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RECORDANDO A LUIS SEPÚLVEDA

Por Mariela Sagel, Vida y cultura, 3 de julio de 2020, La Estrella de Panamá

     El avasallamiento que ha representado la pandemia del Covid-19, solo nos trae noticias de muertos. No quisiera convertir este espacio cultural en uno necrológico, pero en el caso de la semana pasada, cuando reseñé la estupenda obra del catalán Carlos Ruíz Zafón (que no murió por causa del virus) y ahora el del chileno Luis Sepúlveda (que sí fue víctima de ese mortal virus) es importante que los lectores conozcan la trayectoria que han tenido aquellos que nos han marcado con sus historias, a través de sus libros.

     Luis Sepúlveda fue un escritor chileno que vivía en España al momento de su muerte, con apenas 71 años.  Era mundialmente conocido por “Un viejo que leía historias de amor”, inspirada en una experiencia que tuvo conviviendo con los shuar, publicada en 1988. Los shuar son una tribu indígena amazónico, considerado el más numeroso del área de las selvas de Perú y Ecuador. También son conocidos como “jíbaros”, nombre que les dieron los conquistadores españoles.  Ese libro se convirtió en un superventas de 18 millones de copias en numerosas ediciones, a la vez que fue traducido a más de veinte idiomas y texto de lectura en colegios y universidades.  Se le considera un canto de amor a la literatura, la lectura y la conservación de la naturaleza.

     Además de escritor, era periodista y cineasta, y nos dejó una herencia literaria de unas 35 obras, casi todas publicadas por la editorial Tusquets.  En los últimos años estableció su residencia en Oviedo, Asturias, y fue el primer paciente de Coronavirus en esa provincia y el segundo chileno contagiado.  Después de 48 días en coma y con respiración asistida, falleció.  El mundo entero se hizo eco de su deceso porque era muy conocido por sus magníficas novelas, ya que estaba inscrito en una nueva corriente literaria hispanoamericana que según el mismo autor “se ha separado del realismo mágico y se plantea, de una manera creíble, la magia de la realidad”.  Su lenguaje es cristalino, escueto y preciso, exsuda aventura y emociones y para los que lo hemos leído, no se olvida esa manera de contar historias.

LUIS SEPÚLVEDA

     Nació en un hotel de Ovalle, en la región de Coquimbo, al norte de la capital chilena y las circunstancias de su nacimiento fueron marcadas porque su madre era menor de edad, y se había escapado con su padre, al que habían denunciado por rapto sus abuelos maternos, que se oponían a esa unión.  El padre de Sepúlveda era un militante del Partido Comunista y dueño de un restaurante y su madre, enfermera, era de origen mapuche.  De allí sus rasgos indígenas.

     Siempre alardeaba de que había nacido rojo, profundamente rojo, y nunca renunció a sus convicciones ideológicas, aunque fue expulsado del partido al que pertenecía su padre y se afilió a uno de corte socialista.  Estudió teatro, graduándose de director, para posteriormente cursar estudios en la prestigiosa universidad alemana de Heidelberg en ciencias de la comunicación.

Luis Sepúlveda

     Fue un escritor precoz, su primer libro de poemas lo publicó a los diecisiete años.  A los veinte años ya había reunido suficientes relatos que se compilaron como cuentos en el libro “Crónicas de Pedro Nadie”.  Después, se embarcó como pinche de cocina en un barco ballenero.  Era un viajero impenitente, escribía crónicas de viaje donde siempre se trasluce el amor que tenía por la naturaleza.  Apoyó el gobierno de la Unidad Popular, la coalición de partidos de izquierda que llevó a Salvador Allende a la presidencia.  En esos años conoció a la que sería su esposa, con quien se casó para después separarse y reencontrarse en Alemania veinte años después.  Carmen Yáñez, poetisa, también fue contagiada por el virus, pero no sufrió la gravedad de su marido, saliendo del hospital dos días después que éste muriera.

     Estuvo preso durante tres años, condenado a una pena de 28 años de cárcel, la que le fue conmutada por 8 años de exilio.  De Chile se fue a Buenos Aires, en 1977, después a Uruguay y a Brasil.  Siguió deambulando por Paraguay, Bolivia, Perú y Ecuador (allí conoció a los indios Shuar) y se alistó en la Brigada Internacional Simón Bolívar, partiendo a Nicaragua a fin de luchar en la Revolución Sandinista.

     Una vez logrado el poder en ese país centroamericano, se fue a Hamburgo, Alemania, donde trabajó como corresponsal de prensa y escribió relatos, teatro y novelas.  Estuvo en esa ciudad catorce años, se incorporó al movimiento ecologista, como corresponsal de Greenpeace, atravesando por mar el mundo entero.

SUS OBRAS

     Sentía como obligación de ser escritor la de contar bien una buena historia y no cambiar la realidad, porque según decía “los libros no cambian el mundo, lo hacen los ciudadanos”.  Se creó un “alter ego” llamado Juan Belmonte, exguerrillero y escolta de Salvador Allende para la novela “Nombre de torero”, publicada en 1994.  Este personaje tiene como objetivo hacer memoria y combatir “a quienes defienden la amnesia como razón de estado”, como se quiso hacer en Chile.  Belmonte vuelve a reaparecer en “El fin de la historia”, publicada en 2017, donde lo coloca viviendo en una casa frente al mar en el extremo sur de Chile junto a su esposa, que no se recupera por completo de las torturas que sufrió durante la dictadura.  A ese Belmonte crepuscular y desencantado, después de haber librado mil batallas, muchas con Salvador Allende, se le aparece el pasado en forma de encargo.  Los servicios secretos rusos lo necesitan a fin de neutralizar los planes de un grupo de cosacos que pretenden liberar de la cárcel a un conocido torturador pinochetista, condenado por crímenes contra la humanidad.  La historia va de la Rusia de Trotsky al Chile de Pinochet, de la Alemania nazi a la Patagonia de hoy, atravesando la historia del siglo XX.  Esta novela, enmarcada en el género policíaco, desempolva los recuerdos más dolorosos de quienes pasaron por Villa Grimaldi, uno de los más terribles campos de concentración del gobierno de Pinochet.

     “Un viejo que leía historias de amor” fue llevado al cine con guion del propio autor, bajo la dirección de Rolf de Heer y cuyo protagonista es Richard Dreyfuss.  A partir de la publicación de ese libro siguieron las novelas “Mundo del fin del mundo” y la ya mencionada “Nombre de torero”, el libro de viajes “Patagonia express” y los libros de relatos “Desencuentros”, “Diario de un killer sentimental”, “Yacaré” y “La lámpara de Aladino”.  La vuelta de tuerca la dio “Historia de una gaviota y el gato que la enseñó a volar”, que se convirtió en un clásico para muchos jóvenes. También tiene en su larga bibliografía el libro “Historia de un perro llamado Leal”, un relato puro y emotivo sobre un pastor alemán que estuvo en libertad de cachorro, viviendo con los mapuches y teniendo de compañía a un niño indio, con el que aprendió a respetar a la naturaleza y a todas sus criaturas.

     “Historia de una gaviota y el gato que la enseñó a volar” también fue llevada al cine como una película de animación por el director italiano Enzo D’Alo, en 1998, en la cual el propio autor dobla el personaje en italiano y español.  Establecido en Gijón, Asturias, fundó y dirigió el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, que se celebra tradicionalmente en mayo.

     Muchas de sus historias han sido adaptadas a cortometrajes en Grecia, Italia y Francia y el cuento “Cuando no tengas un lugar donde llorar” fue adaptada al cine por la Escuela de Cine de Londres, en 2010.  Otros de sus guiones fueron largometrajes premiados, así como documentales en festivales de Marsella y Venecia.  Trabajó junto a su compatriota Miguel Littín, quien estuvo hace un par de años en Panamá, en el guion “Tierra del fuego”, que dirigió Littín. En 2011 se filmó una película sobre su vida para un canal francoalemán, titulada “Luis Sepúlveda, el escritor del fin del mundo”.

     Merecedor de muchísimos premios, su última novela, publicada el año pasado, se titula “Historia de una ballena blanca”.  Sus libros de aventuras entroncaban de alguna forma con la tradición decimonónica de Julio Verne o Joseph Conrad.  Sobre su narrativa se han emitido muchos elogios.  “Sepúlveda narra con una solvencia y una sencillez que muy rápidamente envuelven al lector en un mundo ajeno que sin querer lo va haciendo suyo” ha dicho El País.