Tal parece que en el país que estamos, la locura es contagiosa y todos quieren experimentar ese estado en forma colectiva. Los exabruptos histriónicos están a la orden del día y como lo he dicho en entregas anteriores, ya nada nos sorprende, ni siquiera ver a Patacón tomándose un café con el Capitán Nalga en El Prado o que Tony Domínguez apoye abiertamente a Balbina Herrera. Los talantes de niños caprichosos no nos dejan vivir en paz y tampoco pensar coherentemente sobre cómo vamos a hacer para capear el temporal que nos viene encima con la cacareada crisis económica que fue la consecuencia de la tragedia mundial que causó la presidencia de Bushito.
Acabamos de ser convidados de piedra de una alianza política que no fue una compra de un partido por otro, sino una venta de ese partido a otro. Suena tan enrevesado como decir que vamos a protestar contra los que protestan por las protestas que a diario llevan a cabo los jubilados, que ya se están pasando con sus cierres de calles. Aparte de que no tienen nada que hacer —precisamente porque son jubilados—, se han catapultado a la fama por los inconmensurables tranques que ocasionan. Hasta la boina del pseudolíder la han puesto de moda. Este es un país de pan y circo, aunque a veces no haya pan.
Pero como estamos hechos de trapacerías diarias, que dicho en buen español son artificios engañosos e ilícitos con que se perjudica y defrauda a alguien en alguna compra, venta o cambio, hay que buscarle la parte chistosa al asunto, si no, estamos fritos. Y tal parece que esa ha sido la estrategia de la campaña de Los locos somos más.
Viene al pelo que esta semana Hugo Chávez cumplió 10 años de ser presidente de Venezuela. Nos tocó, entre otros, al presidente Torrijos y a mí estar presentes en su toma de posesión. Todavía recuerdo los comentarios que hicimos de vuelta en el avión sobre el histrionismo desmedido de un «mesías» que llegó al poder respaldado por propios y extraños, a quienes ha traicionado uno a uno. Aparte del desmadre que fue ese acto, y el hambre y sed que sufrimos —recuerdo a Martín corriendo al avión y abriendo los snacks que encontraba en el camino— lo que hemos visto estos diez años ha sido locura tras locura. Y locuras que han traspasado las fronteras y contagiado a muchos, la mayoría de las veces a los resabios de la cacareada «izquierda» y en casos puntuales, al nicho de una población indígena desatendida como la de Bolivia.
Cualquier parecido con la realidad panameña es pura coincidencia. Estamos en el preludio de la destrucción, de un chavismo pernicioso de derecha, aupados por las encuestas semanales que, tal como lo hicieron cuando estaban bajo la égida del diario ex libre, sugestionan a este pueblo sin cultura política, entregado a un clientelismo desmesurado, y frente a una coyuntura mundial que nos puede hundir como país, a pesar del crecimiento que por un lustro experimentamos. Insistiré en que estas elecciones son decisivas para el país, si escogemos pegarnos un tiro en el pie y nos olvidamos de un Panamá próspero, conducidos por una plataforma enardecida contra las figuras y no las propuestas. El error es ir contra la cabeza, lo acertado es mirar los planes de gobierno y sopesar lo que significa un crecimiento con visión de país, con agenda de desarrollo y no identificar a una ruma de revanchistas, una colcha hecha de retazos de tránsfugas y frustrados políticos. A los hechos me remito.