MARIELA SAGEL
La Estrella de Panamá, 13 de mayo de 2012
Todos los días, cada hora, vemos cómo aumenta el nivel de confrontación y agresividad entre políticos del mismo partido, políticos de partidos adversos, presidente a vicepresidente, diputado a diputado. Si bien desde que pasaron las elecciones del 2009 se inició la contienda electoral, se recrudece a medida que se profundizan las diferencias entre los que ostentan y los que ostentaron el poder, se parte aún más el partido que debería hacer una oposición responsable y asertiva, se eleva el tono de insultos y hasta campañas sucias ya se empezaron a ventilar. Como si no tuviéramos suficiente con las tropelías italianas, ahora se le solicita al vicepresidente que renuncie.
En el año 1994 el Nuevo Herald me publicó un artículo ilustrado con unas maracas, titulado Las Elecciones de la Salsa. Vislumbro que las próximas elecciones van a ser patibularias y del billete (aunque durante las pasadas corrió mucho y en forma desenfrenada). Nuestra clase política está desorientada, porque sus máximos dirigentes han perdido el rumbo, y están dando malos ejemplos. Como dijo Juan Carlos Tapia, está llegando a la categoría de morón. ¿Cuál sería la ilustración para este artículo? Los puñales, los billetes, los helicópteros, los radares y una placa de cónsul honorario.
Veo con verdadero estupor que se empiezan a cometer los mismos errores de la campaña anterior, como si no hubiéramos aprendido nada de esa experiencia nefasta. Se hace mano de los insultos, de las amenazas, la sacadera de los trapos sucios y encima, se utiliza el dinero para comprar conciencias. Ya no hay lealtad, parece que tampoco hay esperanza. Todo tiene precio y las ofensas suben de tono.
Quisiera que se considerara, como hubo en 2004, un foro de conciliación para que se advierta con tiempo de los peligros que las campañas desaforadas y asquerosas tienen para la población y para las próximas generaciones. Ya lo propuso el Arzobispo Ulloa y deberían sumarse las demás iglesias y suscribirlo los partidos políticos, pero en serio. Un código de autorregulación o de ética que sea imparcial y que se erija por encima de las ansias de poder y de los egos a los que no les importa con el país y con su población, que tiene, el primero, grado de inversión, y la segunda, grado de sumisión, donde los valores se han trastocado y solo vale lo material, lo que brilla y en el fondo, se destruye la identidad como nación.
No creo que tantas visitas a y de inversionistas y tantos avances en las obras civiles oculten el patio limoso que vemos a diario y del cual se hacen eco las cadenas internacionales de noticias. Las prioridades de inversión del Estado están alejadas del desarrollo social y la solución a los problemas de salud, educación, el agro y aunque se invierte en seguridad, ésta cada día está peor. Los precios hasta de los raspados, el chicheme y las carimañolas han subido y ni qué decir de otros productos de la canasta básica.
Tanto oropel no encandila a nadie, los extranjeros saben muy bien que una explosión social, un descontento político puede dar al traste con cualquier desarrollo exitoso. De hecho, las políticas que respaldan con entusiasmo las instituciones financieras son las que incluyen el desarrollo humano integral y no solo el que beneficie a unos pocos y no profundice las diferencias de clase.
Hagamos un alto, pensemos en el país en el que seguirá viviendo nuestra descendencia y donde quizás reposen nuestros huesos y evaluemos si nuestras actitudes, posiciones y actuaciones son en beneficio de unos privilegiados u obsesionados con el poder, o del resto de los panameños. Ojalá la convocatoria del Arzobispo tenga eco en la población, pero sobre todo, en la clase política.