Publicado en La Estrella de Panamá Türkiye Vida y cultura

RESTAURANTE 1924

Por Mariela Sagel, en La Estrella de Panamá, 25 de julio de 2021.

Una de las migraciones más importantes que recibió Turquía cuando se produjo la revolución bolchevique, fue la rusa.  Esos convulsos años, entre el triunfo de los soviets y el de Mustafá Kemal Atatúrk vieron muchas escenas de aristócratas zaristas que tuvieron que ponerse a vender lo que fuera para sobrevivir y olvidarse de su gloria pasada.  En 1923, cuando Atatürk establece la República de Turquía y hace cambios importantísimos en la sociedad que en su momento estaba bajo el imperio otomano, los rusos no fueron ajenos.

     El restaurante 1924, fundado por rusos que huyeron de la revolución de su país, recrea la vida urbana que dejaron atrás.  En su momento representó un oasis donde pasar una tarde distendida, lejos de los niños, en la nueva república turca.

     Por ese mítico lugar, situado a unas cuadras de la bulliciosa calle Istiklal pasaron miembros de la realeza y emigrantes, funcionarios públicos, gente bohemia y políticos, espías y personalidades del mundo del espectáculo.  Era un bullir de intereses, cuál más diverso.

     Todos recostaron sus espaldas en los paneles de madera del comedor, muy al estilo ruso.  Los guías de turismo actuales describen el restaurante como una de las más interesantes experiencias que puedes vivir en Estambul, casi como la visita a la Mezquita Azul o al Gran Bazar.  Ningún visitante famoso a la “capital del mundo”, como la llamó Napoleón, dejó de visitar este mítico restaurante, desde Mata Hari, Greta Garbo, Agatha Christie (quien escribió “Asesinato en el Orient Express en esa ciudad) o el rey de España, Alfonso XIII.  El padre de la patria turca, Mustafá Kemal Atatürk, siendo presidente, era un asiduo y leal cliente, atraído por el ambiente sofisticado, las delicias rusas y los fantásticos vodkas que allí fabrican.

            Esta institución tiene más de 90 años de una tradición del distrito Beyoğlu (antes conocida como Pera) y ha sido adaptada a las investigaciones sobre las costumbres rusas, sus platillos, para que cada detalle vuelva a la vida y recree una época de lujo y esplendor que le dan la merecida leyenda que el restaurante representa, de manera que siga brillando con su luz y gloria.

     Ascendiendo desde la famosa calle Istiklal, por Asmalı Mescit, Olivya Gç. 7-A, 34435 en el distrito de Beyoğlu, se llega al vetusto edificio y desde que se va ascendiendo por las escaleras se siente el ambiente que permea cada rincón de este famoso restaurante.  Cuando se entra, a la derecha, hay una mesa reservada “para la eternidad” para Mustafá Kemal Atatürk, con una botella de Raki (el licor nacional) y a un costado una serie de “memorabilia”.

     El menú tiene una variedad de los platos favoritos de los países del este europeo, tradicionales, con algunos guiños que incluyen el famoso “borscht” ruso, (sopa de remolacha) el “piroshki” (panecillos rellenos de carne, verduras u otros ingredientes, típicos de las gastronomías rusa, bielorrusa​ y ucraniana).​​​​ La carne Strogonoff, “Kievsky” (ensalada en base a col, manzanas, zanahoria, queso holandés, mayonesa, cayena, sal, azúcar, jugo de limón y nuez moscada)y “Faberge”, delicioso postre de chocolate y frambuesa.  El ambiente es amenizado por un pianista que a la vez toca el acordeón y las bebidas no solo consisten en el tradicional vodka de limón, sino de una gran variedad de infusiones de vodka que se convierten en cocteles espectaculares.  Hay un arpa también, pero no me tocó escucharla, sin embargo, el pianista me complació con “Historia de un amor” en piano y después en acordeón.

     Éramos dos personas, pero cerca estaba el embajador de Guatemala, su esposa, hija y su chofer, que fueron al restaurante por la misma razón que yo: recomendación del embajador de Singapur.  A pesar de la reservación era a las 7 de la noche, cuando salimos apenas atardecía pues el verano está en todo su apogeo.  Fueron momentos en los que uno se sentía transportados a un mundo que ya no existe, con clase y distinción.

     Pedimos los blinis con caviar y salmón, que estuvieron deliciosos, y el pan, con una mantequilla con nueces, de película.  También berenjenas que envolvían queso de cabra rociadas de almendras.  Una verdadera delicia.  De plato fuerte la carne Strogonoff y el pescado al grill, que estuvo para comérselo arrodillado.

     No probamos los cocteles de vodka, sino que nos fuimos por el vino turco, pero los hay de salmón, de cereza, canela, fresa, anís, vainilla, rábano picante (horse radish).  También ofrecen champañas y toda clase de bebidas espirituosas. 

     El dueño, un entusiasta afgano-austríaco, nos atendió muy bien y nos contó la historia del restaurante, sus comensales y también del otro restaurante que está al otro lado de la calle Istiklal, que para los que no la conocen es peatonal, llamado 360 porque en su terraza se puede ver todo Estambul.  Nos tomó fotos en blanco y negro que pone entre los huéspedes distinguidos y veló porque todo el tiempo estuviéramos bien atendidos.  Yo no pude resistir la tentación de tomarme una foto en la mesa de Atatürk y con el regusto de haber visitado ese histórico restaurante, salimos felices de haberlo podido conocer.  Nos queda pendiente el 360, aunque ya he mandado una avanzadilla para ver qué tal.

     Para el que no sabe, León Trotsky fue exilado en Turquía entre 1929 y 1933, pero para preservar su seguridad, tanto de los rusos zaristas como de la furia estalinista, se recluyó en una de las islas Príncipe, Büyükada, que están en el Mar de Mármara y son en total nueve islas.

     Los Trotsky llegaron en febrero de 1929 desde Odesa, en un barco que iba precedido por un rompehielos, que les permitió pasar por el mar Negro, helado en esa época.  Turquía fue la única que le abrió las puertas y aún así, la seguridad del líder revolucionario supuso un dolor de cabeza para las autoridades, por la gran cantidad de rusos exiliados con sed de venganza.  La isla donde se asentó estaba a hora y media de viaje marítimo en esos tiempos, hoy se llega más rápido.  Todo esto es recreado en el libro “El hombre que amaba los perros”, del escritor cubano Leonardo Padura.  La selección de ese destino no pudo ser más atinada, pues en la época bizantina, estas islas eran el destierro de emperadores, patriarcas y cortesanos que caían en desgracia.

     De allí Trotsky se fue a París en 1933 y después, en 1935, a Noruega, de donde fue expulsado, llegando a México al año siguiente, acogido por el gobierno de Lázaro Cárdenas, pero hasta allá llegó la mano impecable estalinista que acabó con su vida mediante el comunista español Ramón Mercader.  Había ido perdiendo uno a uno a sus familiares, hijos que se suicidaron o fueron ajusticiados.  Murió en 1940 en el segundo atentado a su vida, atacado con un piolet. 

     Es muy posible que Lev Davídovich Bronstein, que era su nombre real, haya escrito sus mejores obras en esa isla de los Príncipes, como a “Mi Vida”, “Historia de la Revolución rusa” y “La revolución traicionada”.  También es posible que se acercara al restaurante 1924 para que la nostalgia no lo acabase ya sometido al forzado exilio.