El jueves 12 de marzo recién pasado fui invitada por mi gran amiga Alma Montenegro de Fletcher a un programa que tiene la Secretaría que ella dirige en el Servicio Estatal de Televisión, Canal 11. Además de Alma participamos Maribel Cornejo, el conductor del mismo, Fernando Martínez y la que escribe este artículo. El espacio televisivo se llama precisamente como titulo esta nota.
Me gustó mucho participar en ese programa, sobre todo con dos damas tan educadas y competentes, y ni decir de Fernando. El tema era Corrupción, Ética e Institucionalidad. Tocamos la crisis de valores que ha secuestrado a todos los niveles la sociedad panameña y el papel que los medios de comunicación están jugando actualmente. La galopante pérdida de credibilidad que está experimentando la clase política, aupada por ciertos medios de comunicación, que tienen en su agenda el ir erosionando la institucionalidad para su propio beneficio.
El tema que no se quiso tocar de frente, porque no era la tónica del programa, fue que la realidad panameña está siendo conducida, por control remoto, por un delincuente recluido en una cárcel de alta seguridad en Colombia que, aunque no ha sido juzgado — y tiene el beneficio de la presunción de inocencia — ha causado estragos, tanto económicos como morales, en su país de origen y en éste. Y la explotación de sus declaraciones se ha convertido en el caballito de batalla que han encontrado un par de medios de comunicación para continuar en su guerra de ratings y los improvisados y contagiados políticos para atacar la institucionalidad del país y, sobre todo, inclinar la balanza de las preferencias electorales.
Por lo denso del tema y la profundidad de los conceptos tratados, el tiempo fue corto. La participación de los televidentes fue interesantísima, especialmente porque dado el nivel de los mismos, se notaba que era de gente pensante, preocupada por el destino de nuestro país y por los precarios mensajes que se reciben a través de la televisión y los periódicos, especialmente.
Me llamó mucho la atención la intervención de un joven estudiante de La Salle, que se manifestó preocupado por la forma en que el caso Murcia está condicionando las decisiones en la campaña electoral y conduciendo el debate político. Otra participación, de un ejecutivo de empresa transnacional, cuestionaba los mensajes publicitarios. Yo le señalé que los mismos no se transmiten a menos que el cliente lo autorice, por lo que es la moral del anunciante la que se tiene que cuestionar no la de las agencias o creativos. Claro que el nivel de los mismos cada día es peor.
Interesante manera de abordar un problema que nos tiene a todos muy preocupados, desvelados y cada vez más convencidos de lo peligroso de las percepciones versus la realidad. Vale recordar que hace unos años, cuando estuvo activa la Comisión de la Verdad y la estadounidense Sandy Anderson vino con su perro Eagle, que rastreaba restos de seres humanos, después se reveló que los huesos eran sembrados por la dueña del perro y por tal razón tanto ella como el can fueron condenados.
Extrapolemos esa experiencia con lo que estamos viviendo ahora mismo y saquemos nuestras propias conclusiones sobre quién es el perro y quién o quiénes el (los) que siembra (n) lo que se difunde con tanta preponderancia e irresponsabilidad.