Por Mariela Sagel, 23 de diciembre de 2019, El Siglo de Panamá
La masacre ocurrida a principios de la semana pasada en La
Joyita nos tiene que hacer reflexionar como sociedad, sea partidaria o
civil. El manejo que se le ha venido
dando al tema penitenciario es deplorable, las cárceles son unas verdaderas
fosas comunes donde entierran vivos a los presos, la mayoría de los cuales no
ha tenido siquiera un juicio que lo declare culpable.
Como bien dijo el presidente Cortizo, las cárceles son una
porquería. Deberían cumplir una función
de resocialización y formación para la gran cantidad de delincuentes que allí
están hacinados, pero se han convertido en una antesala de la muerte. El problema no se resuelve construyendo más cárceles,
sino enfocando el problema desde el punto de la resocialización.
Al menos este gobierno tuvo la valentía de enfrentar el problema
de frente y sin tembladera, como se dice coloquialmente. Los resultados de las acciones están por
verse. Pero no se puede permitir que en
un centro de detención haya armas de grueso calibre y toda clase de
dispositivos electrónicos. La tecnología
de inteligencia y seguridad debería utilizarse para bloquear y detectar lo que
entra en forma indebida.
En 2011 hubo una masacre en el centro de cumplimiento de Tocumen,
cinco chicos murieron calcinados y 2 sobrevivieron con quemaduras muy
severas. El gobierno de entonces, el de
Martinelli, ni se inmutó ante esta tragedia, la entonces Ministra de Gobierno
jamás atendió lo que era su deber: a los familiares de los muertos para que
pudieran enterrarlos con dignidad y la directora del Sistema Penitenciario se
hizo la desentendida. Fuimos un grupo de
personas, sin parentesco alguno con los afectados quienes nos encargamos no solo
del proceso legal que se siguió, sino de curar a los que sobrevivieron.
Tengo esperanzas en que, uniendo fuerzas, este gobierno pueda
dar un paso en firme para encontrar una solución al espinoso tema
penitenciario, con una visión de futuro.
Por Mariela Sagel, Vida y cultura, La Estrella de Panamá, 22 de diciembre de 2019
Desde inicios de este
año ha estado sonando y vendiéndose en las librerías tanto nacionales como
extranjeras una novela bajo el sello Lumen, de los más prestigiosos de la
editorial Penguin Random House, titulada “La hija de la española”, de la
periodista cultural venezolana Karina Sainz Borgo. En la pasada Feria Internacional del Libro de
Guadalajara (FIL) tuve la oportunidad de escucharla y me animé a leer su
primera obra de ficción. Sainz tiene 37
años y vive en España, y la última vez que visitó su país el presidente Hugo
Chávez estaba vivo.
Para muchos, la novela
ha sido un verdadero fenómeno editorial porque apenas Lumen la contrató, se
vendió en 22 países. Y su autora en un
referente de la literatura de un país que está en permanente conflicto, interno
y con el exterior. De hecho, está entre
las joyas literarias recomendadas en sitios como Casa del Libro, que se publicaron
en el año que pronto termina.
En su presentación en
la FIL, la joven autora se notaba muy segura, pero también muy dura, quizá
porque el tema que aborda es durísimo y, a pesar de su edad, no hubo tiempo
para sonrisas o comentarios que permitieran que se relajara. “La hija de la española” es una novela sobre
la pérdida y la supervivencia, y la autora alega que “la Venezuela que yo echo
de menos ya no existe”, por lo que no tiene dónde volver.
Karina Sainz Borgo
LA AUTORA
Periodista
cultural y autora de libros de periodismo como “Caracas hip hop”, “Tráfico y
Guarire y el país y sus intelectuales” acaba de sacar una reedición de sus
“Crónicas barbitúricas”, que ha ido recopilando durante 14 años sobre el
doloroso camino que recorren los expatriados, un camino sobre un mar gastado en
sus costuras, como escribió Luis Goldárez en Libertad Digital. Vive en España y en la presentación de su
aclamada novela, contó que mientras estaba de este lado del océano, sus
lecturas eran de escritores latinoamericanos y estadounidenses, tanto
periodistas como literatos. Al irse a
vivir a Europa, se embadurnó de toda la literatura europea, que la hizo propia
y según dice, “escribe a toda hora” para mantenerse erguida.
En ese contexto, de
vuelta a casa de sus abuelos, va al inverso de lo que hicieron ellos cuando
buscaron en Venezuela refugio de sus países en guerra, especialmente de la
Guerra Civil española. “Las personas,
como los caracoles, llevamos la casa a cuestas, aunque a veces no lo sepamos”.
LA HISTORIA
Es notable
la juventud de la autora, así como el tema que trata y, sin irnos muy lejos, el
éxito que ha tenido esta novela de 220 páginas.
Tanto ella, como Alberto Barrera Tyszka (aunque generacionalmente mayor,
ganador del premio Tusquets por su novela “Patria o muerte”) y Rodrigo Blanco,
que acaba de recibir el Premio Bienal Vargas Llosa con su obra “The night”, son
los más emblemáticos referentes de la literatura venezolana, casi siempre
engendrada en la disidencia política.
El argumento sobre el
que gira “La hija de la española” es la historia de una joven venezolana que,
tras la muerte de su madre, Adelaida Falcón, trata de huir de un país que se
cae a pedazos. Adelaida madre es la
metáfora que Karina Sainz Borgo encuentra para decirle a su país natal cuánto
lo echa de menos. Adelaida hija se queda
sola, no tiene hijos y la despojan de su vivienda, un grupo de mujeres que
lideriza una terrorífica marimacha llamada “La Mariscala”, que es otra figura
que la autora utiliza para representar el poder del estado. Sin tener dónde ni a quién pedir ayuda, se
acerca a casa de una vecina, de origen español, que encuentra muerta y es allí
donde se le ocurre suplantarla. De esa
manera, logra hacerse pasar por Aurora Peralta y se marcha definitivamente a
España.
La hija de la española
Con un gran ahorro de
personajes y una descripción descarnada de la situación que atraviesa su país
de origen, con la escasez, las vendettas, las muertes y los desmanes, esta
poderosa novela te atrapa desde el principio, desde la primera frase en que se
refiere a la muerte de Adelaida Falcón.
La hija, la que
después se convierte en la hija de la española, es editora, y un recuerdo que
tiene siempre vivo es una frase del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez
que leyó unas semanas antes de la muerte de su madre al estar corrigiendo unas
galeras: “Uno es del lugar donde están enterrados sus muertos”. Es así como describe que a su único muerto
(su madre) la ataba a una tierra que expulsaba a los suyos con la misma fuerza
con que los engullía.
Le han preguntado si
el argumento tiene algo de biográfico, a lo que ha respondido que la voz que le
interesaba era la de una persona que está en la edad de desarrollo y
crecimiento profesional y, que a pesar de que debería estar en la cúspide de su
carrera como editora, está en el peor momento de todos, porque se queda sola y
en su país no puede progresar. En su
novela abundan los personajes femeninos, algunas violentas, pero al final,
mujeres. Hay un personaje masculino,
Santiago, que es brillante, con un futuro promisorio, pero que lo meten preso,
lo torturan y lo matan. Es otra alegoría
del país que pudo ser, donde había profesionales instruidos, civilizados, como
Santiago, que Adelaida protege por un tiempo (es hermano de una amiga de
ella). El tratamiento que le dan a
Santiago es el de la muerte civil, porque queda la duda de si su lucha es patriótica
o tiene vínculos con el narcotráfico.
Esa muerte civil es muy típica de los regímenes totalitarios cuando se
quiere acabar con una casta social.
“La hija de la
española” ha sido la forma en que la autora ha podido expresar, metabolizar, lo
que ocurre en su país de origen, algo que según ha dicho, le costaba
muchísimo. Una especie de catarsis que
la ha redimido un poco, pero todavía le falta, por lo que se puede entender de
sus intervenciones en la FIL. No es la
protesta panfletaria hacia un régimen o un presidente, es el llanto de una
sociedad que no tiene asidero, en un país que fue tan rico y prometedor que
pudo haber dado los mejores escritores, pintores, músicos, científicos,
intelectuales, profesionales de todo tipo que hoy se encuentran desperdigados por
el mundo.
También toca la culpa
del que se va, del que busca su supervivencia.
En el caso de Adelaida Falcón, todo pasa al mismo tiempo: la muerte de
su madre, la pérdida de su casa, en cómo la desalojan y al final, su partida
definitiva. Es muy relevante el papel
que han jugado los libros en la vida de la protagonista, y alega que la
literatura y la cultura en general, sobre todo el lenguaje, son las primeras
víctimas de los regímenes totalitarios.
En la presentación de
la FIL no se habló de la Karina periodista, pero en otras reseñas que he podido
leer ella se refiere en términos muy duros a la situación de los medios en su
país. Considera el ejercicio
periodístico en Venezuela como un acto de valentía, casi imposible de realizar.
La autora es una gran
entusiasta de la poesía venezolana e incluye a una poeta en su relato. Es cautelosa en cuanto a una solución a la
actual situación por la que atraviesa su país de origen, pero está muy
consciente que hay que pensar en que una reconstrucción debe ser mirada a muy
largo plazo para que sea duradera.
Mariela Sagel es arquitecta, ex ministra y escritora. Publica hace 40 años en Panamá y otros países sobre temas políticos, literarios, patrimoniales y de arte. Actualmente es embajadora de Panamá en Turquía.