Panamá Publicado en La Estrella de Panamá

Amistad por encima de todo

Ñopo EletaMARIELA SAGEL*

La muerte es lo único seguro que tenemos en la vida, de eso no hay duda. Sin embargo, nuestra actitud hacia ella es generalmente de rechazo, de temor y la mayoría de las veces, de mucho resentimiento.

Cuando nos visita o nos toca, sin que nos lleve a su lado, nos sumerge en una tristeza profunda y en un desasosiego sin asidero. Si viene en forma imprevista —como lo hace la mayoría de las veces— puede hasta generarnos sentimientos de culpabilidad, dependiendo de si nos hemos reconciliado en vida con la persona que se lleva. Esta semana terminé de leer un libro maravilloso, “ Las cosas que no nos dijimos ”, de un autor francés, quien trama una deliciosa historia de una relación padre e hija que en vida se la pasaron evadiendo los sentimientos que los unían y alejaban y, cuando él muere, entonces ambos se reconcilian precisamente a través de esas cosas que no se pudieron decir cuando él aún vivía. Lamentablemente, no todos tenemos esa oportunidad más allá de lo increíble que narra esta novela de ficción.

El viernes enterramos a un gran amigo de todos, Fernando Eleta Casanovas, mejor conocido como “ Ñopo ”. Su precipitada partida nos ha dejado con un gran vacío por lo inesperado y porque él, a través de su vida, se ganó el cariño de no solamente sus amigos, sino de subalternos, colegas, personas relacionadas con las diferentes instancias con las que estuvo relacionado durante su productiva carrera profesional y personal. Siempre recordaré lo que me decía, cuando por compromisos de trabajo se ausentaba del país: “ no interpretes mi silencio como falta de cariño ”. Era carismático, cariñoso, brillante y sobre todo, amigo. Ante las muchas enfermedades que atravesó mi papá me reconfortaba señalándome que él tenía “ una pobre salud de hierro ”. Precisamente el día que murió, en recuento que hice posteriormente con su familia, estuve pensando mucho en él, como si se estuviera despidiendo.

Le recordé a Domplín, mediante un correo electrónico, que hace muchos años, en referencia a “ Ñopo ”, había dicho en la radio que si él hubiera querido nacer Eleta, se hubiera llamado “ Ñopitoplin ”. Como era mi amigo en Facebook, al que le recomendé muchos conocidos en común, el día de su muerte empezaron a mandarle mensajes muy cariñosos de todas partes. Su hermana Loly, nueva en esos avatares, me pidió que la añadiera a la lista de amigos míos para poder ver los mensajes que le enviaban a su hermano. No solo hice eso, sino que le sugerí a quien estuviera manejando su Facebook que aceptara a Loly como amiga. Lo que ella le escribió fue precioso, especialmente porque mencionaba que, por primera vez en su cumpleaños —la madre de ellos murió cuando nació Loly— estarían juntos cuidándola desde el cielo.

“ Ñopo “ vivirá en el recuerdo de muchos de los que fuimos tocados con su bondad, su aprecio, su don de gentes, sus muestras de cariño y su amistad. Apenas se nos ha adelantado en lo único que tenemos seguro en la vida, que es el paso a otra, que todo indica que es mejor. Que su ejemplo sea una guía para gozar a los que amamos mientras estén con nosotros aquí y que pensemos siempre en demostrar nuestro cariño y amor por los que inspiran estos sentimientos, para que no dejemos de decirnos cosas y después nos arrepintamos de que no las dijimos. Es una estrella más en el firmamento de mi constelación. Ahora sé que se despidió de mí al asaltarme todos esos pensamientos en los momentos en que precisamente él estaba dejando de vivir.

La muerte es lo único seguro que tenemos en la vida, de eso no hay duda. Sin embargo, nuestra actitud hacia ella es generalmente de rechazo, de temor y la mayoría de las veces, de mucho resentimiento.

Cuando nos visita o nos toca, sin que nos lleve a su lado, nos sumerge en una tristeza profunda y en un desasosiego sin asidero. Si viene en forma imprevista —como lo hace la mayoría de las veces— puede hasta generarnos sentimientos de culpabilidad, dependiendo de si nos hemos reconciliado en vida con la persona que se lleva. Esta semana terminé de leer un libro maravilloso, “ Las cosas que no nos dijimos ”, de un autor francés, quien trama una deliciosa historia de una relación padre e hija que en vida se la pasaron evadiendo los sentimientos que los unían y alejaban y, cuando él muere, entonces ambos se reconcilian precisamente a través de esas cosas que no se pudieron decir cuando él aún vivía. Lamentablemente, no todos tenemos esa oportunidad más allá de lo increíble que narra esta novela de ficción.

El viernes enterramos a un gran amigo de todos, Fernando Eleta Casanovas, mejor conocido como “ Ñopo ”. Su precipitada partida nos ha dejado con un gran vacío por lo inesperado y porque él, a través de su vida, se ganó el cariño de no solamente sus amigos, sino de subalternos, colegas, personas relacionadas con las diferentes instancias con las que estuvo relacionado durante su productiva carrera profesional y personal. Siempre recordaré lo que me decía, cuando por compromisos de trabajo se ausentaba del país: “ no interpretes mi silencio como falta de cariño ”. Era carismático, cariñoso, brillante y sobre todo, amigo. Ante las muchas enfermedades que atravesó mi papá me reconfortaba señalándome que él tenía “ una pobre salud de hierro ”. Precisamente el día que murió, en recuento que hice posteriormente con su familia, estuve pensando mucho en él, como si se estuviera despidiendo.

Le recordé a Domplín, mediante un correo electrónico, que hace muchos años, en referencia a “ Ñopo ”, había dicho en la radio que si él hubiera querido nacer Eleta, se hubiera llamado “ Ñopitoplin ”. Como era mi amigo en Facebook, al que le recomendé muchos conocidos en común, el día de su muerte empezaron a mandarle mensajes muy cariñosos de todas partes. Su hermana Loly, nueva en esos avatares, me pidió que la añadiera a la lista de amigos míos para poder ver los mensajes que le enviaban a su hermano. No solo hice eso, sino que le sugerí a quien estuviera manejando su Facebook que aceptara a Loly como amiga. Lo que ella le escribió fue precioso, especialmente porque mencionaba que, por primera vez en su cumpleaños —la madre de ellos murió cuando nació Loly— estarían juntos cuidándola desde el cielo.

“ Ñopo “ vivirá en el recuerdo de muchos de los que fuimos tocados con su bondad, su aprecio, su don de gentes, sus muestras de cariño y su amistad. Apenas se nos ha adelantado en lo único que tenemos seguro en la vida, que es el paso a otra, que todo indica que es mejor. Que su ejemplo sea una guía para gozar a los que amamos mientras estén con nosotros aquí y que pensemos siempre en demostrar nuestro cariño y amor por los que inspiran estos sentimientos, para que no dejemos de decirnos cosas y después nos arrepintamos de que no las dijimos. Es una estrella más en el firmamento de mi constelación. Ahora sé que se despidió de mí al asaltarme todos esos pensamientos en los momentos en que precisamente él estaba dejando de vivir.