Publicado en El Siglo, el 4 de julio de 2022.
A quienes le sonaba algo muy remoto, sofisticado y que no nos afectaría, el cambio climático, llegó para quedarse.
Con la prematura y repentina entrada del verano en el hemisferio norte, se han vivido temperaturas muy elevadas en los meses de mayo y junio, y no quiero ni imaginarme lo que serán los meses más agobiantes, julio y agosto.
El invierno fue fuerte, largo, nevado y prolongado, y en los países que practican los deportes de esquí, por ejemplo, tuvieron avalanchas, deslaves, algunos mortales. De igual forma ha habido inundaciones donde nunca las ha habido, vendavales que destruyeron viviendas y causaron muertos y tormentas de arena.
Todo este desbalance no es otra cosa que el abuso al que hemos sometido a nuestro planeta, el desperdicio de los recursos naturales, el mal tratamiento de los deshechos, los ríos que se usan como basureros, las tuberías donde se deposita el caliche y se solidifica, causando obstrucciones que se convierten en verdaderas represas cuando llueve en abundancia.
En Panamá el verano tuvo un paso fugaz porque no dejó de llover en la temporada que supuestamente es seca, aunque eso beneficia nuestro Canal Interoceánico.
Todas las especies, tanto animales como las plantas necesitan pausa y orden en sus ritmos de vida y cualquier alteración los confunde. La migración de aves, de peces, tortugas, ballenas, así como la floración de ciertos árboles andan como locos sin entender las temperaturas ni las súbitas precipitaciones.
Siempre he sostenido que lo que nos enseñaban en la escuela, que se llamaba “educación para el hogar”, clases en las que algunas aprendimos a coser y bordar, debería adaptarse a materias que enseñen sobre la conservación, el reciclaje, el entender la gravedad de lo que nos viene encima si no tomamos medidas ahora. Por lo menos podemos empezar en casa, con nuestros hijos y nietos, a enseñar con el ejemplo.