MARIELA SAGEL
La Estrella de Panamá, 29 de abril de 2012
Un amigo me dijo, al leer el panegírico que escribió JJ Armas Marcelo titulado Bulevard Balboa, excusándose que no encontraba unos libros que yo le presté hace unos años, que el que prestaba libros le debían cortar una mano, pero al que devolvía libros le debían cortar las dos y que Juancho, definitivamente no quería quedarse sin manos. Recientemente, el profesor Modesto Tuñón señaló que a un candidato a presidente se le debería preguntar cuántos libros ha leído, de lo que discrepo, puesto que la pregunta debería ser, no cuántos, sino cuáles ha leído.
Modesto se refería al incidente vergonzoso que protagonizó el candidato a presidente de México por el PRI, que en la pasada Feria del Libro de Guadalajara confundió los autores, al hacérsele la pregunta de qué libros le habían marcado. Se refirió a un título de Carlos Fuentes y dijo que lo había escrito Enrique Krauze.
Pero esos detalles no importan si realmente la vocación y la pasión por la lectura están en uno. Recién reorganicé mi biblioteca, porque corría el peligro que los libros me sacaran de mi apartamento, y catalogué, con la ayuda de un asistente, los pesados e ilustrados libros de museos, exposiciones y ciudades, los que guardé en unas cajas para donarlas, cuando ya la tengan organizada, a la Biblioteca del Museo de Arte Contemporáneo. Me quedé con los libros de teoría del arte y relacionados y todos los debates sobre los conceptos artísticos. En ese valioso espacio coloqué ordenadamente una de mis pasiones: las biografías, pero aún me falta ponerlas alfabéticamente.
Hace varios años había empezado a hacer una base de datos de los libros que tenía y aproveché que mi ebanista iba a hacerme más libreros para que una bibliotecaria me reordenara el resto de los libros y perfeccionara la lista. Ahora están aceptablemente ordenados por orden alfabético del apellido del autor, lo que es fácil buscar. En otros libreros sí me dí el gusto de colocar los clásicos y libros imprescindibles de cualquiera que se precie de ser medianamente lector y como las paredes están hasta el tope, me fui yendo en bulerías, como se dice coloquialmente, y en un librero antiguo, protegido con vidrios, ordené mis autores preferidos, que van desde Cortázar, Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa e Isabel Allende hasta Milán Kundera, Jorge Amado y por supuesto, Arturo Pérez Reverte, entre muchos otros. Allí está el compendio publicado hace más de 25 años de Maestros de la Literatura Universal, que recoge las obras de los más destacados escritores por país y región, lujosamente empastados como para los que compran los libros por yarda. Trato, de manera casi obsesiva —para que no le salgan pies a los libros y se escondan como le pasa a Juancho— de tener todos los libros de un autor y ordenarlos juntos. Los de Skármeta están al lado de los de Tomás Eloy Martínez y Bryce, junto a Rosa Montero, Carmen Posadas y Maruja Torres.
Un estante de los más preciados en mi biblioteca lo tengo destinado a los autores nacionales y, aunque no están en orden alfabético, puedo buscarlos con comodidad sin afanarme mucho. El tema político está muy bien clasificado desde hace años, y tiene especial lugar allí la Biblioteca de la Nacionalidad, al igual que otros libros que rescatan la historia de Panamá, sus protagonistas, su cultura, su arte y también sus luchas. Más cerca, en otro librero con puertas de vidrio, tengo los libros de arquitectura.
Los libros son una pasión y me han acompañado siempre, desde que me empecé a relacionar con ellos cuando de niña me tropezada con los libros de Camus y de Lampeduza, entre otros. Es una bendición que mis padres me ofrecieran una casa con libros y no una con televisores por todos lados.