Por Mariela Sagel, El Siglo de Panamá, 17 de febrero de 2025
Dentro de las necedades en las que ha insistido el nuevo presidente de Estados Unidos ha sido el cambio de nombre del Golfo de México a Golfo de América. Es un tema irrelevante desde el punto de vista de que para lo que los gringos consideran América, para el resto de los “americanos” es todo el continente que habitamos. Parte de la ignorancia, que siempre es necia, y caprichos de un niño malcriado.
Desde su origen, no era ni Golfo de América ni Golfo de México, era Golfo de Nueva España (1562) y fue una de las fuentes principales de entrada al continente norteamericano para las expediciones europeas y clave para la integración de nuevos territorios en la órbita del mundo conocido. En sus aguas se esconde la historia de grandes gestas, descubrimientos trascendentales y disputas que, sin duda, fueron definiendo el mapa del Nuevo Mundo.
Su descubridor fue Sebastián de Ocampo, un explorador español que circunnavegó Cuba y por casualidad, avistó este mar “oculto”, que era desconocido hasta entonces por los conquistadores europeos, y Hernán Cortés lo cruzó desde Cuba, para conquistar México, abriendo las puertas a los primeros contactos de las civilizaciones mesoamericanas.
En 1562 fue reflejado como Golfo de la Nueva España, en un mapa virreinal por el cartógrafo Diego Gutiérrez, solo 40 años después de la toma de Tenochtitlán.
El golfo de México no solo tiene una relevancia histórica, sino que también es un punto clave en la geografía y economía mundial actual. Con una extensión aproximada de 1,5 millones de kilómetros cuadrados, es uno de los cuerpos de agua más grandes del mundo.
Google podrá cambiarle el nombre, pero el Golfo de México será siendo Golfo de México, que limita con tres países: Estados Unidos, México y Cuba y conecta con el océano Atlántico a través del estrecho de Florida.