Por Mariela Sagel, El Siglo, 26 de junio de 2017
Los que pasamos con garbo la cincuentera podemos considerarnos testigos de excepción en su más amplio sentido, porque a pesar de no haber vivido ninguna de las dos guerras mundiales hemos visto muchos acontecimientos importantes.
En Panamá crecimos con las reclamaciones nacionalistas y, aunque algunos éramos muy pequeños, recordamos el desasosiego que produjeron los infaustos sucesos de enero de 1964. Un poco incierto fue el golpe de 1968 (sobre todo por la rumorología que predominaba) y de allí empezamos a vivir un gobierno que fue girando el timón hacia el populismo. Para los que fuimos a escuelas privadas se nos alejó un poco de la efervescencia que predominaba entre los estudiantes por el tema nacionalista pero estuvimos muy conscientes de las negociaciones y de la firma de los tratados del Canal de Panamá, que nos devolvería la soberanía sobre la Zona. Atravesarla era una vergüenza y toda una aventura cruzar el ferry donde ahora está el puente de las Américas años antes.
El referéndum para ratificar los tratados fue el primer ejercicio electoral al que muchos nos enfrentamos y después vinieron las elecciones de 1984. Antes habíamos visto con estupefacción la muerte de Omar Torrijos y la pelea de poder que se desató en la Guardia Nacional por el control del país, cuando un Paredes prepotente dijo que el poder reposaba en la Avenida A. Nos fuimos involucrando en las luchas anti militaristas a medida que crecía el descontento y a partir del ’87 nos vestimos de blanco para protestar. Vino la invasión y vimos a un Noriega entregándose sumiso a los gringos, sus antiguos patrones.
Después vivimos la reversión total de las tierras y el manejo del Canal, los debates de la ampliación, su ejecución y feliz culminación. Mientras tanto caía el muro de Berlín, desaparecía la Unión Soviética y se desvanecía la Guerra Fría. Ahora estamos viendo a un ex presidente esposado y con grilletes en una cárcel gringa. No podemos quejarnos.