La crisis del agua
El Siglo
Lunes, 31 de enero de 2011
Los casi 50 días que cumple la grave escasez del agua en la ciudad capital debería enseñarnos, a los que nos sentimos afectados, sea porque no tuvimos o porque la sufrimos, lecciones que nos ayuden a modificar nuestros hábitos de consumo y de vida.
Panamá siempre se ha preciado de tener la mejor agua del mundo, y que tomábamos el agua que salía del grifo, sin hervirla y sin temor a contraer ninguna enfermedad. Recuerdo que la primera vez que fui a Nicaragua me advirtieron que ni para lavarme los dientes era recomendable usar agua del grifo, lo que no pasaba aquí. El mes y medio que hemos sentido que lo que creíamos y dábamos por descontado no lo es tanto, hemos visto cómo se encarece el costo de tomar agua, halar la cadena o lavar los platos. Ahora nos cuesta el agua que tomamos, sea porque la compramos o porque la hervimos (con gas o electricidad), nos cuestan las botellas en la que vienen embotelladas –que espero que todos las reciclemos, lo que significa también un costo— al mismo tiempo que generamos más basura y ésta no se recoge por otros factores, que no cabe mencionar aquí.
Otro gasto que ha involucrado esta crisis del agua es que ha añadido facturas médicas y medicamentos a la ya golpeada economía familiar. Hubo muchas personas que se han quejado de dolencias estomacales y cuadros de diarrea crónicos, lo que ha incidido en la productividad y en los bolsillos.
Pero debemos tomar en cuenta que los panameños siempre hemos desperdiciado el agua que generosamente nos ha brindado el Chagres: cuando fregamos los platos o lavamos las verduras, abrimos el grifo y lo dejamos abierto sin necesidad. Igual hacemos cuando nos bañamos, dejamos correr el agua y botamos un montón. Al lavar un auto, se nos va la mano y al final resulta que usamos el equivalente a lavar una flota entera. Cuando se rompe un hidrante o una tubería, por mucho que alertemos a la institución responsable, pasan días y si no es porque llamamos a los medios de comunicación, el agua sigue fluyendo y horadando cimientos y superficies de lo que encuentre.
Este período donde algunos aprendimos a hacer un uso racional de un recurso tan valioso como el agua, que ha sido abundante para muchos, debería enseñarnos que, tal como el amor, es eterno mientras dura.