15 de Agosto de 2010
En la ciudad de Boston hay un museo, el Isabella Stewart Gardner, que semeja un pallazzo italiano, de cuatro niveles, con una mezcla ecléctica de tradicionalismo y el chic de la pasión por coleccionar con buen gusto. Su mentora, a quien debe su nombre, era una aristócrata neoyorkina heredera de una fortuna hecha a base del comercio del lino y las explotaciones mineras de su padre, que estudió en exclusivos colegios donde conoció a la hermana del que sería su esposo, John (alias Jack) Gardner II, otro aristócrata de la rancia casta del Boston victoriano. Con una vida de idilio, su encanto se rompió al perder a su único hijo, John III cuando contaba dos años, a consecuencia de una pulmonía. Para sacarla de sus estados depresivos, su marido se dedicó a pasearla por el mundo, donde fue aprendiendo de culturas extranjeras y se contagió del delirio de coleccionar obras y objetos de arte.
Los esposos Gardner recorrieron el mundo y compraron importantes obras que Isabella fue ubicando con esmerado gusto en una propiedad de Fenway, cerca del estadio donde juega el equipo de los Red Sox, que era su preferido. En ese museo se conservan, tal como ella dispuso en vida (murió el año 1924) importantes pinturas de maestros como John Singer Sargent, que era su gran amigo y la pintó en varias ocasiones. También allí se exhibe el primer cuadro de Henri Matisse que formó parte de una colección en el continente americano. En la medianoche del 18 de Marzo de 1990, después de las celebraciones de San Patricio, dos hombres aún no identificados irrumpieron en el museo y sustrajeron una docena de cuadros, entre los que se contaba un Vermeer, tres Rembrandts y cinco Degas. Desde esa fecha no ha cejado la investigación no sólo para encontrar las valiosas pinturas sino a los responsables de ese robo cuya recompensa asciende a 5 millones de dólares, la segunda más alta después de la impuesta a Osama Bin Laden.
Cuando visité el museo, en mayo pasado, me tropecé con un libro, bestseller a nivel nacional, titulado ‘The Gardner Heist’, cuyo autor es Ulrich Boser, un reportero de los diarios The New York Times, The Washington Post, Smithsonian Magazine y Slate, entre otros. También fungió como editor de la conocida publicación U.S. News and World Report y fundó The Open Case, dedicada a las investigaciones criminales. Actualmente es uno de los directores del Center for American Progress, y confiesa una gran pasión por los temas educativos y de justicia criminal. El periodista Boser se involucró en el tema del robo del museo de tal forma que se le convirtió en una obsesión. Su primer contacto fue con el detective Harold Smith, en 2005, especializado en robo de obras de arte y también una obligada referencia como ajustador, que atendía las interrogantes de compañías de seguros y estaba considerado como uno de los mejores y más respetados en el mundo. Smith había estado investigando el robo por años y, lamentablemente para Boser, falleció unos meses después de conocerlo, pero le brindó el suficiente material para empezar la escritura de su libro y le contagió de la pasión por seguir la pesquisa de estas obras de arte y al final, tratando de exorcizarla, armar la variopinta gama de especulaciones en torno al robo, que más parece una novela detectivesca.
Es a través de sus páginas que uno entiende el complejo mundo del mercado negro del arte a nivel mundial, estimado en unos 6 billones de dólares, y más de 50 mil robos al año. Desde que fueron sustraídos los cuadros del museo de la señora Gardner muchos han reclamado tenerlos, otros más han mantenido un permanente chantaje por supuesta información y hasta pesquisas a miembros del IRA (Ejército Republicano Irlandés) se han trazado en la búsqueda por descifrar el misterio. Nos hace comprender que los motivos de los ladrones de obras de arte (que no se circunscriben a los cuadros, sino también a esculturas y objetos) son muchos y no necesariamente la pasión por coleccionarlas sino el cálculo frío sobre el valor de algunas piezas que son las más preciadas en el planeta, y que siempre hay un demente que las conserva en un sótano y se viste de frac y terciopelo y con una copa de champagne baja a recrearse con la vista de ellas.
Algunas de las pinturas fueron cortadas de sus bastidores y en el museo hoy día se muestran los marcos vacíos, ubicados exactamente donde deberían estar. De otras existe la sospecha que por su técnica pueden haber sufrido accidentes y que posiblemente estén hechas pedazos. Se revela también la vida e interioridades de quienes eran responsables del museo cuando sucedió el robo, la falta de presupuesto para tener un sistema de seguridad óptimo que custodiara los valores que reposan allí. Realmente es tan sorprendente el material que recabó Ulrich Boser para su libro, que recibió elogiosos comentarios de las revistas The New Yorker, Vanity Fair, de los periódicos The Boston Globe y Washington Post. Según USA Today, ‘Boser ha hecho una contribución al exponer la verdadera cara del robo de arte: ésta no es de glamour y cultura – es sobre avaricia, violencia y de un irreparable y desquiciado sentido de crueldad’.