Un país injusto
MARIELA SAGEL
La Estrella de Panamá, 28 de julio de 2013
El pasado 18 de julio el mundo entero estuvo pendiente de la salud de Nelson Mandela, el líder sudafricano que está recluido en un hospital, y que a sus 95 años (a los que llegó ese día) sigue siendo un referente de libertad, de justicia y sacrificios.
Madiba, como se le conoce en su país, pasó 27 años de esa larga vida que se niega a extinguirse en la cárcel, luchando por los principios básicos de igualdad entre negros y blancos en su país y le fue conferido el Premio Nobel de la Paz en 1993, para llegar a ser presidente elegido democráticamente por cinco años en 1994.
Sus frases sobre diversos temas son iluminadoras, que van desde la libertad, tan vehementemente defendida por él, hasta el odio, el amor y la muerte. Sobre la educación ha dejado testimonio que ‘La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo’, así como que ‘La educación es el gran motor del desarrollo personal. Es a través de la educación como la hija de un campesino puede convertirse en una médica, el hijo de un minero puede convertirse en el jefe de la mina, o el hijo de trabajadores agrícolas puede llegar a ser presidente de una gran nación’.
En un país donde existan injusticias sociales, no importa que muestre un crecimiento exorbitante, mientras persistan desigualdades abismales, va a ser un país injusto.
Panamá es un país injusto. Aquí hay casi cero analfabetismo, pero los que saben leer y escribir son analfabetas funcionales, es decir, aprenden, pero abandonan la escuela y les es difícil —a veces casi imposible— leer, escribir o hacer cálculos de una manera sencilla.
Por otro lado, a la par de megaobras necesarias para adecuar a la ciudad capital al dinamismo financiero, logístico y de servicios, los campos son abandonados, se ha ido disminuyendo la capacidad de producir a los agricultores y ganaderos y pocos son los centros educativos que se tienen en el interior, ni decir la calidad del servicio de salud que se presta.
Tendemos a decir que somos tercermundistas y queremos parecernos a Singapur y llegar a ser del primer mundo, pero eso no se logra solo con tener un sistema de buses que funcione, un metro que acorte distancias o unos cables que no se vean en la ciudad. Se logra primordialmente con mejorar la calidad de la educación, y la capacidad de leer, escribir y comprender las matemáticas simples de parte de los habitantes, a través de, entre otras cosas, inculcarles el hábito de la lectura, el respeto al medio ambiente y sobre todo, elevando su cultura ciudadana (esa de la que tanto carecemos y que puede hacer el verdadero cambio en nuestro país, el que no se ha podido hacer en estos cuatro años del gobierno del cambio). El niño que lee hoy será un adulto que piense, y precisamente de esas personas pensantes es que estamos careciendo para que enrumben al país por senderos de verdadera bonanza, no solo para unos pocos sino para todos los panameños.
El camino es largo y no es fácil, porque invertir en educación y salud no se puede señalar en metros cuadrados de cemento que se hayan levantado en una gestión. Da frutos en un par de lustros. Pero es el gran reto que tiene el próximo presidente de Panamá, el de enfocar su gestión en estos dos puntales temas que van a devenir en otros no menos importantes. Cambiando la forma de pensar de los niños es que podremos zanjar las injusticias que hoy prevalecen. Y ese proceso no puede esperar, tiene que empezarse desde los más básicos núcleos familiares, barriales, circuitales, municipales y de gobierno.