Por Mariela Sagel, en La Estrella de Panamá, 7 de noviembre de 2021.
Casi todo el mundo sabe que yo soy “revertiana”, hincha del escritor español Arturo Pérez Reverte y que soy parte de un grupo que se llama orgullosamente “Círculo Alatriste”, que antes de la pandemia nos reuníamos a tertuliar sobre el autor y sus libros. El último que ha publicado, “El italiano” es casi una obra maestra, porque en él el autor combina sus vivencias, sus pesquisas de pequeño y lo que le relataban sus progenitores sobre lo que realmente pasó en los tiempos de la segunda guerra mundial, en el que el Peñón de Gibraltar era un sitio estratégico de los ingleses, y sufrió los ataques por parte de aguerridos buzos italianos que hacían naufragar a sus barcos.
Pérez Reverte tiene un amor pasional con Venecia y que la evoca donde puede, así mismo como la visita cuando quiere. Pero este libro, con una investigación profunda e intercalada con las entrevistas que hizo a los descendientes de los protagonistas es una pieza de colección, no me atrevo a decir que lo mejor de él porque hay muchos otros libros que me han encandilado, pero es de los mejores y en él demuestra la maestría que ha desarrollado a través del tiempo después de ser un reportero de guerra durante 21 años y estar inmerso en conflictos bélicos, donde aprendió a describir exactamente en qué ángulo se dispara un proyectil o de qué forma se puede espiar al enemigo.
“El italiano” es una novela que se lee de un tirón y que va creciendo en intensidad a medida que la devoramos. Es la historia de los buzos italianos que, amparados en la bahía de Algeciras frente al poblado La Línea de la Concepción, y que termina en el Peñón de Gribraltar, establecen su base para atacar a las naves británicas fondeadas enfrente al peñón. Pérez Reverte había escuchado las historias de esos aguerridos buzos, que sin ser afines a Mussolini eran, sobre todo, patriotas, y se dedicó a rescatar las historias y reconstruirlas de una manera casi como filigrana.
No es la primera vez que Pérez Reverte incorpora en sus escenarios novelísticos a Italia: en “La piel del tambor”, aunque se desarrolla en Sevilla, en su primer capítulo ocurre la trama en Roma, en el Vaticano. Igual hizo en “Corsarios de Levante” y “El puente de los asesinos”, que le dieron su paz y salvo con dos ciudades que le encantan: Nápoles y Venecia. Aun cuando sus otros temas están desarrollados en diferentes lugares, en las fabulosas columnas de opinión semanales siempre hace referencia a alguna ciudad de Italia, a los libros antiguos que allí ha comprado, a las comidas y vinos que ha tomado en las trattorias venecianas. En “El pintor de batallas” (una especie de auto biografía de sus años de corresponsal de guerra), el protagonista vive una historia de amor en Venecia, casi al mismo estilo en que Stefan Zweig lo hizo en “El mundo de ayer”.
En esta novela, imperdible para todo el que ame, como yo, lo que escribe el autor de “La carta esférica” y “La reina del sur”, tiene de protagonistas a un veneciano y a un napolitano, además de una mujer portentosa.
LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA
Su gestación empezó con recuerdos infantiles del autor, en los que su padre le reafirmó que no era cierto que los italianos eran cobardes y patéticos (gracias a unas películas sobre la II Guerra Mundial) y le contó la historia de los “maiales”, mini torpedos humanos que eran dirigidos por hombres rana que atacaron y hundieron barcos británicos en Gibraltar.
La imagen que se tuvo de los italianos fue obra de los alemanes, que a pesar de ser sus aliados los despreciaban, especialmente cuando iban a los frentes de guerra de África y Rusia y ese desprecio ha sido reflejado en varias obras escritas. Los macarronis les decían los ingleses.
En este caso, y casi como pasó con “El tango de la guardia vieja”, de mis preferidas, la historia le rondaba la cabeza hacia mucho tiempo y así ha pasado con otros novelistas famosos, que dan preeminencia al andamiaje narrativo para que la magnífica documentación no afecte la narración histórica que de por sí es rica en detalles.
Pérez Reverte tuvo la suerte de poder ver, tocar, copiar y palpar parte de esta historia gracias a su persistente investigación, y es así como “El Italiano” es contada a dos tiempos, la parte novelada y las pesquisas que realizó con los descendientes de los protagonistas. Eso la hace más fascinante.
Emilio Lara, uno de los novelistas más allegados a él ha dicho que es “una novela que se ve como una película o una película que se lee como un libro».
El autor debía lograr que toda la documentación que había acumulado durante muchos años no asfixiara el elemento literario, tan importante para enganchar al lector de ficción. Con su muy sobrada habilidad intelectual, destreza narrativa y el poderoso sentido de la intriga que no te deja soltar página ha dado un resultado portentoso: “El italiano”, publicado a fines de septiembre y lanzado oficialmente el 26 de ese mes en la Feria del Libro de Madrid.
En ella se notan las influencias de sus más venerados autores, como son Joseph Conrad, Homero, y otros a los que relee constantemente. Se puede decir que hace una prospección psicológica de todos los personajes, en especial de la protagonista, para que aquellos que dicen que el autor es antifeminista se callen la boca de una vez por todas.
Su trama es muy sencilla: cuenta la historia épica de los marinos de la Décima Flotilla de la Regia Marina en Gibraltar, un puñado de valerosos submarinistas de élite, italianos, que penetraban en el cerco de Gibraltar de noche y colocaban explosivos bajo el casco de la Royal Navy o en los buques británicos mercantes. De allí se abre la historia para incorporar a los españoles que, tan cerca pero tan lejos, presenciaban y vivían una post guerra civil con temas familiares bastante sensitivos. Es magnífico el manejo que hace de situaciones y sentimientos humanos que han sido sometidos a experiencias muy duras.
Igual que hace con la obra “Hombres buenos”, se convierte en un personaje más, el periodista y escritor que se tropieza con una librera en Venecia y que tiene un pasado con uno de los buzos, después de cuarenta años. Todo ocurre en 1942 y los flashbacks y el tiempo real son combinados con exquisita sencillez y atractivo. Debe ser muy complejo lograr esta trama circular en forma académica, casi como un mago, pero lo logra, y con creces.
Las referencias clásicas están allí: al inicio de la novela Elena Arbués, una joven librera que reside en la Línea de la Concepción, protagonista de la novela, encuentra a un buzo casi ahogado y lo rescata, –igual que un Ulises,– en la arena de la bahía de Algeciras. El buzo de llama Teseo Lombardo (y Teseo es el matador del Minotauro, el héroe cansado que, aunque sin darse cuenta, ha llegado a Ítaca) y así, Elena se convierte en la Penélope por el tiempo que tiene que esperar para que su enamoramiento se haga realidad. El perro de Elena se llama Argos, como el perro de Ulises. La Ilíada y la Odisea están más que presentes en esta novela impecable de Pérez Reverte. En ella hay aventura, mar, el periplo de vida, hombres aguerridos que luchan y mueren con honor, el sacrificio por un ideal, la camaradería entre los italianos, las encrucijadas a las que se enfrentan y las mujeres íntegras.
Elena Arbués es andaluza, y se convierte en una de las más dignas representantes de la literatura revertiana, por su solidez emocional, su claridad de ideas, su independencia, inteligencia y cultura, además de una evidente sensualidad que desarma cualquier prejuicio, ofreciéndonos las mejores escenas de amor de la narrativa de Pérez Reverte.
No dejan de estar presentes Galdós, cuyo centenario se cumplió hace dos años, que se hace evidente en el grupo de españoles tertulianos así como el médico aficionado a los trenes, el archivero y la bibliotecaria soltera.
Todos conocemos la afición de Pérez Reverte al cine, y el desarrollo y el final es una versión, según Emilio Lara, de Casablanca o un cierre de telón de Cinema Paradiso. No hace falta más que comprar el libro, leerlo y al terminarlo, como me pasó a mí, recomendarlo a todos y creer en el amor de Teseo y Elena y en la canción de “Venecia sin ti” de Charles Azanavour.