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DEBAJO DE LOS ZAPATOS

Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 27 de mayo de 2018

La campaña presidencial de Ricardo Martinelli en el año 2009 tuvo como eslogan “Los locos somos más” y entre sus pregones había uno de que estaría caminando “en los zapatos del pueblo”.  Dejó por un tiempo sus finos calzados italianos para enfundarse unas zapatillas, pero como es tan mangajo, adoptó esas prendas de vestir hasta para las ocasiones más formales, haciéndonos pasar pena a todos los panameños, que queremos que a quien elijamos presidente nos represente bien.

Casi una década después, este personaje está debajo de los zapatos de todo el mundo, pisoteado en su ego, encerrado en una celda en Miami, Florida, y cada cierto tiempo se corre el rumor de que será extraditado a Panamá.  Esta semana no ha sido la excepción: ha circulado una carta manuscrita en la que desiste de los recursos legales presentados en tribunales estadounidenses para así agilizar y facilitar su extradición a Panamá.  El batallón de abogados que dice defenderlo aquí se pelean el protagonismo por explicar qué hay detrás de esto y su vocero oficial, con su característica voz destemplada, se roba el protagonismo en los medios en torno a esta sombra que se alza sobre el país.

¿Qué acción sería la que más afectaría el ánimo del presidente Varela para que no disfrute de lo que él ha llamado uno de los dos más importantes logros que ha alcanzado Panamá en su vida republicana, el que la selección de fútbol participe en la Copa Mundial a celebrarse en Moscú?  La otra es, por supuesto, la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en tierras panameñas, y con esta aseveración echa por tierra la recuperación de la soberanía sobre el territorio que ocupaba los Estados Unidos, la ampliación de la vía acuática y otros acontecimientos que están ligados a nuestra nacionalidad e identidad como nación.  Ya se le han enviado a la embajada en Rusia unos adelantos para atenderlo a él y los que lo acompañen (que supongo serán un montón) de solamente $100 mil dólares, suma que, a primera vista parece elevada pero que al final es irrisoria considerando los altos costes de hospedaje, desplazamientos, comidas y logística que involucra una gira presidencial.  Si el loco de las zapatillas del pueblo llega en estos meses su cándida sonrisa (la del presidente, que fue su vicepresidente y canciller por 26 meses) se le convertirá en mueca amarga y destemplada, como cuando dijo que iba a hacer valer su autoridad ante la Asamblea de Diputados, por el caso del rechazo a las magistradas que propuso, a principios de año.

Insisto que no me opongo a que el presidente viaje, al fin y al cabo, hace menos daño cuando está fuera que cuando le da por querer hacer el intento de gobernar, intento que ha quedado en eso, meras intenciones.  Ya casi está de salida e independientemente de que su popularidad vaya de en picada, pocos logros se puede atribuir y casi ninguna obra de la cual vanagloriarse.  Las cosas han seguido haciéndose de la misma manera, se ha seguido el mismo patrón de corrupción, nepotismo y desgreño que el gobierno anterior, con la gran diferencia de que los gobiernos arnulfistas se caracterizan por ser los menos ilustrados.  Es que hasta para robar hay que tener inteligencia y ésta les es muy esquiva a los miembros de ese partido.

El fin de semana pasado se hizo viral en las redes un llamado agónico del hijo de la profesora Ileana Golcher para que su madre fuera atendida de urgencia en la Caja de Seguro Social, donde tenía más de 50 días de estar esperando una operación de reemplazo de cadera y estaba en estado delicado.  La presión, bien orientada, con un solo mensaje, el del hijo, fue masiva y se vio en Twitter, Facebook, WhatsApp, Instagram y correos electrónicos y no habían pasado dos horas cuando el director de la Caja de Seguro Social se presentó en el hospital y ordenó que atendieran a la distinguida educadora.  A mí me quedó un sabor agridulce de esta experiencia, porque si bien celebro que se haya actuado con celeridad para salvar a Ileana, pienso en todos aquellos que no son conocidos, que no tienen tantos amigos que rieguen la petición y que no son atendidos, que les pueden costar la vida esta desidia institucional.  Es que, en este país, hasta para morirse hay que tener “pull”.