El Orinoco es el segundo río más caudaloso y largo de nuestra América, después del Amazonas —aún más que el Magdalena, tan enaltecido por autores célebres y filmado con gran belleza— y su cuenca se extiende, en un 65% por territorio venezolano, y el resto en Colombia, bañando los llanos y un tramo en la gran Cordillera de los Andes. Estoy segura de que los venezolanos también lo han recreado en su filmografía y Rómulo Gallegos se refiere a él en su novela Doña Bárbara.
Hay un dicho que reza, Cosas del Orinoco, que yo no sé ni tú tampoco. La primera vez que lo escuché me encantó, porque resume realmente cosas que uno no entiende, que no se explica, y que son intrínsecas de algunas idiosincrasias, especialmente aquellas tan particulares como la de los países que circunda el citado río.
Todo esto viene a colación por mi artículo del pasado domingo. Me sentí muy halagada cuando Domplín lo mencionó en su programa, pero aclaro que yo no estaba regañando a nadie. Tuve muchas llamadas y mensajes inquiriendo por el significado de la palabrita “siútico”, que es un chilenismo aprobado por la Real Academia de la Lengua y significa una persona que simula pertenecer a una clase social pudiente. Es una persona que presume ser elegante o sea, snob. Me apuntó una amiga chilena que se usa en forma despectiva.
Pero como no puedo dejar de darme cuenta de los horrores de los comunicadores, especialmente los que hablan al calor de las emociones y más en estos momentos —en una recta final electoral agotadora y desgastante, además de descalificadora y degradante— justo a la misma persona a quien le escuché el mal uso de “desasosiego”, la volvió a repetir en la radio, queriendo decir todo lo contrario. También vi asombrada a un alto funcionario decir en TV que las recientes acciones tomadas por el gobierno en materia de seguridad eran “tardíacas”, supongo que queriendo decir que eran tardías.
Más sorprendente fue leer un anuncio pagado del Frente Empresarial del PRD que decía, textualmente, Aviso «aprovado» por el partido. Los programas de procesamiento de palabras corrigen automáticamente los barbarismos como éste. Pero hay más: En el segundo capítulo de la novela del colombiano de la colita, David Murcia, en Telemetro se leía un cintillo que decía que un teléfono determinado “recive” comentarios de lo que se estaba transmitiendo. No sé si es una consigna para seguir esparciendo la incultura en el aire que respiramos y que reseñó muy bien el periodista Paco Gómez en su artículo Cero en Cultura , refiriéndose al desempeño de los candidatos a la Presidencia en el malogrado debate que organizó hace un par de semanas la Cámara de Comercio.
Pero así como son las cosas del Orinoco, las de la tecnología tampoco las entendemos. Cuando apenas empezamos a sentirnos cómodos con una versión de un lenguaje computacional tenemos que saltar a otra más sofisticada. Con los teléfonos celulares he tenido mala suerte. En menos de un año me han cambiado el equipo cuatro veces, y con cada cambio —por defectos de fábrica del modelo que escogí, no por mal servicio del proveedor— he perdido casi todos los números de teléfono. Así que, por favor, envíenme sus números a mi dirección electrónica y, de paso, me ayudan a entender las cosas del Orinoco, aunque ni ustedes las entiendan ni yo tampoco.