04 de mayo de 2011
Faltan un par de horas para acercarme a la Catedral a unirme al sentimiento de tristeza que no solamente embarga a tu apreciada familia, sino al resto de los muchos panameños y extranjeros que tocaste con tu sapiencia, tu bondad y tu sonrisa inmensa. Me toca hacer un pequeño recuento de todas las instancias donde nuestras vidas se cruzaron, para rememorar que tuve la fortuna de conocerte en el plano personal, político y social, y hasta en el editorial.
Trato de rebuscar en mis recuerdos y estimo que nos conocimos a incios de los años ’70, cuando yo salía del colegio secundario e iniciaba la Universidad y me hice novia de quien fue posteriormente mi marido, Nat Méndez. Colaboramos, Nat y yo con la revista Diáologo Social, que dirigió Raúl hasta fines de los años noventa. Recuerdo en una ocasión que Nat publicó un artículo y yo hice las ilustraciones.
Nuestras vidas e ideales volvieron a coincidir cuando en 1992 Raúl se inventó en su pequeña cabeza todo el planteamiento político y plan de gobierno del Movimiento Papa Egoró, que liderizaba Rubén Blades. En la sede de ese partido, en La Cresta, muchas veces nos reunimos. Siempre lamenté que Raúl no ganara en las elecciones en las que corrió para legislador, estoy segura que le hubiera dado a la figura del legislador un tono totalmente diferente al que conocemos comunmente y que nuestro común amigo Miguel Antonio Bernal denominó «legisladrones».
Nuestras vidas siguieron casi en forma paralela y continuamos viéndonos en diferentes foros. Siempre respeté sus planteamientos y posturas verticales frente a los problemas del país. Lo hubiera querido llevar al Ministerio durante mi breve gestión como asesor pero no tuve la oportunidad. Raúl seguía cosechando triunfos tanto en lo social como en lo literario.
Entrando el siglo XXI, nos volvimos a encontrar felizmente en la isla de Taboga, donde Raúl y Mariela, su fiel compañera, también decidieron que sería su destino de descanso, como lo fue el mío por algunos años. Su vecino y amigo común, el editor alemán Hans Roeder, ayudó a cimentar más la amistad y el respeto que nos profesábamos. Se sumó a los esfuerzos de la Asociación Cívica de Taboga y a las luchas que tuvimos que emprender allá.
Más recientemente, cada vez que nos veíamos en eventos literarios o culturales, intercambiábamos figuritas, por ejemplo le dí unas ideas de un muerto cuyas cenizas no aparecían, las que dijo las iba a tomar para hacer una obra de teatro. En todas las vigilias y protestas en las que este año he participado, allí estaba Raúl, siempre solidario. La última vez que lo ví fue en la presentación del libro de Andrés Oppenheimer, el 12 de abril pasado.
La noche que murió me enteré enseguida, porque algunos malpensados pensaron que por haber sido copartidarios podría confirmar su lamentable deceso. Me dolió mucho que se fuera tan de prisa, tan pronto. Nos toca seguir su ejemplo, su postura inclaudicable y hacer honor a sus ideales y sus visiones. No nos queda de otra, y recordarlo siempre con esa permanente sonrisa y cordialidad que era contagiosa.
Hasta pronto Raúl, no te olvidaremos y guardaremos tu memoria.