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Desvirtuando mentiras

MARIELA SAGEL 

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 El Siglo, 11 de Julio de 2011

Se le atribuye al malévolo Joseph Goebbels, ministro de propaganda del régimen nazi y artífice de muchas de las manipulaciones que hicieron esos políticos despiadados contra millones de personas en Europa, principalmente contra los judíos, la frase ‘una mentira repetida mil veces se convierte en verdad’. Y como siempre, los malos ejemplos son los que más se contagian, vemos día tras día que se repiten señalamientos que, supuestamente, hablan con la verdad, y es todo lo contrario.

Una de estas mentiras repetidas mil veces es que los inmuebles del Casco Antiguo están en manos de unos pocos. Lo dice desde el presidente hasta el más humilde conductor de taxi. Si bien el Casco Antiguo fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1996, es decir, que ya no nos pertenece sino que es de todos los habitantes del planeta, se estipularon reglas y condiciones para que se preservara de forma íntegra y se respetara la historia. Muchos de los edificios allí construidos estaban en estado deplorable y fue necesario que se legislara para ofrecer incentivos a la inversión y esas propiedades fueron adquiridas y reconstruidas bajo estrictas normas de restauración.

Es así como se conformaron algunas empresas que se dedican a comprar y rescatar de las ruinas la mayoría de esos edificios, y sobre todo, a defenderlos de la voracidad del mal gusto y las vallas comerciales de neón. Se establecieron restaurantes, tiendas, galerías y se remodelaron iglesias y obras monumentales, como son el Teatro Nacional, el Palacio Nacional y la Casa Góngora, entre otros. El Palacio de las Garzas, la Cancillería y la Embajada de Francia se unieron a fin de dar lustre a ese lugar que es obligatorio visitar antes de morir.

Algunos se pasan de vivos, quieren violar esas reglas y encuentran funcionarios irresponsables que los dejan, como es el caso del Hotel Central y el PH Independencia, pero en su mayoría, la armonía y los estilos arquitectónicos de la época se han conservado.

Visto así, si las casas del Casco Antiguo están en manos de unos pocos, ¿qué hay de malo en eso?, si lo que han hecho esos pocos es conservar un legado que le pertenece al mundo, arriesgando su capital. Lo malo es que ahora quieran echar por tierra un esfuerzo de quince años para satisfacer caprichos gubernamentales y quién sabe qué bolsillos, partiendo en dos esta esquina de nuestra ciudad que nos llena de orgullo.