MARIELA SAGEL*
La prestigiosa revista (aunque se llama a sí mismo periódico) The Economist , que se publica en Londres, Inglaterra, desde 1843, dedicó un artículo el pasado 3 de diciembre al hecho de que la administración integral de Panamá sobre el Canal cumple este mes diez años. El título del artículo no podía ser más elocuente: “A plan to unlock prosperity”, que dicho en castellano podría traducirse como que se trata de un plan para abrirse (o destaparse) a la prosperidad.
Varios enfoques resaltan del mencionado artículo: después de un exhaustivo análisis de cómo y por qué se construyó el Canal en esa estrecha cintura del istmo panameño, se va de lleno a los alcances extraordinarios que tiene el proyecto de ampliación, que se empezó a ejecutar en el año 2007, justo cuando la economía mundial entró en recesión y el intercambio comercial cayó por primera vez en un cuarto de siglo. Detalla el alcance que el proyecto tiene y las oportunidades que se le abrirán a la Autoridad del Canal, al aumentar su capacidad e importancia en el mundo logístico y naviero.
Llaman la atención algunos señalamientos, que también nos golpean por no dejar de ser ciertos: la distribución de la riqueza en Panamá es una de las menos equitativas en el mundo. Esta aseveración es peligrosa, no tanto por lo acertada que es, sino porque permitiría que se cuelen y se hagan con el poder, ya sea mediante pies de fuerza como por misiones mesiánicas, que quieren rescatar a los desposeídos mediante cantos de sirena, sean de izquierda o de derecha, abusan de la demagogia y es como tratar un cáncer con un jarabe para la tos: alivia el carraspeo, pero nada más.
Otro de los puntos a destacar en el mencionado artículo es la enorme brecha que existe entre el gasto social per cápita (uno de los más altos en América Latina) y los pobres resultados que ofrece el nivel cultural de la población, cuyos índices de educación, aunque no sean de analfabetas, están cerca del fondo. Vuelve a saltar el tema de la necesidad de una total renovación de los sistemas educativos que al final, son los que han fallado y siguen fallando, mientras los problemas se traten de forma y no de fondo. Señala que si el sector público es ineficiente y marcado por los escándalos y sobornos, tal como hasta ahora se ha escenificado en Panamá —nuestro país está en el número 84 (con una calificación de 3.4 de 10) de los 180 estudiados por Transparencia Internacional— los ingresos, sean del Canal o de diferentes fuentes quedarán en los bolsillos equivocados o gastados de manera incorrecta.
Menciona a algunos de los gurús de la economía panameña, como Nicolás Ardito Barletta y Felipe Chapman, a quien se le atribuye haber pensado que el Canal debió haber sido privatizado, pero estaba equivocado: es una empresa pública con la eficiencia de una empresa privada. El Canal rompió el tabú de que los panameños no podíamos hacer las cosas bien. Lo hemos hecho mejor que lo que lo hicieron los estadounidenses.
Así que enhorabuena por la imagen que damos al extranjero, al menos nuestro principal recurso natural y logístico tiene un buen “ rating ” ante los ojos del mundo. No creo que el resto de las ejecutorias tenga tan buena reputación, más cuando, después de una agotadora y sangrienta campaña política, aún no arrancamos a hacer el país que estamos construyendo y nos desgastamos en peleas infructuosas y odios viscerales sin ton ni son.