De albures y tropiezos
Un gran tropiezo fue lo que tuvo el alcalde Vallarino al anunciar que, en vista de que unos ancianos no tenían carne que comer, el Municipio no iba a patrocinar el pabellón infantil en la V Feria Internacional del Libro. Ese pabellón ha permitido, en cada una de las versiones anteriores, a más de 30 mil niños tener contacto con el conocimiento a través de los cuentos, de juegos y de muchos otros métodos de enseñanza.
La opinión pública se levantó iracunda y el burgomaestre tuvo que reconsiderar su negativa. La explicación no fue del todo potable, pero en resumidas cuentas, el erario municipal desembolsará unos 30 mil dólares en esta fiesta cultural que debería ser prioridad para todos los gobiernos, versus los cinco millones que se le dan al desenfreno del carnaval en la Transístmica, que lo que hace es hundirnos más en la incultura.
Parece que al ex bailarín le interesa más ser héroe que alcalde, ya que su antecesor apoyó con denuedo todas las ferias realizadas. O que no quiere calzar sus zapatos, porque seguramente, le van a apretar. Una vez superado el obstáculo —después de una masiva campaña de opinión adversa en los medios de comunicación, electrónicos y de boca— todos esperamos que la feria sea más exitosa este año y con mejores resultados que los anteriores. Algunos funcionarios de muy alto nivel mostraron absoluta solidaridad con la Feria y sus organizadores.
Otro evento que nos mantuvo en vilo fueron los resultados del toque de queda que se implantó en la ciudad. Según mi criterio, el toque de queda debería estar vigente en todo el país, cerrar los bares a las dos de la mañana y que no circule un alma por las calles. En Montreal, hermosa ciudad canadiense franco parlante, en los supermercados no venden alcohol después de las 11 pm ni en las bodegas de conveniencia, y en los SAQ, versión de Mi Amiga, la más céntrica cierra a las nueve de la noche. En Boston, los bares cierran a la una de la mañana y no venden licor el fin de semana después de ciertas horas.
Aplaudo esta iniciativa del ministro de Gobierno y de la Gobernación, porque nada tienen que hacer los muchachos en la calle a altas horas de la noche y menos en regatas, chupatas y escándalos, para molestia de los vecinos y aún más inquietud de sus padres. Ojalá que copiemos lo que hacen otras ciudades, que son seguras y además, ofrecen de todo sin entrar en mojigaterías y falsos pudores.
Y dado que los estrenos de los nuevos funcionarios dan, como siempre, mucho que hablar, todavía no entiendo muy bien la exposición de motivos de la ley que pretende regular los correos electrónicos, las conversaciones por celular (como si no se estuvieran haciendo desde que entró la banda celular a Panamá) y otros intercambios cibernéticos. Parece que el gobierno se va a convertir en el principal “hacker” que se haya conocido jamás, y de manera legal.
Ojalá Lizbeth Salander, la protagonista de la trilogía Millennium fuera de verdad, pues le daría cátedra a las entidades de seguridad —ya de por sí duplicadas de manera inentendible y las que auguro se estarán peleando dentro de poco—. Con el zangoloteo del albur* del nuevo inquilino de El Hatillo, no he tenido tiempo de estudiarla y por ende, opinar con propiedad, pero me temo que nos retrotraeremos a la clave Morse si necesitamos enviar mensajes comprometedores. Dios nos agarre confesados.
*En el momento de marcharse precipitadamente de un lugar.