Darle valor a la cultura
MARIELA SAGEL
La Estrella de Panamá, 25 de noviembre de 2012
Apenas el domingo pasado disfrutamos de uno de los certámenes que más prestigio ha ganado en los últimos años, el Concurso Nacional de Oratoria, que en cada versión asciende en categoría y en calidad, alrededor del cual se generan otros eventos igualmente importantes. Este año el jurado era de muy alto nivel y los conductores fueron taquilleros. A fin de cuentas, era también un show de televisión que buscaba rating.
Fue realmente grato que los chicos fueran tan recursivos con la palabra y el manejo del tema. Me fijé mucho en el lenguaje corporal y hasta se me saltaron las lágrimas cuando ganó la chiricana. Los había visto durante la semana previa en un debate televisivo y sabía que el jurado la tendría duro por lo buenos que eran casi todos, por algo llegaron a ser los 11 finalistas.
Como me estoy leyendo el libro Guerrillero del Tiempo, que es una compilación en dos tomos de conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, resalto lo que él mismo dice sobre la expresión oral: ‘considero que uno es siempre más libre cuando habla que cuando escribe’. ‘El discurso hablado está bajo una tensión mucho mayor, la del esfuerzo general para convertir en palabras todas las ideas y transmitirlas’. Si alguien en el mundo puede precisarse de ser orador, es el Comandante. Destaco que la selección que hicieron los finalistas de los temas de improvisación me dieron un atisbo de esperanza de que nuestra juventud no está del todo perdida.
Cuando vi a los muchachos participando en el debate televisivo y les hicieron preguntas sobre el gobierno y sus representantes, fueron muy diplomáticos y no se comprometieron en críticas, pero tampoco en elogios. Al improvisar, fueron desgranando casi todos los males que aquejan a la población y que saltan a la vista. Le dieron un gran valor a la educación y la cultura y rescataron los valores cívicos y éticos.
Me cuesta creer que sea ese mismo ministerio que pasó la Ley 48 del 14 de agosto de 2012, que elimina la materia de Historia de las Relaciones de Panamá y Estados Unidos y pasó el decreto y la ley sobre la actualización de libros de consulta escolar, que saca de un zarpazo a los escritores de la nacionalidad panameña sea el principal auspiciador del concurso y que lo haga con tanto entusiasmo. Precisamente la semana pasada el Movimiento Ciudadano por el Rescate de la Identidad Nacional lanzó su manifiesto en torno a este tema y los comentarios que recibí de los jurados extranjeros que prestigiaron el certamen fueron que era inaudito que se pretenda borrar la historia de nuestro país.
Deberíamos encargar a un experto en economía a que determine lo que las manifestaciones culturales aportan al PIB, y cuando me refiero a ellas no solamente es a lo que la mayoría entiende por ser ‘cultos’ —término casi peyorativo hacia una elite— sino a las cantaderas, los bailes folclóricos, las carimañolas, artesanías, etc., que, si se saben amalgamar al turismo, da rédito, pero no se dan cuenta. Nuestros monumentos se desmoronan y se pretende construir una ciudad de las artes en vez de rescatar lo que está en vías de desplomarse. Hay que costear lo que cuesta no prestarle atención al potencial cultural que tiene nuestro país. Es urgente reformular el presupuesto nacional para invertir con prioridad en una educación integral y de excelencia.
En el exterior del Instituto Nacional, donde está la bandera en hilachas que quisieron izar los mártires de Enero en 1964 y que no ha habido la voluntad de tantas campañas de responsabilidades sociales de restaurar hay un grafiti (que también es expresión cultural) que dice: ‘no borrarán con tinta la historia que se escribió con sangre’. Deberíamos darle una vuelta a la ministra frente al Nido de Águilas.