PASIÓN POR COLECCIONAR
Por Mariela Sagel, Vida y cultura, La Estrella de Panamá, 28 de octubre de 2018
Tengo casi 20 años de viajar casi anualmente (a veces voy varias veces al año) a la bella ciudad de Montreal, Canadá, la región administrativa de la provincia francoparlante de Quebec y apenas ahora he podido experimentar la irremplazable experiencia de hospedarme en un antiguo edificio del siglo XIX situado en el Viejo Montreal. Y lo hice gracias a la invitación de su dueño, el empresario francés Georges Marciano, que tiene una gran pasión por coleccionar obras de arte y por darle valor a los edificios antiguos que abundan en esta ciudad, que respeta su pasado.
Marciano fue el fundador de la marca Guess, que luego vendió a sus hermanos para dedicarse de lleno a su afición por el arte, particularmente el pop, y la puesta en valor de edificios antiguos. En el Viejo Montreal, que también se le conoce como el Viejo Puerto, tiene varios.
L’Hotel, en particular, tiene una ubicación privilegiada. A dos cuadras de la Basílica de Notre Dame, frente al Centro del Comercio Mundial (donde entre otras particularidades, hay un pedazo de la muralla de Berlín), cerca del Palacio de Congresos, y a una distancia corta de la muy interesante calle McGill, que desemboca en la famosa universidad, y núcleo del centro financiero.
Son solamente 59 suites, todas decoradas con preciosismo y elegancia, en cinco pisos del viejo edificio, pero con más de 130 obras valiosísimas de pintores como Andy Wharhol, Robert Rauschenberg, Jim Dine, David Hockney, Robert Motherwell, Willen de Kooning, Roy Lichtenstein y muchos otros, que está en los pasillos, en el acogedor lobby bar, en el restaurante Winter Garden y, sobre todo, en la emblemática escultura LOVE de Robert Indiana que está fuera del hotel. Cuando yo veía de lejos este hotel, años atrás, antes de siquiera acercarme, había también una escultura fabulosa de Fernando Botero, que ahora ha sido reemplazada temporalmente.
EL ARTE POP
Este hotel boutique es particular en todos los sentidos. Una atención esmeradísima, –me mandaron a buscar y a llevar al aeropuerto en Rolls Royce por un ucraniano que había vivido en Buenos Aires, amabilísimo–, unos interiores impecables y, sobre todo, el placer que se siente estar rodeado de arte y buen gusto.
El arte pop fue un movimiento que nació en Inglaterra a mediados de los años 1950 y se replicó en los Estados Unidos a fines de ese mismo año. Era una propuesta que desafiaba abiertamente la forma tradicional de expresarse en las manifestaciones artísticas, para permitir al artista a que usara las herramientas visuales que estuvieran arraigadas en la identidad de la cultura popular, de manera que también se viera como arte y se apreciara como tal.
El arte pop removió los materiales de su contexto en los que se expresaba y aisló los objetos o los combinó con otros, para su contemplación. El concepto de arte pop se refiere no tanto al mismo “objet d’art” sino a la gran cantidad de personas que lo admiran.
El arte pop empleó muchos de los aspectos de la cultura masiva como la publicidad, los libros de comics y otros objetos de uso mundano. Fue interpretado, en su momento, como una reacción a las ideas que en esos años eran las que prevalecían en los medios artísticos, especialmente el expresionismo abstracto. El arte pop empleó imágenes populares para oponerse al elitismo cultural que prevalecía en el medio, enfatizando o destacando los elementos banales o “kitsch” que hay en cualquier cultura, y esas creaciones, la mayoría de las veces, tenían un dejo de ironía. También echó mano de la reproducción mecánica como técnica en la creación de las obras.
EN MEDIO DE LA HISTORIA
L’hotel es un oasis en medio de una ciudad que se caracteriza por el orden, la limpieza y la eficiencia. Sus amplias habitaciones, con altísimos cortinajes, chimeneas en cada suite, acogedoras áreas para trabajar, modernos baños y un ambiente de elegancia cautivan. El bar Botero, el gimnasio, varios salones de conferencias y conexión a internet, además de las siempre presentes frutas frescas tanto en las habitaciones como en las áreas comunes, la atención personalizada de todos los colaboradores lo hacen sentirse a uno en casa.
Vale la pena repasar un poco de historia de la ciudad de Montreal. Desde 1642, el grupo religioso predominante en Montreal fueron los católicos, y eso les permitió tener la hegemonía en la construcción de las edificaciones y determinar sus estilos. Como testigo de esta época se levanta el Seminario de San Sulpicio, que hoy es el edificio más viejo de la ciudad, al lado de la Catedral de Notre Dame, a solo dos cuadras de L’Hotel. Los sulpicianos tenían como prioridad el desarrollo espiritual y académico, pero de la misma forma fueron controlando los estilos arquitectónicos que marcaron la ciudad. Una vez establecido el imperio británico y enfocarse la atención en el intercambio comercial, se dio paso a las expresiones de otras iglesias.
Le siguieron en presencia los anglicanos, que construyeron sus cultos, lo mismo que los metodistas y, aunque hay una gran comunidad judía, las sinagogas no son llamativas, adoptando un estilo egipcio que las ha distinguido. Los de la iglesia unitaria, por ser intelectuales, emulaban a los griegos y varios de sus edificios tienen remembranzas con la Acrópolis. El resto de las religiones iban levantando sus estructuras, que algunas veces sirvieron de refugio para la población cuando se escenificaron batallas.
La Catedral de Notre Dame, erigida por los sulpicianos en honor a María –ellos no eran seguidores del Papa— es una magnífica combinación de estilos neogóticos, tanto franceses como ingleses y alemanes, que alberga numerosas tallas de madera, pinturas, vitrales, esculturas, una colección notable de arte sacro del siglo XVII al siglo XX, y es escenario de funciones luminotécnicas. En la parte de atrás está la capilla al Sagrado Corazón, de construcción más reciente, y donde se celebran numerosos matrimonios –allí se casó Celine Dion–.
Tantos edificios portentosos construidos para propósitos religiosos se resisten a desaparecer. Ingentes son los esfuerzos que hace la comunidad, tanto empresarial como educativa, para darle otro uso, y son notables las estructuras que ahora forman parte de la Universidad de Concordia (la Capilla de la Congregación de las Monjas Grises, por ejemplo), y la Erskine and American Church, que pasó a manos del Museo de Bellas Artes de Montreal, y está adyacente a su edificio principal.
Los empresarios no se han quedado atrás en el rescate del patrimonio histórico y es así como la familia Molson, propietaria de la quinta cervecería más grande del mundo y la segunda empresa más antigua de Canadá, dueña de bancos y equipos de hockey, tiene entre sus haberes varios de estos edificios y le han impreso un estilo muy propio. Hay una leyenda muy conocida que señala que los Molson tienen “una iglesia para la salvación, una universidad para la educación y una destilería para la perdición”. Yo agregaría que también un banco para la financiación.
El edificio del Banco Molson está justo al lado de L’Hotel. La arquitectura y la religión tienen unos paralelismos interesantes en la ciudad de Montreal. En 1829 finaliza la construcción de la Basílica de Notre Dame y en 1830 empiezan a surgir las primeras sinagogas en la pujante provincia de Quebec.