EL COMPAÑERO LEAL
Por Mariela Sagel, Vida y cultura, 7 de agosto de 2020, La Estrella de Panamá
Últimamente dedicar esta página a recordar la vida de intelectuales de talla mundial que han dejado este mundo, no sin imprimir su huella imborrable para todos los que los conocimos.
Hoy me toca despedir a Eusebio Leal Spengler, historiador de la Ciudad de La Habana, que falleció el viernes 31 de julio, después de una batalla feroz contra un cáncer de páncreas. Sorprende que un cáncer tan agresivo, que no da tregua a quien lo contrae, nos lo haya dejado tantos años con nosotros. Seguramente eso se debe a la medicina cubana, que siempre ha estado a la vanguardia de otras, gústele a quien le guste.
Eusebio Leal a quien todos llamaban el compañero Leal, nació en La Habana el 11 de septiembre de 1942, por lo que apenas tenía 77 años. Se doctoró en Ciencias Históricas de la universidad de su ciudad natal, tenía una maestría en Estudios sobre América Latina, el Caribe y Cuba, especialmente en ciencias arqueológicas. También tenía una licenciatura en historia, y asistió a cursos de post grado en Italia sobre restauración de centros históricos.
Leal Spengler era militante del Partido Comunista de Cuba, del que fue diputado en varias ocasiones y también fue Embajador de Buena Voluntad de la Organización de Naciones Unidas. Desde 1959 empezó a trabajar en la administración metropolitana de la capital cubana y en 1967 fue designado Director del Museo de la Ciudad, reemplazando en ese cargo a quien fue su maestro, Emilio Riog de Leushenring. Estuvo al frente de las obras de restauración de la Casa de Gobierno, en el Palacio de los Capitanes Generales, concluidas en 1979. Ante tan buenos resultados se le dio la responsabilidad de atraer inversiones para el rescate del casco antiguo de La Habana desde 1981.
Más adelante se le asignó la responsabilidad de las obras de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña y del Castillo de los Tres Reyes del Morro. Este conjunto es Patrimonio Mundial de la Humanidad de la UNESCO desde 1982.
Era miembro de numerosos comités relacionados a la restauración, el patrimonio y el medio ambiente además de varios grupos de amistad de países como México y Japón, y autor de numerosos libros, prólogos, artículos, todos en torno a la historia. Era un poeta innato, su forma de hablar era como si declamara. Produjo varios documentos audiovisuales que son guía para deambular por la historia habanera.
EL EUSEBIO QUE YO CONOCÍ
Sería como a mediados de la década de los 80 que conocí al compañero Leal. Venía seguido a Panamá a comprar tuercas, tornillos, herramientas y utensilios que le ayudaran en su labor de restauración. Sostuvimos largas e inolvidables charlas en torno a política, historia y patrimonio. Me tocó visitarlo en varias ocasiones y pude darme cuenta del respeto y cariño que le tenían los cubanos.
Cuentan que cuando estaba conformando el Museo de la Ciudad, donde se muestran todas las piezas que estaban en las mansiones habaneras, la gente escondía las vajillas, floreros, piezas antiguas porque sabía que venía por ellas. Nada lo detenía y es así como pueden verse exhibidas en ese magnífico museo, que es reflejo de la opulencia y riqueza que disfrutaban los cubanos ricos. En una ocasión que fui a La Habana, no pude verlo, pero su secretaria nos coló, como por arte de magia, en la Bodeguita del Medio, donde había una fila larguísima para entrar, solamente diciendo que éramos amigos del “compañero Leal”. También nos invitó a una comida china preparada por unos asiáticos nonagenarios, que se esmeraron en atendernos. Al final de la tarde, cuando cruzamos al Morro, los cañonazos de las seis de la tarde nos arrojaron una visión inolvidable: soldados con pelucas y ropas de la época hacían esta ceremonia a diario, para deleite de los turistas.
Se empeñaba tanto en su trabajo y era tan convincente que logró que los árabes le dieran donaciones para levantar una casa árabe, en la estructura que más reminiscencias moriscas tuviera, así como una torre de marfil para resaltar la presencia china en la isla. Ni hablar de que consiguió que la iglesia católica le diera los cientos de miles de dólares que costó restaurar la catedral de La Habana. Era muy creativo, abrió una casa del agua, en el lugar donde había un riachuelo que surtía a la ciudad y vendía vasos de agua, así como montó una farmacia a la usanza de la época de la primera mitad del siglo XX, con los tarros y demás implementos identificatorios. Era incansable, se las ingenió para que la Habana Vieja fuera un negocio rentable y allí se han instalado las más renombradas firmas de diseño y moda, siempre guardando las medidas que impone la restauración responsable.
Tenía fuertes convicciones católicas y era amigo de Fidel Castro y de su hermano Raúl. Su fe le permitió ser un puente discreto entre el estado socialista instaurado en la isla y el Vaticano, cuando hubo grandes discrepancias. Tanto en Cuba como en el resto del mundo fue distinguido, la más reciente la Orden Carlos III otorgada por los Reyes de España el año pasado. Tuvo un programa televisivo llamado “Andar la Habana”, que lo hizo muy popular y enseñó a los cubanos a conocer y amar su ciudad. Mi último encuentro con él fue en un estudio de radio desde donde emitía un programa y en el que participé, en febrero de 2013. Una de sus aseveraciones más contundentes fue que no se permitiera, bajo ningún concepto, la construcción de la Cinta Costera porque Panamá “no puede rendirse a la especulación financiera que soslaye o disminuya los valores culturales extraordinarios que tiene, etnológicos, etnográficos, arqueológicos y artesanales”.
Gran amigo de Panamá estuvo asesorando a los responsables de la rehabilitación de nuestro Casco Antiguo durante el gobierno del presidente Ernesto Pérez Balladares, que logró que ese pedacito de la cosmopolita ciudad capital fuera declarado conjunto monumental en 1976 y patrimonio histórico de la humanidad, por la Ley 9 del 27 de agosto de 1997. Yo le decía al presidente que ojalá pudiera quedarse unos seis meses para alinear a todos en la forma correcta de rescatar del abandono esas hermosas estructuras, que hoy son un sitio obligado de visita y un atractivo turístico.
Eusebio Leal jugó un papel importantísimo en ese proceso, tanto por sus experiencias como por los consejos para redactar la Ley de Incentivos para la inversión en el Casco Antiguo, y también en la edición del libro “La ciudad imaginada”, producido por el Ministerio de la Presidencia en 1998. Uno de los más importantes consejos que le dio al entonces ministro, Olmedo Miranda, fue el de preservar el capital humano como base fundamental para la restauración exitosa. Sus consejos también incluyeron mostrar la forma de cómo se había promocionado en La Habana a los inversionistas inmobiliarios panameños, que sin duda han tenido éxito.
A su muerte, poetas, cantantes, autoridades y muchas otras personalidades le han dedicado sendos obituarios. Del cantautor Silvio Rodríguez tomo lo siguiente: “Con su partida nos quedamos huérfanos de mujeres y hombres patriotas y revolucionarios que no sienten ni actúan por esquemas prefabricados, hombres y mujeres de caracteres disímiles, aunque de humanidades coherentes, en quienes las ideas no son pretexto de penitencia (propia y ajena) sino de emancipación y conocimiento”. Y sigue en una larga reflexión en la que señala que “debiéramos pensar en si estamos formando mujeres y hombres que den continuidad a su trabajo y al trabajo de otros colosos que se nos han ido. Debiéramos pensar si estamos alentando espíritus rebeldes, indagadores, que peleen su derecho a crear y a servir a su prójimo como lo hizo Eusebio”.
En su testimonio audiovisual “Andar La Habana” se refleja la epopeya salvadora que emprendió el compañero Leal para hacer perdurar todo lo que distingue y define a los habaneros, y también los une, a pesar de singularidades y diferencias. Su figura siempre andará en La Habana bendecida por su amor infinito, y que tuvo la dicha de verla cumplir 500 años de fundada.