ESCLAVOS DE LA MEDIOCRIDAD
Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 15 de septiembre de 2019
Ha vuelto a la opinión pública el tema de Uber, la plataforma tecnológica de transporte selectivo que se estableció desde hace más de 5 años en Panamá y que compite con otras que han ido ganando terreno como Cabify. La discusión, que yo creía superada, me parece estéril puesto que se ha comprobado que los usuarios de este servicio de transporte no lo son de los taxis amarillos.
Vayamos por partes: los transportistas se quejan de que les quitan pasajeros y de que cobran con tarjeta de crédito o débito (de acuerdo con cómo se haya suscrito el usuario). Lo ideal sería que esos mismos conductores de taxis amarillos ofrecieran ese servicio, como se puede disfrutar en cualquier ciudad medianamente desarrollada.
Por otro lado, que no llevan identificación a la vista. Eso es parte del éxito de este servicio, no solo aquí sino en todas partes, que son como un chófer privado y para eso, no necesita llevar un rótulo.
Alegan los taxistas que los conductores se deben identificar. Pues eso ha sido así siempre: cuando uno pide un servicio y le avisan que viene en camino, le muestran el modelo del auto, la placa, el nombre y la foto del conductor. Eso no es ni remotamente lo que se puede obtener de un taxista.
El éxito de Uber y Cabify es que solamente se va a montar uno y quienes vayan con uno. Los taxis panameños acostumbran a estar recogiendo varios pasajeros, se detienen abruptamente en media calle causando accidentes, cuando les da la gana dicen descaradamente “no voy” y el angustiado pasajero se ve en la necesidad de casi rogar (y rezar) de que se aparezca otro taxi que “sí vaya” para donde quiere. Usando las plataformas tecnológicas no es una sorpresa para donde uno vaya, el hecho de que el conductor acepte llevarlo es porque ya sabe de antemano hacia dónde se dirige.
Sobre el cobro, me parece baladí la discusión puesto que es mucho más cómodo pagar mediante la afiliación de una tarjeta bancaria. En lo que tiene el servicio de estar prestándose en Panamá, nunca he tenido experiencias negativas, algunas no satisfactorias, pero la mayoría de las veces los conductores son atentos, manejan correctamente, respetan las señales de tránsito y hasta ofrecen agua y golosinas. Uber y Cabify no son competencia para los taxistas. Si éstos últimos quieren competir, entonces que se pongan a la altura de los primeros.
En la mayoría de las ciudades modernas los taxis se colocan uno detrás de otro para que el usuario se acerque y vaya abordando de acuerdo al orden en que se llega al sitio que podría llamarse piquera. A los que hay que regular son a los taxistas, no a Uber o Cabify.
Panamá ha demostrado que puede adaptarse a situaciones avanzadas mucho mejor que otros países más modernos. Pongamos dos ejemplos muy simples: la ley de tabaco ha sido una de las más exitosas que se ha implementado y hoy día es muy raro ver a personas fumando en la calle o que haya áreas en restaurantes donde se permita fumar. Extranjeros que han estado recientemente en nuestro país comentan elogiosamente esta realidad y todos pensábamos que no iba a ser respetada.
Recientemente, la adopción de no despachar en bolsas plásticas ha supuesto un cambio de actitud. Uno ve en las calles a la gente con sus bolsas reciclables, de papel manila y los comercios, si bien están siendo controlados por la autoridad competente, velan porque las bolsas que dispensan productos sean del material apropiado. Me ha tocado comprar en establecimientos donde despachan en bolsas de fécula de maíz.
La insistencia en negarle a Uber y otras plataformas tecnológicas de transporte selectivo significaría un retroceso. A mí no se me ocurriría llegar a una recepción en un taxi, pero con Uber lo hago a menudo, por la falta de estacionamientos y también por la seguridad de andar de noche conduciendo sola. El año pasado, viniendo de una de las noches de verano en la colina del edificio de Administración del Canal tuvimos que tomar un taxi porque colapsó Uber por el exceso de demanda, y juré que iba a morir en el intento de llegar a mi casa: el conductor montó como a tres personas más, iba manejando como un loco y con música a todo volumen. Es la última vez que he utilizado este servicio.
Así que señores transportistas, que la competencia sea en igualdad de condiciones: ofrezcan el servicio de pagar con tarjeta, no se nieguen a llevar a las personas, conduzcan correctamente y entonces reclamen. No podemos seguir negándonos a modernizarnos, a condenarnos a la mediocridad. He usado la aplicación de Uber en otras ciudades, como Madrid y Montreal y no he tenido ningún problema. Y allí los taxis son ordenados, respetuosos y “sí van” para donde uno quiere.