CUIDEMOS LAS MANERAS
Por Mariela Sagel/La Estrella de Panamá, 26 de diciembre de 2015
Se acaba un período donde se celebra de todo menos lo más importante, la llegada de Jesús al mundo. La gente se desboca comprando, regalando, insultando en medio del infernal tráfico y comiendo y bebiendo en exceso. Se acaba también un año de muchas experiencias, para algunos malas, para otros menos malas y para los menos muy buenas o mejor dicho, extraordinarias. Por todo, lo bueno y lo malo, hay que agradecer a Dios porque las cosas malas que se nos presentan son obstáculos para cambiar el rumbo de cómo hacemos las cosas, y las buenas para que sepamos cuidar lo valioso que tenemos.
Es un tiempo también en el que los acontecimientos políticos no nos han dado tregua, para bien y para mal. Los numerosos casos de corrupción que se han estado ventilando desde que salió del Ministerio Público una cuestionada y oscura funcionaria, complaciente con el poder ejecutivo, ha permitido a una profesional seria, comedida y sin posturas de diva ni estridencias improvisadas, que ha ido dando pasos en firme hacia el rescate de la institucionalidad de ese puesto, que en los últimos años fue ocupado por personajes tan nefastos como el que pronto concluye su perversa gestión como Presidente de la Corte Suprema de Justicia. ¿Qué si tengo esperanzas? Muy a pesar de lo que dicen por todos lados, que no va a pasar nada, que el prófugo en rebeldía (y también en cobardía) no lo van a traer esposado, que se fugará a una isla bajo cuya jurisdicción no es posible la extradición, yo sí tengo esperanzas porque el mayor castigo que puede recaer en una persona como él es el tener todo el tiempo del mundo y no tener en qué emplearlo, ni en maldades, como ha estado acostumbrado, o en agarrar un avión y llevarse a un puñado de mujeres de mal vivir a una playa de Honduras a sus acostumbrados bacanales.
Pero a lo interior también es un tiempo para recomponer nuestras maneras. No es aceptable que en una cena familiar todos o casi todos estén chateando o con el celular en la mano, como si el estar en un lugar de encuentro, donde hay personas que se les debe respeto, les importara un bledo. Bien decía mi amigo Frank Kardonski (q.e.p.d.) que cuando invitaba a sus hijos a su casa ponía en la entrada una canasta para que sus hijos, nietos y cónyugues dejaran sus celulares y que no aceptaba que ninguno de los comensales se sentara a la mesa con uno de esos aparatos en la mano. Es una gran falta de respeto para con quien se comparte la mesa no dejar a un lado esos malditos dispositivos que lo que hacen es que uno converse menos y no preste atención a quien tiene alrededor. No creo que haya nada tan urgente que no pueda esperar a que uno termine una velada familiar, más si es de Navidad o de fin del año, para contestar. Se ha vuelto una manía y es un signo de pésima educación, al que los padres e invitados al ágape deberíamos exigir que no se siga con esa práctica.
Otra manifestación de pésima educación es agregarle a uno en un grupo de whatsapp sin que primero se le pregunte si lo permite, y una vez agregado, lo que viene es una hemorragia de rezos, oraciones y sandeces que pareciera que la persona no tiene nada que decir, pero sí se siente en la obligación de escribir.
Las diputadas, que ahora parecen disputadas, nos dan muestras de pésimas maneras al vestirse, nada más hay que ver lo que se ponen algunas de las pocas damas que están en ese órgano del estado. Parecen que fueran de fiesta o, lo que es peor, de pesca, con escotes pronunciados y hombros afuera. Debería haber un código de vestimenta para las “madres de la patria”, porque no sería aceptable que un diputado se presentara en short y chancletas. La mujer del César no solo tiene que serlo sino parecerlo.