MARIELA SAGEL
La Estrella de Panamá, domingo, 27 de noviembre de 2011
Nuestra familia se ha visto muy conmocionada con la prematura desaparición física de nuestra prima hermana Vianca Ibeth Rosas Vargas, con apenas medio siglo de existencia. Una serie de complicaciones la llevó en forma precipitada a entregar su alma a Dios la madrugada del jueves 24 de noviembre, dejando a mis tíos Diomedes y Doris, sus hermanas, hijos, sobrinos y nieto en una profunda tristeza.
Vianca siempre fue una persona que se distinguió por cultivar la amistad y seguramente todos quedarán sorprendidos al conocer de su muerte. En el aspecto familiar, con nosotros sus primos y nuestros hijos, con nuestros padres, siempre estuvo muy pendiente, por eso nos duele tanto que una persona que entregó tanto a los demás nos deje cuando aún tenía tanto por dar, y también por recibir.
Su muerte ha significado, en lo personal, una profunda reflexión sobre lo importante que es, en esta vida, el manifestar a los que queremos (y a los que no queremos también) nuestro respeto y nuestro perdón, en el caso que sea necesario, por cualquier desacuerdo que hayamos tenido. Me retrotrae también a un libro que hace unos años cambió mi vida, del autor francés, Marc Levy, que se titula LAS COSAS QUE NO NOS DIJIMOS, donde muestra cómo una hija, al morir su padre, tiene la oportunidad de poder hacer las paces con él mediante subterfugios paranormales que aunque no los creamos, nos empujan a resaltar lo importante de los vínculos de sangre, la hermandad y sobre todo, el amor filial.
Nuestra familia es muy grande y todos, en alguna u otra forma, nos hemos diferenciado y nos hemos semejado entre nosotros. Somos políticos de sangre y a veces algunas diferencias en ese campo nos llevan a antagonizar, pero ante un hecho de tanto dolor, nos levantamos como uno solo y cobijamos con nuestro abrazo y nuestro amor a los que hayan sufrido una tragedia o una pérdida tan dolorosa como la muerte de un familiar tan cercano y tan querido como Vianca.
Así pasó cuando falleció mi primo Olmedo Jr. hace diez años, en un trágico accidente, y así ha pasado con los que nos han precedido en ese destino común que tenemos todos, mi padre, mis tíos Lucho Castrellón, Carlos y Olmedo Rosas y otros familiares cercanos. Nos convertimos en un solo cuerpo solidario y doblamos el lomo para aliviar la pesada carga que tienen que sobrellevar sus más cercanos parientes.
También lo estamos haciendo ahora que por ser ‘rositas’ mi primo Jorge Alberto ha mostrado sus quilates de diputado responsable, ante el avasallamiento e insultos de los que ha sido objeto. Nos complace mucho que al Molirena no lo haya absorbido el insaciable Cambio Demoniaco, porque ese partido fue fundado por mi tío Jorge Rubén, entre otros notables políticos. Y así podría seguir describiendo todo lo que, bajo la estela de ese ejemplar hombre que fue Carlos Rosas Ballesteros, el patriarca de Tolé, como yo lo apodé en un cuento inédito, seguimos cultivando y practicando en nuestras vidas, tanto públicas como privadas.
El mensaje que nos dejó Vianca es que no hay amor más grande que el de los padres, hijos y hermanos, y que independientemente de lo que eventualmente nos separe en determinadas circunstancias, es bueno practicar en vida ese amor filial, decir ese ‘te quiero’ que a veces nos cuesta tanto, y ese perdón que muchas veces nos negamos a otorgar. Sabia virtud de conocer el tiempo, compuso el mexicano Renato Leduc en su soneto. Yo agregaría que el tiempo es ahora, en vida, y que nada nos vamos a llevar, solo dejaremos el recuerdo y lo que hemos hecho, y que éstos sean los mejores que podamos construir.