Desafío a la edad y gravedad
MARIELA SAGEL
Facetas, 17 de noviembre de 2013
En determinado momento de la vida nos planteamos qué quisiéramos hacer antes de morirnos y empezamos a enumerar las maravillas del mundo que nos gustaría visitar. En esta lista bien podría estar la formación rocosa que se conoce como ‘Preikestolen’ (‘Púlpito’, en español), ubicada cerca de Stavanger, al suroeste de Noruega. Recientemente, un par de amigos me arrastró a sus alturas. En realidad, mi visita a su país les sirvió de excusa para hacer algo que ellos deseaban hacer desde hace años.
El ‘Púlpito’ es un risco que se erige sobre Lysefjord (el fiordo de la luz). Este último penetra la geografía nórdica desde el Mar del Norte unos 42 kilómetros, bordeado de paredes rocosas casi verticales que tienen unos mil metros de altura.
La cima del ‘Púlpito’ es una meseta con dimensiones de 25 metros por 25 metros y que en caída libre tiene una diferencia con el fiordo de unos 600 metros. Para llegar a su cima se debe recorrer un camino bastante tortuoso y accidentado. Si se está en buenas condiciones el camino debe tomar unas tres horas dependiendo del clima.
No es un paseo. El ascenso se realiza a través de unos escalones de roca de diferentes alturas, desprovistas de asas para agarrarse. Si el ascenso es difícil, la bajada, por otra parte, es realmente demencial.
FORMACIÓN ROCOSA
El ‘Preikestolen’ es impresionante. El risco sobresale sobre el fiordo, así que no es apta para personas que sufran de vértigo. Todos los años se mide su dimensión y altura y no se registran mayores variaciones. Sin embargo, cuenta la leyenda que un día cualquiera el Púlpito cederá y caerá al fiordo (pareciera que existe una base geológicas para esta tradición). Según el mito, esto ocurrirá cuando cinco o siete hermanos se casen con cinco o siete hermanas (las cantidades varían dependiendo de dónde se escuchen). Esto no lo veo probable, toda vez que los noruegos no son de tener muchos hijos. Es uno de los países que menor tasa de natalidad posee en el mudo.
La ‘Preikestolen Foundation’ se encarga del trazado y mantenimiento de caminos para turistas. Hace unos años, contando con un alto presupuesto y enfrentándose a la realidad de mejorar los senderos y ensancharlos, contrataron a 14 sherpas (originales de Nepal, pobladores del Himalaya), que invirtiendo unas 3 a 4 mil horas de trabajo en la ampliación de los senderos -hasta en 2 metros- acodando las piedras para que no cedieran a pesar del uso. Había cuatro áreas que mejorar, que mostraban deterioro y podían provocar accidentes.
Los ‘sherpas’ son conocidos por su fortaleza física y son usualmente contratados en proyectos similares. Tienen una técnica muy particular para cortar y mover rocas y peñascos. Además que están dotados de un corazón fuerte, pulmones más grandes y su sangre tiene más glóbulos rojos.
EL ASCENSO
Cuando uno empieza a ascender hacia el ‘Preikestolen’ cree que va sobrado. La primera parte del sendero es bastante suave, con lugares de descanso con mesitas de picnic y vistas espectaculares, dentro de las mejores tradiciones noruegas. Uno transita por espacios planos donde han construido caminos de madera que van sobre lagos glaciares. Una ‘T’ roja marca por dónde ir y no se crean que es un camino recto, al contrario, es muy sinuoso y laberíntico.
Desde que iniciamos el ascenso encontramos unas piedritas que decían ‘Jesus loves you’ y que , al igual que la ‘T’, las seguimos observando a lo largo del sendero. La segunda parte se vuelve muy dificultosa, escarpada y fuerte y demanda de mucho esfuerzo y ganas de llegar a la cima, no importa lo que uno tenga que hacer. Más de 200 mil personas lo visitan al año y uno ve muchas familias, muchos extranjeros y hasta adultos muy mayores con bastones de ‘hiking’ retando la gravedad y la edad.
Hace frío, a pesar de ser un día soleado. El sendero es sinuoso, por lo que se gasta mucha energía. Hace falta ir bien equipado, abrigado e hidratado, por lo que llevamos agua, frutas y unas barritas de kit kat, además de nuestras cámaras.
Nos consumen las ansias de llegar a la meta. Aún así, disponemos de tiempo. No nos interesa romper ningún récord. Durante el trayecto se nos ocurre que hubiera sido una mejor idea haber traído unas botas de senderismo. Pero definitivamente que éstas hubieran ocupado mucho espacio en el equipaje. Así todo mi apoyo se reduce a unas simples zapatillas para caminar y un bloqueador de sol (tuvimos la suerte de que nos hizo un día estupendo).
LA CIMA
Una vez arriba, en un día claro, la vista es impresionante. A mí me entró un ataque de vértigo por lo que no me acerqué mucho al borde, pero por lo general los visitantes se toman fotos con los pies colgando sobre el vacío (apenas una semana después de que lo subimos, un ciudadano español cayó desde allí, lo que puso al ‘Púlpito’ en el foco de atención).
La sensación de estar allá arriba es realmente única. Es algo incomparable, que ni en las atalayas de la Muralla China la he sentido. Y eso es decir mucho.
Cuando uno inicia el descenso (se está arriba una media hora, el tiempo justo para emprender el regreso antes que sea de noche, porque no hay luces que alumbren el camino) se da cuenta del estropicio que fue subir, pero que es más difícil bajar. Mis amigos -siempre tan cuidadosos conmigo- me preguntaron, cuando ya estábamos llegando al lugar de donde partimos, si yo tenía bien mi presión sanguínea y mis huesos. Esa hubiera sido una advertencia que debían haber tomado antes de emprender esta aventura, por lo que me moría de la risa ante tal interrogante. Les respondí -tal como íbamos encontrando a lo largo del camino- ‘Jesus loves me’.
Uno llega al punto de partida o de vuelta -como se quiera ver- desde la ciudad maravillosa de Stavanger y por medio de un ferry al poblado de Tau. Nosotros nos quedamos esa noche en la ribera del lago Refsvatnet, en esa población, en un hotel acogedor y muy ecológico que se lució con una cena espectacular. Por muy buenas condiciones que uno tenga siempre usa, en estos esfuerzos, unos músculos que generalmente están en desuso, por lo que los próximos días nos dolía hasta el cabello. Pero la experiencia valió la pena.