MARIELA SAGEL
La Estrella de Panamá, 17 de febrero de 2013
La Habana, Cuba – Me demoré 23 años en volver a Cuba y he podido apreciar, en esta visita, el gran avance que ha tenido la industria que desplazó a la prioritaria azucarera, después del desplome del bloque socialista y el paso de lo que los cubanos llaman ‘período especial’ (inicios de los años ’90, casi al mismo tiempo que nuestro país se recuperaba tras una cruenta e innecesaria invasión). Acá hubo carencias de todo tipo, racionalización de la energía y la migración obnubilada hacia otras ciudades, a veces poniendo en riesgo la vida. Nosotros recibimos el impulso del capital y nos levantamos como un resorte de los destrozos causados por la ‘causa injusta’, con inventiva y con respaldo. Los cubanos siguieron bajo el inhumano bloqueo al que los tienen sometidos desde inicios de los años ’60 el país que tienen más cerca, pero se las han ingeniado para sacarle la lengua a diario —y los comerciantes de todas las latitudes, sin distingo de ideología ni de religión, han hecho el bypass correspondiente, supliendo al menos las necesidades básicas—.
Hoy día Cuba devenga el mayor porcentaje de sus divisas del turismo, que la han convertido en una vocación seria, de compromiso, con una infraestructura de guías, buses, hoteles, carreteras, atracciones y sobre todo, rescatando lo auténtico del pueblo cubano, enalteciéndolo y poniéndolo al servicio de los visitantes.
La Habana Vieja es un portento que nos descubre en cada esquina el ingenio de rescatar el patrimonio para disfrute de todos. Caminar por la calle Obispo en un día de semana es una verdadera hazaña de la cantidad de extranjeros que la visitan. Si la última vez que vine me sorprendió la restauración que estaban llevando a cabo, hoy día quedo a los pies de las estatuas de bronce de Chopin, Hemingway y Lennon, sentadas en bancas de parques o apostadas sobre un bar. Hasta el cementerio de Colón es digno de visitar, un conjunto de tumbas que abarcan 56 hectáreas, cual más artística que la otra. En la Catedral fui a misa, pero bajo la liturgia antigua y en la Bodeguita del Medio me tomé el tradicional mojito.
Pero Cuba no es solo La Habana y Varadero. En esta ocasión me aventuré a conocer otros paisajes y visité Pinar del Río, que es otra visión de la isla, con unas montañas prehistóricas y unas cavernas con estalactitas que enmarcan la travesía por un río subterráneo. Las vistas de ese valle me llevaron a entender la pintura de Tomás Sánchez y el cultivo y la producción del habano. Miré sorprendida el mural de la prehistoria que engalana una de esos mogotes que ascienden hacia el cielo y me tomé un refrescante guarapo trapicheado frente a nosotros. La infraestructura de esa provincia, cuya ciudad capital está intacta desde hace 60 años, con la salvedad que sus habitantes cuidan sus viviendas y las remozan y embellecen sus plazas —espacios importantes y respetados para todos los que viven en comunidad— es estupenda y sus habitantes muy hospitalarios.
En estos 23 años que coinciden, casi que por arte de birlibirloque con la invasión y el despegue posterior de la ciudad de Panamá y el país a una modernidad que lo aleja cada vez más de sus vecinos del continente me hacen pensar ¿qué nos ha pasado que no hemos podido desarrollar el turismo de la manera en que los cubanos lo han hecho, con bloqueo y con muchas carencias? ¿Por qué no hemos sido capaces de restaurar debidamente nuestro Casco Antiguo, que es apenas una esquina de La Habana Vieja, y hoy día lo hemos llevado a ser un patrimonio en peligro? ¿Qué hace que los cubanos se esmeren por ser guías integrales, sabiendo de historia y literatura para ilustrarnos sobre lo que tienen los sitios que visitamos? La clave es la educación y sobre eso seguiré insistiendo.