El documento original en el que trabajamos señala que ‘no contamos con otras armas que nuestras convicciones y denunciamos enérgicamente las políticas educativas que reducen las horas y las asignaturas de Humanidades y Ciencias Sociales, haciendo fusiones y malabares, conducentes a una menor calidad de la formación de nuestros estudiantes en materia de Ética Ciudadana, Conciencia Histórica e Identidad Nacional. Estas decisiones acarrean, además, descalabros en la oferta académica universitaria de las humanidades y las ciencias sociales, dejándoles en un limbo laboral. Y al país lo conducen a un tecnicismo mercantil, sin pensamiento propio ni identidad. Este es el contexto que explica la Ley 407, que elimina el curso de Historia de las Relaciones entre Panamá y Estados Unidos’.
En las reuniones preliminares era marcada la participación de los llamados ‘intelectuales’, reclamando con justicia que expresábamos ‘nuestra protesta más enérgica por la eliminación, en las listas de textos obligatorios, emitidas por el Ministerio de Educación, de nuestros autores íconos de nuestra nacionalidad: poetas, novelistas y ensayistas. Ha sido una decisión arbitraria e inconsulta que borrará de la memoria de nuestra juventud el sentimiento de pertenencia y el compromiso ciudadano con el pasado colectivo de los panameños, con nuestra cultura literaria, con nuestro patrimonio material —museos y monumentos históricos nacionales’.
A raíz de una segunda reunión y de ese primer boceto de comunicado, muy variado y a veces encontrado ha sido el debate entre los que hemos participado, que ya no se circunscribe a los que siempre estamos reclamando que debemos revisar la historia de lo que hemos sido y de cómo nos hemos gestado, sino que ha trascendido a personas que les preocupa —como debe ser a todo ciudadano responsable— que el país esté dejando de ser una nación para convertirse en un negocio.
Los gatillos se han disparado todos al mismo tiempo y por eso digo que es otro frente, porque pareciera que tenemos que hacer un frente para todo: para la defensa de la democracia, para protestar contra la construcción del viaducto de la tercera fase de la Cinta Costera, por el rescate de la historia; en fin, estamos buscando a un Panamá que nos están arrebatando por todos lados y lo peor es que nosotros lo estamos permitiendo. Lo permitimos día a día en la falta de acciones que clamen a voz en cuello que basta ya de tanto despojo, que respeten los que hicieron posible que hoy nos vanagloriemos de un crecimiento económico sin precedentes y que, como dice a diario una serie televisiva, ‘el que olvida su historia, está condenado a repetirla’.
El rescate de nuestro pasado debe ir cónsono con el crecimiento del que aparentemente gozamos. Independientemente de las corrientes de pensamiento que tan vehementemente han esgrimido los más conspicuos miembros de este selecto grupo, todas sólidamente sustentadas y de apropiarnos de la tecnología para hacerla un instrumento de desarrollo y no estar sometidos a ella, debemos mirar con luces largas que en la educación y en la cultura deben sustentarse todas, no una, las proyecciones de crecimiento. Panamá es hoy un país rico, gracias a la nacionalización del Canal, podemos pagar con creces las necesidades básicas de la población y una educación pública de excelencia si nos lo proponemos. Así lo demuestra desde el más adepto defensor de las teorías liberales como los más recalcitrantes opositores a este liberalismo. El asunto es ponerse de acuerdo antes que sea muy tarde.