De taxis y textos
MARIELA SAGEL*
Publicado en La Estrella de Panamá el 10 de Enero de 2010
Es alentador que el gobierno no haya dado una extensión adicional al ya pospuesto compromiso que adquirieron los conductores de taxi de manera que todos uniformen sus vehículos al color amarillo. Varias prórrogas se habían concedido y no debía extenderse ni una más, especialmente por el pésimo servicio que brindan. Sin embargo, me cuentan mis amistades que los utilizan que tanto las piqueras organizadas como los independientes han festinado el hecho que no pueden circular aquellos que no estén pintados para incrementar el precio de los traslados. Encima del abuso, las condiciones de la mayoría de ellos no son las mayores y a veces es un riesgo el subirse a uno por lo malogrados que están estos vehículos, muchas veces causados por el manejo desordenado y la forma arbitraria que detienen el tráfico y que causa la mayoría de las veces accidentes y abolladuras que nunca reparan. Y encima no cuentan con un medidor para cobrar por lo justo de los desplazamientos.
Leía recientemente, en la biografía de Gabriel García Márquez escrita por Gerald Martin, “ Una vida ”, que para el escritor colombiano los conductores de taxis son una fuente de conocimientos inconmensurable. Eso es definitivo y mucho más valedero en ciudades como Bogotá o México (por no decir Buenos Aires, donde hasta a abogados les toca, en épocas malas, conducir taxis) donde además de conocer la historia de la ciudad, saben quiénes la han hecho —próceres, artistas plásticos, escritores, por decir lo menos—.
Sin demeritar a los nuestros, es cierto que son un recurso valioso para saber qué candidato tiene posibilidades de llegar a un puesto de elección, o qué político tiene la antipatía de la masa, pero no llegan a tener mucha cultura, porque nuestra educación no permea ni siquiera desde la casa, mucho menos en la escuela. La gran mayoría tiene un gran conocimiento de los bochinches de la farándula o de los deportistas, pero desconoce principios fundamentales de nuestra historia patria y ni remotamente por qué se erigió tal o cual monumento o quiénes son los ilustres intelectuales que han dado lustre a Panamá.
Yo personalmente trato de conversar con los conductores de taxi cuando me toca utilizar sus servicios y es cierto que poseen una gran sabiduría, pero es muy popular y, aunque de ella también se aprende, desearía que además de conocer cuál ha sido el mejor timbalero de la salsa, supiera quién es Rogelio Sinán, el autor de la Isla Mágica y escritor emblemático de nuestra literatura.
Todo este rodeo para volver a recalcar la poca educación que tiene nuestra población. Y la misma se verá acrecentada ante la inminente concesión de una cuantiosa licitación de textos escolares hechos fuera del país y que difícilmente van a ser adaptados a nuestra realidad, lo que seguramente desmotivará a los ya poco motivados maestros y aumentará mucho más el desconocimiento generalizado de los estudiantes por nuestro bagaje cultural. Si ya de por sí la mayoría viene con una carga deficiente en temas bá sicos por lo que ve en casa, qué podemos esperar con libros de textos que no hacen ni referencia a los fundamentos de nuestra identidad.
Según he podido conocer, los parámetros de la licitación eran imposibles de alcanzar por las empresas locales, especialmente los financieros, porque se les pedían referencias bancarias de siete cifras. El resultado ha ido en grave detrimento para las editoriales nuestras y un alto costo para el erario panameño sin justificación alguna.
Sugiero que así como el Ministerio de la Presidencia ha sido enfático en no otorgar prórroga a los conductores de taxi para que pinten y unifiquen sus vehículos de un solo color, así también el Ministerio de Educación dé cuenta absoluta y transparente de cómo se ha manejado la licitación de los textos escolares. Que el cambio se refleje en todas las acciones públicas.