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DE PRESIDENTE A PRESIDIARIO

Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 24 de junio de 2018

Todo comenzó cuando a mediados del mes de mayo la defensa de Ricardo Martinelli incorporó a dos abogadas que, en conferencia de prensa, dijeron tantas sandeces que provocaba invitarlas a que vinieran a Panamá para que comprobaran que lo que les había dicho su nuevo cliente eran puras mentiras.  Dos semanas después, y en forma súbita, un viernes por la tarde (para colmo del sobresalto) se anunció que se le extraditaba a Panamá.

Las redes se activaron con los trolles y el call center de los CD’s y el lunes, cuando Juan Carlos Varela, el actual presidente, –que fue el vicepresidente de Martinelli y canciller por 26 meses, a quien el primero le juró amor eterno, se aprestaba a marcharse a Rusia, poniendo la excusa de que se iba a reforzar la enseñanza del ruso en Panamá pero con el propósito a todas vistas de asistir a la inauguración de la Copa Mundial de Fútbol—- un avión privado con un pasajero peculiar, vestido de preso y esposado despegaba en la madrugada de un aeropuerto de Florida.  Faltaba un día para que el expresidente cumpliera un año de estar en una cárcel estadounidense sin mayores privilegios, como un delincuente común.

Todo apuntaba a que el avión aterrizaría en la antigua base aérea de Howard, pero al final lo hizo en el viejo aeropuerto de Tocumen, forzando tanto a los medios, reporteros internacionales y su propia familia, a corretearlo.  La cancillería manejó de forma muy deficiente un asunto que demandaba transparencia del proceso y a Telemetro mandaron a una funcionaria que se enredó tanto en las explicaciones de por qué viajaba custodiado por los “marshalls”(que garantizan el cumplimiento del sistema de justicia y se encargan de los delincuentes), por qué no se conocía el plan de vuelo, y por qué se hacía la extradición de esa manera que la señora acabó contradiciéndose a sí misma.

Todos vimos la llegada de un Ricardo Martinelli eufórico, haciendo la señal de la victoria, rebosante de salud al ser conducido al Centro Penitenciario El Renacer.  En la tarde, en la audiencia que dirigió el magistrado que fungió como Juez de Garantías (y que superó esa etapa del proceso de manera magistral) vimos a un Ricardo Martinelli que se puso a llorar desconsolado cuando supo que su año en prisión, que no fue ni parecida a la que gozó el exgeneral Manuel Antonio Noriega, no contaba para la condena que se dará por el caso de las escuchas ilegales. Suena patético y más lo fue presenciarlo.  ¿Dónde estaba el bravucón que se creía dueño del país y que amenazaba a todo el mundo?

El siguiente episodio fue que la tropa de abogados que tiene contratados señaló que el reo se sentía mal y trajeron a un doctor que sin estetoscopio y sin aparato de tomar la presión, dictaminó que el individuo tenía arritmia y presión alta y ante la pregunta del Magistrado Mejía de que si podría sufrir muerte súbita dijo que sí, por lo que, por razones humanitarias, esas que él no tuvo en todos los desmanes que cometió durante su gestión, se le envió a cuidados intensivos del Hospital Santo Tomás.

Luego de un par de días de exámenes volvió al Renacer y se le vio saltando como cuando hacía los comerciales de su campaña, de colchón en colchón, acompañado de su fiel adlátere Camacho.  Una semana después, en otra audiencia larguísima, que se extendió hasta altas horas de la noche, se decidió sobre el cambio de medida cautelar que habían solicitado sus abogados.  Lo presenciado allí fue algo que no cabe en el concepto de circo, porque a un circo uno va a relajarse.  Después que en su primera comparecencia había dicho que sufría de cáncer, en ésta dijo que no sabía quién había inventado eso.  Volvió a ser el mismo desequilibrado mental que gobernó al país por cinco años y que nos enterró en la inmundicia y la creencia de algunos de que “robó, pero hizo”.  Amenazó con demandar a todos los que hemos estado opinando sobre su caso igual que hizo cuando se presentó en una asamblea de accionistas y dijo que tenía el “dossier” de todos los presentes. Fue tan obvio que la logorrea la tenía alborotada que el fallo de los magistrados de la Corte Suprema fue unánime: volvía para el Renacer.

En la desaforada carrera hacia ese centro de reclusión, la Policía Nacional detuvo e impidió que periodistas de dos canales de televisión filmaran su regreso y la explicación que dio el director ahonda más la sospecha de que el gobierno no está manejando este caso con profesionalismo ni transparencia.  Para rematar, se conoció al final de la semana que el ex presidente que corrió a refugiarse en el Parlacen, al que había llamado “una cueva de ladrones”, renunciaba al mismo, a fin de ser juzgado por la justicia ordinaria.  Este caso va para largo así que armémonos de paciencia y fe.