Por Mariela Sagel, en El Siglo, 5 de julio de 2021.
El fenómeno de las redes sociales ha llegado para desbaratar hábitos productivos en la gente, más durante esta pandemia. La adicción a ellas es bastante nociva, porque uno se encuentra cada cosa, sobre todo de los troles que proliferan en ella, que en forma anónima atacan a diestra y siniestra a quien les venga en gana. No hay reputación que valga que no haya sido vilipendiada por estos individuos ociosos, que, en vez de buscarse un oficio, hacer mandalas o leer, se la pasan persiguiendo a quien creen conocer, y hasta al que de alguna manera les recuerda algún nombre o período anterior.
No estoy segura si todos los que se han entregado a ellas quieren hacer valer su opinión en temas puntuales o simplemente son, lo que se llama entre nosotros “gadejo” (ganas de joder). Lo cierto es que muchas personas de mi alta estima han abandonado el saludable y necesario hábito de la lectura por estar pendientes de las redes y, lo peor, de la vida ajena.
En el campo profesional es muy recomendado utilizarlas, especialmente Twitter y Facebook, porque uno puede explicar por lo menos lo que está haciendo. En Instagram he notado que la gran aceptación que tiene es por estar fisgoneando la ida ajena, y hay personas que no se miden para ventilar su vida privada, pública y secreta, como diría el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Para algunos no hay límites en lo que ponen en las redes, ventilan hasta la intensidad de la vida sexual y los romances que otros tengan. Eso es de muy mal gusto. Uno debe tener un poco de discreción en lo que quiere dar a conocer. Cuántas personas se han visto afectadas por esta indiscreción. Las cuentas oficiales, del gobierno o de los ministerios, son víctimas de toda clase de vilipendios, de diferentes tonos. No hay nada que valga, todo lo llevan al plano de ataque sin reconocer siquiera que todos estamos en este mismo barco pandémico, y que, si se hunde el país, nos hundimos todos.