CERRADOS POR DERRIBO
Por Mariela Sagel, La Estrella de Panamá, 12 de abril de 2020
El pasado 9 de abril se cumplió un mes de que en Panamá se reportó el primer caso del COVID-19 y hemos pasado de una advertencia sanitaria a una cuarentena total, al punto de que este fin de semana, por celebrarse la Semana Santa, estuvo prohibido salir de casa. La campaña #QuedateEnCasa ha surtido un efecto positivo, con algunas excepciones.
Hemos tenido la suerte, la bendición de Dios, de que esta pandemia ha llegado en un momento en que el gobierno está en manos de personas que han antepuesto el bienestar de la población a los intereses económicos, como ha sido el caso en algunos países europeos, en Brasil y Estados Unidos y, en alguna medida, México. Si bien la Ministra de Salud es un fenómeno en transmisión de conocimiento y ejecución sin aspavientos, al igual que la Ministra de Desarrollo Social, de no haber tenido un líder como el Presidente Cortizo a la cabeza esto se hubiera salido de las manos. Al decir del periodista Lim Yueng, en la pasada conferencia de prensa, el país se le hubiera venido abajo.
Leo testimonios tan demoledores de personalidades mundiales, como la escritora estadounidense Siri Husvedt, que escribió que vive con miedo en la gran manzana (New York), por las política tan desacertada y deplorable que adelanta el actual inquilino de la Casa Blanca (ha llegado a amenazar de retirarle aportes a la Organización Mundial de la Salud), así como de intelectuales de renombres como Leonardo Padura y Fernando Savater, de que es preciso que revisemos y empecemos a replantearnos el mundo después de esta pandemia.
Padura, escritor cubano, publicó en la BBC de Londres un artículo sobrecogedor donde apunta que resulta que estábamos mejor cuando creíamos que estábamos peor. Savater, por su parte, con su maravillosa y analítica pluma, explica que «En un país que valora el PIB y no la cultura, el producto interior será cada vez más bruto».
Definitivamente que lo que estamos viviendo es el producto del abuso al que hemos sometido a los ecosistemas, por eso la mutación de un virus se hace más fuerte mientras menos obstáculos encuentre. Martín Caparrós, argentino de privilegiada pluma, señaló en el New York Times que lo que está en crisis es el mundo: “Nunca hubo una crisis más general. Sus soluciones pondrán a prueba el poder de los ciudadanos para empujar a los gobiernos y el mercado a construir un mundo mejor después de la pandemia”.
Así como el gabinete, bajo el liderazgo del presidente Cortizo, se preparó para la arremetida del COVID-19 y ha podido tomar acciones a tiempo, aunque hayan sido duras, debemos ir también repensando cómo va a ser el día después. Lo que hemos pasado debe dejarnos enseñanzas y hacer cambiar nuestros valores y patrones de comportamiento. Si no, habrá sido en vano. Empecemos por establecer prioridades en nuestras vidas y las de nuestros seres queridos, el tiempo invertido en ellos, la importancia que le damos a las cosas materiales, las prioridades de desarrollo del país.
En campaña, una de las promesas fue la de conquistar la sexta frontera, esa que iba a equiparar la desigualdad crónica que vivimos, que arrojaba el más alto índice de crecimiento en la región, pero también la mayor brecha entre ricos y pobres. Antes de un año, al gobierno le ha tocado enfrentar un reto monumental, y tiene que ir volviendo a ciertas prácticas que, en nombre del progreso, se han ido reemplazando. La agroecología, tan vinculada a la salud, ha demostrado que la forma en que se practica la agricultura puede auspiciar el bienestar o, por el contrario, si se practica como lo hace la agricultura industrial, puede generar grandes riesgos y daños sanitarios.
Los monocultivos a gran escala que ocupan alrededor del 80% de los 1,500 millones de hectáreas arables en todo el mundo, carecen de diversidad ecológica, y son muy vulnerables a las plagas. Para controlarlas se aplican globalmente alrededor de 2,300 millones de kilogramos de pesticidas cada año, causando daños ambientales y en la salud pública estimados en más de 10 mil millones de dólares al año solo en los Estados Unidos. Estos cálculos no consideran los costos asociados a los efectos tóxicos agudos y/o crónicos que causan los pesticidas a través de sus residuos en los alimentos.
La ganadería industrial, confinada a corrales de engorde, es particularmente vulnerable a la devastación por diferentes virus como la gripe aviar y la influenza. Las prácticas en estas operaciones industriales con miles de pollos, cerdos, vacas (confinamiento, exposición respiratoria a altas concentraciones de amoníaco, sulfuro de hidrógeno, etc. que emanan de los desechos que generan) no solo tornan a los animales más susceptibles a las infecciones virales, sino que pueden patrocinar las condiciones por las cuales los patógenos pueden evolucionar a tipos más virulentos e infecciosos.
Estos datos fueron tomados de un estudio publicado por la Universidad de California en Berkeley y nos animan a pensar que debemos revisar la agenda nacional para replantearnos el desarrollo que queremos alcanzar.
*Cerrado por derribo es una canción de Joaquín Sabina