Publicado en El Siglo, el 10 de abril de 2023.
Como están las cosas en el mundo, somos prisioneros de las redes sociales. Facebook, Twitter e Instagram son nuestros verdugos. Si queremos que algo se sepa o si queremos hacernos sentir, no tenemos otra opción que usarlas.
Los hay que somos activos y otros pasivos. Me explico: Los activos somos los que aportamos noticias, fotos, comentarios y hasta opiniones y a veces se forman unos kilombos que no hay quien los agarre. Muchos políticos crean polémicas a través de las redes y no olvidemos que, a más de uno, por muy alto el cargo, lo han despedido por Twitter.
En nuestros trabajos se nos exige publicar lo que hacemos, pero las cuentas personales, en mi concepto, deben ser privadas y solamente las pueden ver los que uno acepta. Así son las mías. Pero cada uno hace lo que le parece, aunque después paguen las consecuencias.
Los pasivos son los que nunca publican nada, pero siguen a cuanto perro, micho y gato consideren ‘influencer’, tiendas, servicios, y los más variados etc. Esa actividad no va conmigo porque tengo mucho trabajo y mi tiempo libre prefiero emplearlo en leer o en escribir.
Si uno quiere que algo se sepa, aunque sea una mentira, pues allí están, listas para causar un revuelo. Cuántos rifirrafes no se han formado porque a cualquiera se le va de la lengua (o de la tecla) cualquier opinión en un momento de ofuscación.
En mi concepto, las redes sociales deben usarse con responsabilidad, pero no pretender reemplazarlas por el contacto personal, directo y cálido de una llamada, un saludo personal, un chat directo. No estar pendiente de lo que hace otro a través de Instagram, y proteger la intimidad porque el peligro existe y de eso hay testimonios que han resultado en lamentables incidentes.
Mientras tanto, yo protejo mis cuentas y al que no le guste, pues que no me siga.