No se vale que la esposa del presidente se pare delante de una convención y recuerde como en un concurso de poesía del colegio de monjas donde estudió, que sus orígenes son arnulfistas, entre risitas nerviosas y caras largas. Tampoco que indique que no es funcionaria pública y que seguirá en su puesto de primera dama de lunes a viernes y en horas laborables, y el resto del tiempo, a hacer campaña. Es inmoral y antiético este comportamiento y debe llevar al rechazo por parte de todos los miembros de nuestra sociedad, el que se nos tome como unos tontos.
Nuestras leyes establecen la veda reeleccionista para el mandatario que esté en el cargo. De ser electa la nómina Arias-Martinelli, habría una reelección velada, puesto que en cualquier momento se produciría un sismo —como los que remecieron recientemente al anciano jefe de la diplomacia panameña— y quede el príncipe consorte de la vicepresidenta como ministro encargado de la Presidencia. No nos damos cuenta que estamos permitiendo, no solo algo ilegal, sino algo inmoral.
Ya Panamá está en los titulares de todos los medios noticiosos del mundo, por la catástrofe del paro de la construcción de los trabajos de la ampliación del Canal. Si algo habíamos preservado alejado de la política había sido el Canal y finalmente ha sucumbido al poder casi omnipotente y definitivamente voraz del Órgano Ejecutivo. En los próximos meses veremos lo que no nos imaginábamos que sucedería nunca, porque lo estamos permitiendo, nos están ‘congueando’, como escribió recientemente Paco Gómez Nadal, el periodista español que el gobierno sacó del país hace un par de años y nosotros dejamos que lo hicieran.
Esto que vivimos ahora es inédito, y no deberíamos esperar a que los abogados presenten los recursos de inconstitucionalidad sobre si debe o puede correr la primera dama en la nómina del partido de gobierno, sino elevar nuestra más enérgica protesta por la falta de pudor político que sigue ofendiendo la majestad del país, que se dice constitucionalmente democrático y republicano, al permitir conductas a todas luces peligrosas para la resquebrajada institucionalidad.