Odio a primera vista
20 de Diciembre de 2009
A fines de 2006 la periodista y escritora María Mercedes de Corró publicó un sesudo artículo titulado “El amor es ciego”, donde trataba de explicar por qué el índice de popularidad del entonces presidente Martín Torrijos no había caído, a pesar de todos los imponderables que ocurrieron durante su gestión —los envenenados heredados, el accidente del bus en octubre de ese año, entre otros— y que la población seguía embelesada por un mandatario cuya imagen era la de un cordero degollado y su familia era totalmente fotogénica.
La percepción de la población definitivamente es importante y ella se transmite, precisamente, de forma mediática. De la misma forma se crean los odios y las tirrias que, en la mayoría de los casos, condicionan a esa población en contra de personas o causas que, antojadizamente, seleccionan los medios para caerles encima, algunas veces con propósitos aviesos.
Tengo ante mí un artículo aparecido en el diario español El País , del pasado 1°. de diciembre, cuyo título es “ Nada puede reparar al falso culpable ” y se refiere a un hombre acusado de un delito del que posteriormente fue absuelto, donde la presunción de inocencia fue pisoteada y alrededor del cual se llevó a cabo un juicio paralelo. Y esto es precisamente lo que pasa en muchos casos en Panamá, más notablemente en lo referente al ex presidente Ernesto Pérez Balladares.
No me toca esgrimir la defensa del ex mandatario, porque él tiene su batería de abogados y argumentos de más que lleven a una aclaración de lo que ahora lo están acusando que, lamentablemente, llegará cuando “ nada pueda reparar al falso culpable ”. Sí quiero señalar el fenómeno que produce una personalidad tan fuerte y determinada como la de “ El Toro ” y las consecuencias que este factor arrollador produce en las personas, alejadas o cercanas a su entorno.
Los que en su momento servimos bajo su mandato y a los que nos han estigmatizado de forma tan contundente como “ toristas ” nos han hecho pagar muy cara esa lealtad por más de diez años. Eso era lógico y esperado durante el gobierno inmediatamente posterior al de Pérez Balladares. Pero se exacerbó aún más durante la gestión de Torrijos, donde personalmente me tocó, en una ocasión, presentar un trámite en el Ministerio de Vivienda y recibir de parte del funcionario encargado del procedimiento —colega arquitecto, para más señas—, esgrimir razones para rechazarlo aduciendo “ que yo era ficha de El Toro ”. Nunca entendí el odio que se coció entre quien fue su viceministro por cuatro años – y el séquito que lo rodeó —, contra quien de alguna manera lo puso en la esfera política. Pero el partido PRD no ha entendido que los enemigos no están dentro sino afuera, y, desde que se desataron las aspiraciones políticas por la dirigencia del mismo, no ha habido tregua entre los que siguen a uno u otro, contribuyendo al debilitamiento de ese partido.
Ernesto Pérez Balladares tiene a su favor el que cuando arremete lo hace con la fuerza del que tiene la verdad, aunque la Corte Suprema de La Prensa ya lo haya condenado y su presunción de inocencia haya sido pisoteada. En contra, la reacción de odio que despierta entre los que, en el fondo, son igualitos que él de soberbios (y no digo prepotente, porque no creo que lo sea). No le ayuda para nada esa demostración innecesaria de los juguetitos caros que ostenta —sus lujosos autos, por ejemplo, que afectan especialmente a los hombres, todos los que quisieran tener esos mismos—, pero, como una vez escribí y todavía sostengo, no fue electo para complacer, sino para gobernar y lo hizo muy bien.
Ojalá que cese esa campaña, que ya casi raya en lo neurótico, que ha montado el diario que tanto lo odia y sus acólitos, que generalmente son extranjeros, para que cuando reviente la verdad, como antes ha ocurrido, agarren sus maletas y se vayan tan tranquilos. Hoy, es por unos, mañana podemos ser nosotros a quienes se nos juzgue sin que medien las instancias necesarias para esclarecer la verdad.