El pasado 8 de mayo se conmemoraron los 100 años de la muerte del pintor francés post-impresionista, Eugène Henri Paul Gauguin, nacido en Paris el 7 de junio de 1848 y cuyas obras más conocidas fueron pintadas en Tahití, Polinesia Francesa, en la mitad del Océano Pacífico. Su abuela materna era de ascendencia peruana, Flora Tristán, la primera feminista y revolucionaria de su tiempo. Fue amigo de Van Gogh, Pisarro y del resto de los artistas que lideraron el movimiento impresionista. Era corredor de la bolsa de valores hasta que un buen día decidió dedicarse a la pintura. Casado con una danesa, tuvo cinco hijos a los que abandonó persiguiendo la luz de los trópicos, que lo traería a las costas panameñas en el año 1887.
En muchas ciudades del mundo se han realizado exposiciones retrospectivas de la obra de Gauguin. El centenario de su muerte ha trascendido más allá que la de cualquier otro pintor: el laureado escritor peruano Mario Vargas Llosa lanzó su último libro “El Paraíso en la otra esquina” hace unos meses, uniéndose a la conmemoración y novelando la persecución de lo imposible por dos importantes personalidades: Flora Tristán y su nieto, Paul Gauguin. Usando la técnica de alternar los capítulos, ya ensayados en El Pez en el Agua, Vargas Llosa logra una novela fascinante y cautivadora, haciendo los paralelismos entre la abuela y el pintor. Ya en 1919 William Somerset Maugham se había ocupado de su búsqueda por la esencia de la naturaleza en La luna y seis peniques. Y el pintor y escritor dominicano, Fernando Ureña Rib, en su más reciente libro, Fábulas Urbanas, incluye el relato La Venus de Taboga, inspirado en una visita que hizo a la isla del Pacífico panameño en el año 2000 e imaginando a Gauguin en medio de su exhuberancia.
En 1887, Paul Gauguin, acompañado de su amigo, el pintor Charles Laval, arribaron al istmo de Panamá. Se estima que su llegada fue en el verano panameño por las cartas que escribió a su amigo Emile Schuffenecker. Por el tono de la nota, el pintor francés no estaba contento de estar en Panamá y según los anales de la Panama Canal Commission, su destino fue la isla de Taboga. Se sabe de una carta que él escribió desde Saint Nazaire a su esposa Mette, anticipándose a su llegada, donde Gauguin le expresaba su sueño de vivir en una isla y alegaba “yo conozco un lugar en el mar de Panamá, una pequeña isla llamada Tabogas (Taboga) en el Pacífico; está casi deshabitada y muy fértil. Yo llevo mis colores y mis pinceles y yo me empaparé de ellos lejos de todos los seres humanos. Yo sufriría siempre la ausencia de familia, mas no viviría como un mendigo, que tanto me disgusta. No duden nunca de mi salud, el aire ahí es muy sano y como alimento, el pescado y las frutas que uno come.”
La siguiente carta que escribió a su esposa, ya desde Panamá, donde su cuñado (esposo de su hermana Mariè) le había invitado con promesas de bienestar y trabajo estable no fue tan elocuente sobre el entorno panameño. Gauguin le adelanta a Mette que en ocho días estará visitando Taboga (la llama Tobago) “viviendo como salvajes (él y Charles Laval) y seguro que no será el mejor lugar para estar.” En su siguiente misiva le cuenta su desventura ocurrida en el barrio de San Felipe, donde fue tomado preso por la policía ya que se orinó en una de sus calles. El escritor panameño Rafael Ruiloba recoge este acontecimiento en la novela Manosanta y le dedica tres capítulos a una supuesta relación con una dama francesa que lo sacó de la cárcel. Es seguro que estuvo en la ciudad de Colón, en el Atlántico, tanto a su llegada de Martinique como antes de su partida, y se sabe que se contagió de malaria en esa ciudad, donde fue hospitalizado. Laval contrajo la fiebre amarilla.
El hecho que Gauguin haya estado en el istmo, durante la construcción del Canal (afirmó en una de sus cartas que “trabajó para la compañía durante 15 días”) fue el motivo por el cual la Embajada de Francia en Panamá y la Alianza Francesa celebraron el 7 de junio, el día de su natalicio, un homenaje en su honor en la isla de Taboga. Con las obras pictóricas de niños que aprendieron a pintar como Koke, un apodo que le puso una de sus amantes en Tahiti, se organizó un “happening” en el que participaron artistas plásticos, de teatro y músicos, en las ruinas de la casa Moore, donde existía un monolito alusivo a su visita. Este monolito fue cubierto por azulejos al estilo Gauguin. Tal fue la euforia Gauginista que unos artistas panameños pintaron un mural conmemorando la fecha, reproduciendo sus famosas mujeres tahitianas.
Un justo homenaje a un pintor que representa una etapa muy importante en la historia del arte y, pese a su trágica vida y el no haber dejado ninguna obra pintada en Panamá o en Taboga, nos mantiene tras sus huellas.