Mi último artículo tuvo muchas reacciones, favorables en su mayoría, porque es inaceptable para las personas de mentes (o sea, que tenemos criterio y discernimos qué es lo bueno y qué lo malo y sobre todo, qué es lo que enseñará al resto de las personas valores suficientes para elevar el nivel cultural de la población) que se utilice como mensaje un episodio enmarcado en un banal concurso de belleza donde nuestra representante quedó muy mal.
Uno de esos comentarios sobre mi artículo me señalaba que tal parecía que los promotores del Atlas Mundial Ilustrado —y ahora más recientemente Nissan— entendían en forma bastante retrógrada que pretendiendo querer lavarle la cara (o sacarle la pata) a la confusa joven, estaban enmendando el error y dándole valor agregado a sus desaciertos. Nada más alejado de la realidad y de su responsabilidad como enaltecedores de la cultura.
Fue el educador y filósofo canadiense, Marshal McLuhan quien sentenció que el medio era el mensaje, así como acuñó el término “aldea global” para describir la interconexión humana a escala global generada por los medios de comunicación apenas en el siglo XX. Según su óptica, somos lo que vemos y formamos nuestras herramientas y luego éstas nos forman. Bajo estos parámetros, el arrobamiento que se tiene por la señorita Cozarelli como insignia de conocimiento o estupidez es consecuencia que queremos reflejarnos en la ignorancia, porque al voltear su desatinado desconcierto cultural en una especie de rescate del conocimiento, damos poco valor a la forma en cómo se está educando a nuestro pueblo. McLuhan se adelantó a su tiempo en el estudio de los medios. Advirtió, en la década de los 60, al redefinir los conceptos medio y mensaje, que la era de la televisión iba a reemplazar la cultura del libro, reconociéndole su enorme poder. En el caso que nos ocupa, la intervención de la chica, al ser interrogada durante el concurso, llegó a todo el mundo y por medio del youtube , éste le dio la vuelta al mundo en forma de burla hacia la mujer panameña.
Sin querer volverme muy exquisita, a donde quiero llegar es a establecer hasta qué punto la creatividad publicitaria ha llegado a un punto tan bajo (o tan alto, según se mire) en que pretender enmendar un entuerto con una campaña con poco sustento y menos credibilidad, perjudica no solo al mensajero, sino al mensaje y al medio: el anunciante queda en evidencia como uno a quien no le importa en lo absoluto con el público, mucho menos la ética con la que debe enfocar sus mensajes y hace público su desprecio por inclusive, la mensajera, porque su actuación no solo es patética, sino a todas luces desacreditadora de su intelecto y ponderación de sus atributos físicos.
Los padres, sin discriminar padre y madre, hasta cierto punto en la vida, son los llamados a orientar a los hijos y no mirar que la confusión de ellos sea motivo para la explotación de sus debilidades, más si son intelectuales. Deben estar atentos a cuando el contenido se convierte en ilusión o visión, porque a veces el mismo se esconde tras una máscara, que modifica el medio (lo mediatiza). Esto es lo que lamentablemente ha sucedido en este caso que tanto escozor nos ha causado, pero que defienden a capa y espada tanto publicistas como los mismos medios por la cacareada libertad de expresión, de la que ellos tienen una representación que usan a su antojo con quien quieren.