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A diario vemos cómo, en el mejor de los barrios, se bota el agua que tanto nos amenazan se va a acabar y no se reparan los daños que hacen que el líquido tan preciado se desperdicia. Se riega la basura al recogerla o no se recoge del todo, y es obvio que si las personas aprendieran a reciclar, sería mucho menos el volumen que la Autoridad de Aseo tuviera que lidiar, y se podrían hasta generar ingresos vendiendo latas, vidrio, papel y plástico, entre otros. Los residuos orgánicos, si se supieran usar, podrían servir de abono para las plantas.
Ha sido obvio el mal uso de los recursos del Estado en obras que hoy día son un ejemplo de falta de controles, de visión y de compromiso con el país. Lo que se invirtió en la Ciudad Hospitalaria, cuyas paredes fueron hechas con ‘gypsum’, pudo haberse usado para mejorar los hospitales actuales e ir disminuyendo la escandalosa mora en operaciones y tratamientos. La gente se muere esperando una cita médica.
La plata para la faraónica ciudad de las artes debió haberse usado para restaurar las iglesias, los actuales museos que se vienen abajo y hasta se roban sus piezas. Para imprimir decentemente los libros que ganan premios literarios y para rescatar las escuelas de arte y música.
Los fondos que destinaron para la Cadena de Frío debieron usarse para mejorar los sistemas de distribución de los agricultores, que ven sus cosechas podrirse por la falta de compromiso de las autoridades.
Los inmensos recursos que tiene este país deben enfocarse a que lleguen a todos los panameños, no solo a los que están en la punta de la pirámide, que pueden pagar un colegio elitista o una intervención quirúrgica privada. Desde la basura, aprendamos a reciclar, denunciar cuando vemos que no se repara una fuga de agua, y utilizar de manera productiva lo que tenemos y que la naturaleza nos ha regalado.