MARIELA SAGEL
Facetas, 25 de agosto de 2013
En su primera novela Itzel Velásquez recrea la vida de las comunidades marginales, como Chepo, y de los enfermos de lepra
Abordar la lectura de una novela, sobre todo si la ha escrito una amiga, tiene un punto de duda puesto que a veces nos cuesta diferenciar entre el aprecio y la buena escritura. Eso me pasó con Las mujeres que amaron a Tino Hunter, de la periodista Itzel Velásquez, libro recién editó el prestigioso sello Lumen, que es parte de la mega editorial Random House Mondadori. En mi caso, refuerzo el ojo avizor sobre los recursos que usa el escritor (en este caso la autora) para ser aún más crítica, puesto que, habiendo pasado por todos los filtros para que la publique una editorial mundial, tengo que constatar de primera mano que la historia -y cómo ésta es llevada- tienen el valor que le ha dado la edición a nivel continental.
Y con el libro de Itzel, que apenas empieza a circular, ya que salió de imprenta este mes, me pasó algo inaudito. En tres días me lo leí, encontrando que su manejo de una elegante narrativa sin remilgos, así como su férrea disciplina de periodista versada en temas políticos e históricos, se unieron para recrear una historia que destaca algunos de los mayores acontecimientos que ocurrieron en el siglo XX en Panamá. Así como la relación que ellos tuvieron con lo que pasaba en el resto del mundo, cómo afectaron la vida de las personas que tuvieron la oportunidad de enaltecerse a través de valores como el amor, la amistad y la solidaridad.
EL OPIO DE LOS PUEBLOS
La trama se desenvuelve en una adormilada comunidad en Chepo, un olvidado pueblo al este de la Vía Interoceánica. El opio de los lugareños son las fiestas patronales de santos, cristos o vírgenes varios. Es en este escenario donde la autora desgrana la vida de cuatro generaciones de mujeres que atendieron, cuidaron y amaron a un hijo, hermano y tío, a algún familiar que padeció de un enfermedad de la que nunca conocieron mucho. Mucho menos se supo qué sucedió con aquellos que la padecían. La lepra no da respuestas a los seres queridos de las víctimas que arrastra.
La primera parte de la novela se desenvuelve entre Chepo y la ciudad de Panamá, entre la tienda del chino y la presencia de soldados gringos en esa remota localidad, tan cerca de la capital pero tan lejos de Dios.
La segunda parte evoluciona con más velocidad, desde el hospital que estableció el doctor William Gorgas en la entrada izquierda del Canal en el Océano Pacífico hasta la experiencia de la sobrina nieta de Tino, que vive en carne propia la rebeldía estudiantil de los años de la Unidad Popular en Chile y el brutal golpe de estado contra Salvador Allende. Desde las diferencias abismales entre los que gozaban del ‘gold roll’ y el ‘silver roll’ en la antigua Zona del Canal de Panamá hasta la inclemente e innecesaria invasión que fue la excusa para traer a 26 mil soldados a remover del poder a un dictador que ellos mismos habían aupado.
Si bien Tino parece ser el personaje al que alude el título, las cuatro generaciones de mujeres que lo amaron y cuidaron son definitivamente las protagonistas de esta historia. Cada una con sus creencias, su carácter, sus amores y desamores y también, sus fortalezas y debilidades.
La narrativa de Velásquez, más que sorprendernos, nos cautiva porque envuelve, hipnotiza, y denota que todas las disciplinas que a lo largo de su vida ha cultivado pueden hacer un buen narrador sin estridencias, con humildad y respeto al lector, pero con el aplomo de quien ofrece un relato que se redondea en la medida que se va desenvolviendo.
El hospital de Palo Seco existió a partir de que los estadounidenses se encargaron de la salud pública en las ciudades terminales de Panamá y Colón (en los inicios del siglo XX). Cuando dejaron de recluir allí a los leprosos (cuya cifra en determinado momento no es conocida) se adaptó para un hogar de larga estancia (un asilo).
Con una posición privilegiada y un clima que restauraba el ánimo, prestó un importante servicio a los que sufrieron de esa enfermedad de la que se hablaba en voz baja.
Y Tino Hunter también existió, aunque no con ese nombre. Para Itzel Velásquez y sus hijas fue una persona a la que le dedicaron su tiempo y esfuerzos mientras vivió, así que en ellas también había ese amor que reclama el título de la novela.
Más que el propio Tino, las mujeres que lo amaron son las que despiertan admiración por aguerridas y determinadas, y sobre todo, porque aman con devoción, hacen el amor con pasión y defienden lo suyo más allá de los convencionalismos de ahora y de antes.
Aunque está ambientado en Panamá, este libro, editado en Colombia, tendrá repercusión continental. Después de leerlo probablemente algunos encontrarán que sus conocimientos acerca de la historia istmeña son deficientes. O podrán evocar pasajes que habían desaparecido por completo de sus memorias.
Como dice la contraportada, ‘es signo de la época moderna: la debilidad del cuerpo de los hombres, las emociones encontradas, el ideal utópico, las ideologías fracasadas, la colonización cultural, la naturaleza como ente hostil y la amenaza de los virus y las bacterias, y el mito del progreso haciendo de las suyas sobre personajes que están tan vivos para el lector que no podrá sino conmoverse por el destino de cada uno de ellos’.
Con esta demostración de excelencia como novelista, Itzel Velásquez debería empezar a escribir muy pronto su próxima novela.
Una mujer detrás de los hechos
Itzel Velásquez no es una desconocida en el ámbito panameño y este libro es su primera obra novelística. Es periodista, socióloga y politóloga, y fue la primera mujer que dirigió la sección de noticias de un medio televisivo (‘Canal 2’).
Por diez años fue la corresponsal de Televisa en Panamá y ha producido documentales que han sido transmitidos en México, Rusia, Japón (donde estudió producción televisiva) y Centro América, además de Panamá. Es editorialista de este diario.
Tiene una obra valiosa donde narra sus experiencias periodísticas durante la invasión de los Estados Unidos a Panamá en 1999 (‘El fin de la tregua’, publicada por la editorial mexicana Diana en 1996).
Su estreno como novelista lo hace en grande, como su talento, sin escatimarles a los protagonistas de esta historia su lugar y momentos vividos.