Desde el Palacio de los Ñeques
15 de Agosto de 2010
Escuchando los programas de radio, que son más sabios que cualquiera de estas columnas de opinión, o que los editoriales de los diarios, me tropecé, después de la vergonzosa sentencia que se le dictara a la velocidad del rayo a la procuradora de la Nación —separada por obra y gracia de su majestad RM— con el amigo Kevin Harrington, quien, describiendo lo que a su juicio era la sede de la Corte Suprema (yo la llamaría hoy la Tremenda Corte) dijo que era el Palacio de los Ñeques.
Supongo que se refería a que en el área donde erróneamente fue relocalizada esta institución, al lado de lo que fue el Hospital Gorgas y donde ahora funciona el Instituto Oncológico, en las faldas del Cerro Ancón y por ser un área muy verde, hay gran cantidad de estos animales, que se definen como roedores que se adaptan muy bien a los cambios que introduzca el hombre en los ambientes.
Reitero lo que vengo diciendo desde hace veinte años, que la Corte Suprema, que fue bombardeada por el ejército invasor de los Estados Unidos en diciembre de 1989, debió haberse edificado en lo que quedó del Cuartel Central de las extintas Fuerzas de Defensa, en el barrio mártir de El Chorrillo y no en el lugar donde hoy está, para incomodidad de muchos de los que allí asisten y supongo también que de los mismos ñeques. La comandancia era un bello edificio estilo ‘art deco’, sólidamente construido y su sola presencia (la de la Corte) hubiera restaurado las áreas circundantes y elevado a categoría de centro de actividad lo que es una zona roja, de alto peligro, donde se puede uno tropezar con balas perdidas o jugar dominó en el Parque de los Aburridos.
La histórica sentencia a la que me refiero marca una raya más al ya estropeado traje de barras que luce el gobierno nacional, que en un poco más de trece meses ha violentado no solo todas las instituciones del país, sino vuelto a revivir los peores momentos que atravesamos muchos de nosotros durante el gobierno militar, mediante acciones orquestadas y dirigidas precisamente por quienes las combatieron y se arriesgaron, en su momento, ante similares acciones, las que confiábamos habían sido erradicadas del menú, una vez abolido el ejército. Volviendo al palacio Gil Ponce (como se le conoce), desde que fue erigido allí —no eximo a lo que haya pasado en el anterior, pero la memoria es corta— sus fallos, así como sus designados, han sido objeto y sujeto de serios cuestionamientos, y algunas veces me pregunto, sin ser abogada, si realmente el sueño de los profesionales del Derecho es llegar a ser magistrado de esa institución que cada día cae en más desprestigio, no por ella misma, sino por su manejo.
Tal parece que, como dice Kevin, están más ocupados en contar los ñeques que en impartir justicia. Buscando los significados o la explicación de lo que es un ñeque, además de ser un roedor, se le atribuye que es una persona que trae desgracia y también se le define como el gamín de la selva; atendiendo la palabra gamín, que no es de uso común en nuestro lenguaje, como una ‘persona con un estilo de vida menos ‘fashion’ y un tris llevado de la malparidez’. En Colombia se usa para señalar a un niño de la calle, que pide dinero. Si profundizamos en el término, algunos de los magistrados, sobre todo los que en forma expedita condenaron a la señora procuradora —y cuyas designaciones han sido severamente cuestionadas—, son unos gamines pelafustanes, haciéndome eco de la obra de teatro La Tiendita del Horror, que bien podrían protagonizar esos cinco pendencieros, como ilustres sicarios de una obra negra que pretenden hacernos vivir por cuatro años más los que nos mal gobiernan.
Creo que los ñeques merecen un mejor tratamiento, una mejor compañía y una reivindicación que los coloque a la altura de las mascotas que no necesitan tener que licenciarse, como recién han establecido las díscolas autoridades, que sin acertar una, están tirando a diestra y siniestra sin apuntar a lo que se esperaba con tantas promesas. Avanzar al país.