El invitado de honor de este año fue la región de Castilla y León, cuna del Español, y en torno a él giraron muchas actividades que enaltecían la herencia hispana. También se dieron cita muchos autores de renombrado prestigio y las principales editoriales, no solo de México sino de todas partes del mundo, incluyendo lenguas ajenas al Español.
En este espacio quiero resaltar un punto importante en torno a ese evento, al que tuve el privilegio de asistir.
En Panamá, centro medular del comercio mundial, no contamos con un centro de exposiciones como debe ser. Desde los tiempos de la colonia, en las ferias de Portobelo, se celebraba esta importante actividad de intercambio. Atlapa no es un centro de ferias, es de convenciones, y por esa razón cada día se hace más incómodo hacer este tipo de eventos en ella, con los consecuentes problemas que derivan de hacer las cosas improvisadamente. Un centro de ferias o exposiciones es el que permite realizar constantemente exhibiciones, durante todo el año, tiene los requisitos de aduana, descarga, amenidades (patio de comidas, degustaciones, salones de reuniones) para que los intercambios comerciales y feriales se realicen sin estorbo a la exposición propiamente dicha.
El centro, que los jaliscienses denominan ‘la expo’ en Guadalajara, cuenta con amplias explanadas de entrada, donde realizan conciertos, grandes alturas donde seguramente se exhiben en su momento maquinarias, esas mismas que se siembran en los maltratados jardines de Atlapa. Taquillas ágiles de acceso, un edificio de estacionamientos y muchas otras facilidades que permiten tener salones monotemáticos y exposiciones anuales casi todos los días del año.
Otro detalle muy importante a tomar en cuenta es la participación de muchas instituciones y empresas en apoyo a la feria. La FIL es una organización adscrita a la Universidad de Guadalajara que, a través de todos estos años, se ha establecido con mucha visión y alrededor de ella gira toda la actividad de la ciudad. Los hoteles que se han construido en los alrededores tienen sus llaves magnéticas con el logo de la feria, los avisos comerciales que se colocan en las paradas de los buses ni qué decir y los conductores de taxi, los expendedores de comidas y todos los que de alguna manera se benefician de la afluencia de visitantes, se visten de feria.
Igualmente lo hacen los asistentes. Desde el inicio y durante toda la semana, solo se permitió la entrada al público a partir de las 5 de la tarde. Cuando abría sus puertas, en horas de la mañana, la feria era concurrida por profesionales, expositores, escritores y estaba orientada a concretar transacciones comerciales: pedidos a las grandes casas editoriales, consecución de representaciones de sellos o distribución en los diferentes países, y mil y una más de actividades relacionadas. Y la participación, tanto de los locales como de los visitantes, era entusiasta y a veces delirante.
En Panamá lo que se realiza anualmente es una venta de libros. Pocas son las editoriales que contratan ‘stands’ e invitan a famosos escritores a presentar sus libros, salvo que sean auspiciados por el país invitado, como fue el caso de la feria del 2005, a la que asistió el presidente de Chile en ese entonces, Ricardo Lagos, y quien se trajo en su avión a los escritores más destacados. Ejemplos como ese no se han vuelto a repetir, con tanto despliegue, además del apoyo que dio el gobierno panameño, que convirtió el evento en uno de Estado.
Necesitamos, con urgencia, un centro de exposiciones que satisfaga a todos los que quieren realizar ferias como ésta, que hasta en los avisos de vialidad anuncian el evento.