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DEL MAESTRO AL ALUMNO

Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 8 de julio de 2018

El próximo año se cumplen 30 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá, que devolvió a nuestro país al cauce democrático y, a pesar de que hemos demostrado al mundo que somos capaces de manejar el Canal, contra los malos pronósticos, y de haber alcanzado unos niveles de crecimiento que nos sacan de la lista de países que pueden recibir ayudas internacionales por el alto PIB que tenemos, seguimos siendo uno de los países más desiguales, según estadísticas del Banco Mundial.  La reciente participación de nuestra selección en la Copa Mundial de Fútbol es apenas una muestra.  Mientras todos celebraban su participación, la promoción y desarrollo del arte, la cultura y la educación siguen en espera de que algún estadista dirija el país dándoles prioridad.  Solo el énfasis en ellas nos sacará del subdesarrollo.

A pesar de que los panameños que viajaron a ver los partidos fueron buenos embajadores en la alegría y las ganas de parrandear en Rusia, deberían ser los artistas, músicos, concertistas, escritores y académicos los que hagan esas funciones y el estado debe promoverlos.  En los titulares de las publicaciones que circulan a nivel mundial nos conocen por Noriega, por los #PanamaPapers y ahora, por el triste espectáculo que ofrece el expresidente Ricardo Martinelli los días que tiene audiencias mientras le imputan los cargos de los delitos que se le acusan.

Creo que el estado panameño debe considerar seriamente reclamar al estadounidense las condiciones en que nos devolvieron al preso de Miami.  Nos mandaron un individuo que hasta los dientes le tienen que sacar, lleno de males, “hecho leña” –como se dice coloquialmente— y que ahora aparece todos los días con un libro en la mano como el gran lector, a pesar de que aduce que tiene glaucoma.  No creo que el hábito de la lectura le haya caído del cielo miamense porque los títulos que exhibe (como trofeos) son realmente buenos (de autores como Juan Eslava Galán y Santiago Posteguillo) ni tampoco que alguno de sus encebados abogados se los consiga –mucho menos que los tenga en la biblioteca de su casa–.  Recuerdo que en sus «rambuleras» intervenciones cuando era presidente en algún momento dijo que su libro de cabecera era “El arte de la guerra”, un clásico del estratega militar chino Sun Tzu escrito en el siglo IV A.C. y el único que había leído en su vida.

Durante su gestión gubernamental nunca apoyó el evento cultural más importante que se celebra anualmente, la Feria del Libro.  Tampoco lo hizo su ministra de educación en forma resuelta sino a medias y con bastantes fallas, y este año, cuando esta señora se decidió a publicar un libro sobre su versión de lo que la han acusado, me dijo textualmente que – ¡oh sorpresa! -se daba cuenta el gran esfuerzo que era editar y publicar.  El único presidente que en cierta medida ha apoyado la celebración de la FIL ha sido Martín Torrijos, quien designó una partida anual de $25,000 que los demás presidentes han ignorado alegremente.  Y digo cierta medida porque al año de asumir el puesto vino el presidente Ricardo Lagos, siendo Chile el país invitado, y no le quedó de otra que asistir a la inauguración, como lo hacen casi todos los presidentes en los países donde se celebran ferias importantes, menos el saliente Enrique Peña Nieto, que por meter la pata siendo candidato no quiso volver a la de Guadalajara.

El doctor Mario Zúñiga escribió un libro en 2012 titulado “El alumno”, donde comparaba a Martinelli con Noriega, alegando que era una versión civil del fallecido militar.  Hay similitudes: estuvieron presos en Miami, los extraditaron, pero el primero guardó, hasta cierto punto, cierta dignidad, aunque murió sin confesar la responsabilidad de los crímenes que se le acusaban.  En cambio, ya uno no sabe con qué se va a salir Martinelli cada vez que hay audiencia, es como el ilusionista Houdini.  Le da diarrea, se arropa en una pashmina, se la pasa leyendo (¡y subrayando!), además que en la primera comparecencia lloró a moco tendido. Y su séquito de abogadillos y familia apela a sus dolames para que a uno le dé lástima.

Afortunadamente, todas sus acciones se le resbalan al juez de garantías, Jerónimo Mejía, que ha resultado ser un magistrado como pocos, puntual, conocedor de la materia, elegante, docente y hasta misericordioso con el rocambolesco acusado.  Si se pudiera solicitar que lo dejen 10 años más encabezaría una cruzada con ese fin porque su desempeño ha hecho renacer la esperanza de que no todo está perdido en la Corte Suprema de Justicia. Pero lo que debemos es estar listos para salir a la calle e impedir que el caso salga de la Corte y pase a la justicia ordinaria porque allí no solo los planetas se están alineando (como dice Álvaro Alvarado) sino las chequeras se están afilando.