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EL PRECIO DE LAS CARENCIAS

Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 21 de junio de 2020

     Durante estos 105 días que llevamos de confinamiento obligatorio en casa, con una breve apertura de una semana, restricciones de horarios y de días en los que salir se ha demostrado que, en nuestro país, como en algunos otros, se ha invertido en desarrollo a la vista –lo que se ve, edificios, obras civiles, armamentos, vestidos, autos – más no en ciencia, educación y salud.  Los años de descuido y desprecio hacia la investigación científica, la excelencia educativa y la inversión en infraestructura hospitalaria están cobrando sus peajes.

     Con la saturación de información que contamos, sea por medios tradicionales como por las redes sociales, hemos debido aprender a segregar lo que es bulo, lo que es “fake news” y también lo que es alarmista o simplemente, desinformación en medio de estas crisis.  Lo lamentable es que la mayoría de las personas que siguen el desarrollo de la pandemia, las medidas para evitar los contagios, la importancia de tomar precauciones lo hacen a través de mensajes por WhatsApp, porque si de algo no carecen los panameños es de un teléfono celular y la mayoría, de los que son “inteligentes” que soportan esa aplicación.  Y se manda cualquier cantidad de locuras por esa vía y la gente, harta de estar en su casa y no teniendo el hábito de la lectura o alguna otra actividad edificante, se pasan horas leyendo esas sandeces.

     Nuestra capital rezuma progreso, grandes edificios con modernos diseños, puentes impresionantes, obras civiles que son la envidia de los países de la región, pero tiene un Hospital del Niño esperando por más de siete años que se dé la orden de proceder para la construcción de un nuevo edificio, al igual que la ampliación de la maternidad del Hospital Santo Tomás.  La Ciudad Hospitalaria se quedó a media marcha desde la administración Martinelli, y otras instalaciones similares también fueron postergadas. Pero llegó el virus y se ha tenido que apurar la adecuación de una serie de facilidades hospitalarias a fin de que se pueda atender esta emergencia sanitaria que nadie hubiera podido prever ni tampoco vino con un manual de cómo manejarla.

     En el mundo están pasando cosas inauditas, ha cundido una pandemia nacionalista, acicateada por la muerte de un hombre negro en manos de un policía blanco.  Se han derribado estatuas de figuras que representaban conquistas e imperios, se han censurado películas icónicas por hacer referencia a la esclavitud, se ha cambiado la imagen de productos donde aparecen rostros de personas que pueden haber sido esclavos.  Como la ignorancia es atrevida, se ha llegado hablar hasta de derribar las pirámides de Egipto por haber sido construidas por esclavos.  No hemos aprendido a vivir con la historia y con estas acciones, queremos cambiarla.  Hace falta que tengamos un Ministerio del Tiempo, como la famosa serie española que, además de educativa, tiene como misión respetar el devenir histórico en todos sus aspectos.

     A pesar de que la tasa de letalidad nuestra es relativamente baja, las medidas que ha tenido que tomar el gobierno han tenido que ser autoritarias porque el panameño demostró su falta de consciencia ante el peligro de la virulencia del coronavirus.  Uruguay, un país que se asemeja a Panamá en términos de población, pero que apostó por la educación desde siempre, ha sido un ejemplo de control de la pandemia.  Los uruguayos tomaron consciencia de esa virulencia y la cantidad de pruebas por cada un millón de habitantes es alrededor de tres veces más que en Argentina, Brasil y Paraguay, países vecinos.  Tiene una gran amenaza, por compartir amplias fronteras con Argentina y Brasil, en donde el virus está causando estragos, especialmente en este último país, gracias a la irresponsabilidad de su presidente, que lo cataloga como un resfriado más.  Hoy en día, Brasil tiene el mayor número de personas contagiadas, después de Estados Unidos. Dos países que tienen presidentes con estilos similares. Dos reyes de la chapuza, como los tildó recientemente el politólogo David Redoli. 

     Todo este curso express al que nos hemos tenido que someter, por lo imprevisible de esta plaga, debería hacernos replantear las prioridades en las que enfocarnos a futuro, y coadyuvar con las autoridades responsables para que se puedan hacer los cambios estructurales que la nueva realidad exige.  En los países que han sido exitosos en el control del virus tres acciones han sido respetadas sin mucha alaraca:  lavado de manos, uso de mascarillas y el distanciamiento social.  No cuesta nada (si acaso el costo de las mascarillas porque jabón es de uso común) y es simplemente una cuestión de actitud.  Aprender a vivir con esa nueva realidad.