitos en el escenario y reclamar, con justa asertividad, venir de Cuba, especialmente cuando se refiere al barrio de Víbora. Con melancolía relata cantando su salida de la isla en 1943 en una bella canción que desgrana lo que le enseñó su madre desde chica: Paciencia y Fe. Nina, la esperanza del barrio, hija de una pareja de esforzados inmigrantes con un negocio de alquiler de servicios de limosinas, estudia en la Universidad de Stanford, en California, pero se retira de los estudios porque no le alcanza la beca para proseguir su carrera. La actriz que me pareció mejor caracterizada es Daniela, una típica dominicana dueña de un salón de belleza, sitio donde todo el vecindario femenino se reúne a bochinchear. Hay otros personajes que complementan el elenco, como el vendedor de piraguas (en la jerga puertorriqueña lo que para nosotros sería el raspao). No está exento en el play el lumpen artista de graffiti que al final resulta ser el que más loables sentimientos tiene.

Nos tocó asistir a la obra a fines del mes de junio, y la obra se escenifica un 3 de julio, cuando se anunciaba una ola de calor que batiría record. Amanece y Usnavi se apresta a servir lo pertinente de todas las mañanas, café y periódicos y escucha los sueños e historias de todos los vecinos: el empleado de la tienda Rosario quiere un ascenso, las chicas del salón chismean y la mujer que le quita el sueño, Vanessa, quiere mudarse a un apartamento en un lugar alejado de Washington Heights.

Una tras otra se van sucediendo escenas cotidianas de barrio, insatisfacciones, aspiraciones, realidades. Unos se lían entre sí, salen, se descubren, intimidan. Otros pelean y se enteran que uno de ellos compró un ticket en la bodega de Usnavi que fue premiado en la lotería.Se embarcan en cada uno imaginarse cómo se gastarían esa pequeña fortuna.

El día sigue su caluroso desenvolvimiento y la noche atrae a los enamorados, quienes como buenos latinos, se van a bailar a un bar. Lo que viene son escenas delirantes, de gran destreza y música pegajosa. Daniela, la peluquera, es la que mejor baila y, además, posee una potente voz que mezcla hábilmente palabras en inglés y en español, el Spanglish que tanto se oye en ese barrio.

Como en toda historia, hay sentimientos encontrados que atraen a los que los expresan: Nina confiesa sentirse fuera de lugar en Stanford y Benny, el empleado negro que tiene la familia Rosario, se siente un extraño en un barrio latino por ser afroamericano. Sin embargo, baila mejor que muchos caribeños que conozco. El show se lo roba el vendedor de piragua, que con su carrito hace piruetas en la pista y canta una pegajosa canción.

En medio del bailoteo hay un apagón y al día siguiente la bodega de Usnavi amanece saqueada, hasta con la tolda rota. Vuelve a recurrir en sus sueños de volver a la isla de Quisqueya. Nina y Benny consumaron su romance esa noche, para malestar de los padres de ella. Aumenta el calor y los expendios van cerrando uno a uno sus puertas, para siempre, por el saqueo y los problemas financieros. Los latinos tenemos una manera muy particular de capear los temporales y bajar el estrés y es bailando, así que se forma otra vez la danza febril, cuyo propósito principal es el que los enamorados se den cuenta de que pueden perder su oportunidad si no la toman en ese momento.

Llega el momento casi cumbre de la obra, cuando Usnavi revela que la ganadora del billete de lotería es la abuela Claudia y casi inmediatamente, anuncian su muerte. Los padres de Nina anuncian que han vendido el negocio para hacerle frente a los gastos de la universidad de su hija y Daniela toma control otra vez del baile, cerrando el salón y cantando otra vez la célebre “No me diga”. Demuestra también su altruismo saliendo de fiadora a Vanessa para que se mude al barrio al que aspira.

Amanece el tercer día y Usnavi ve la desolación que se apodera de su querido barrio: su negocio saqueado, la peluquería cerrada y el servicio de limosinas de los Rosario ostentando el viejo aviso de un servicio irlandés y una panadería judía. El lumpen del barrio, bueno para nada, asombra a todos con un retrato de la Abuela Claudia en el muro de la bodega, que le ha tomado hacer toda la noche. Se devela la obra y Usnavi se da cuenta de que su lugar está allí y no en la isla donde no ha vivido jamás.

En lo personal disfruté cada minuto de la obra, cada canción y cada indumentaria (Carnaval del Barrio) así como me conmovieron los sentimientos que se dejan entrever entre los protagonistas y sus personificaciones. Algunos le llaman el West Side Story latino moderno, por su canto al amor. Para mí tiene su peso propio. Creo que faltó la mujer con rollos que tan común es en nuestros barrios, pero la producción es nítida en detalles, coreografía y sobre todo, la música es una exquisita mezcla del inglés que machacan los emigrantes latinos en las alturas del puente George Washington, que se admira al fondo.